viernes, 20 de septiembre de 2024
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Excelencia lo admiro, pero no me gusta el reggaeton, déjeme le explico…

O tempora, o mores, ‘Ay qué tiempos, qué costumbres’, estas que nos tocó vivir”.

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Foto: Valiant Made en Unplash

Redacción (23/02/2023 12:58, Gaudium Press) De gustibus non est disputandum… “Por gustos no se disputa” atribuyen algunos, parece que erradamente, a los decires de Marco Tulio Cicerón. Mejor para Cicerón, porque el latinajo, así, sin matices, es más errado que verdadero y desmerecería de la cabeza del ilustre orador.

Y ya que estamos en latinazione, mejor esta: O tempora, o mores, “Ay qué tiempos, qué costumbres”, estas que nos tocó vivir.

Tal vez sea el corazón de pastor, que quiere recoger a todos en el rebaño, pero muchos quedaron sorprendidos con el decir reciente del ilustre Arzobispo de San Juan de Puerto Rico, Mons. Roberto González, cuando además de calificar la vida de un famoso reguetonero como “impecable”, dijo que los de su estirpe eran “los juglares de nuestros tiempos” y que cumplen para nuestros días una misión “la misma de su gremio en el medioevo”.

Bien, no deja de tener cierta razón el prelado, en el sentido de que cada tiempo genera sus ‘juglares’ característicos, sus cantores y pintores y su cultura, y que sí, el reggaeton es hijo no espúrio sino más que legítimo de los días borrascosos y caóticos que corren.

Lo que ocurre es que las expresiones del señor Arzobispo suenan a que da lo mismo el laúd y el arpa que el techno y el beat, que el clavicordio o el órgano son más que compadres de la batería y la guitarra eléctrica, de que el gregoriano y el polifónico tienen el mismo ADN que lo ‘urbano’ y el rock. Y lamentablemente la diferencia entre unos y otros es más que la que va de la pera al olmo, para no decir que es la distancia que va del cielo al abismo.

Recordé el decir de Mons. González –cuyo esfuerzo pastoral, por lo demás, mucho pude apreciar en la Isla del Encanto– pensando en las actuales dificultades de los niños que aprenden, los que están en edad escolar.

Lamentablemente no tengo los datos exactos, pero se me hizo presente un estudio que constataba que lo que más se aprende es aquello que uno es capaz de ejecutar y efectivamente ejecuta: lo que se hace está mejor aprendido y se recuerda más. Después le sigue, hacia abajo, lo que uno es capaz de enseñar, porque la capacidad de enseñar, de dar a otros, demuestra lo que ha sido interiorizado. Después sigue, siempre hacia abajo, lo que uno meramente ha leído. Y finalmente lo que la persona ha simplemente visto.

La explicación de lo anterior, es muy sencilla: El que hace algo aprendido demuestra que ya hizo un esfuerzo para interiorizarlo en su espíritu, ya lo integró en sí, y esa integración adentro es capaz de ponerla al exterior realizando lo aprendido.

Expresar lo aprendido significa que la persona ya realizó el esfuerzo de hacer suyos los conceptos e ideas recogidos afuera, los recogió en sí, los articuló en sí, y así, organizados, es capaz de luego vertirlos según su manera al exterior.

Siguiendo en orden descendente, la lectura exige un esfuerzo, sí, que es el de convertir las palabras que estoy leyendo en imágenes, para ir siguiendo la historia. Pero es un esfuerzo menor que lo anterior. Y finalmente la mera visualización de imágenes, de por sí, no requiere ningún esfuerzo propio al hombre, pues lo mismo pueden los animalitos ver todo el último programa de History channel sin aprender nada.

Por lo anterior podemos ver algo del proceso de animalización del hombre moderno, del que el reggaeton y congéneres es mero síntoma:

Estas nuevas generaciones (y todos nos) constantemente están siendo bombardeadas con millones y millones de imágenes, en el ‘reino’ impactante y omnipresente de las pantallitas-negras, imágenes muchísimas de ellas diseñadas para que atraigan casi irresistiblemente la atención del hombre, en un bombardeo que a la vez de impactante es frenético, lo que lo hace más impactante y más difícil de contener.

Este bombardeo no da oportunidad al hombre de interiorizar, de meditar, de analizar, de usar la mente, de articular internamente, solo se usan los ojos, el cuerpo. ¿Consecuencia? Tenemos océanos de gente que son poco más o poco menos que analfabetas funcionales, personas que solo se mueven según sus instintos básicos, por la ley tiránica del placer sensible y momentáneo, por la ley de la animalidad sin el uso de la razón.

Excelencia, eso es el reggaetton, incluso aunque me cante los 150 salmos del Rey David: es uno de los varios himnos trepidantes y neobárbaros, de una civilización que volteó las espaldas a los deleites del espíritu, para revolcarse esclavo en los placeres de la carne. Lo que va acorde con los ritmos y melodías del reggaeton no es el himno a la caridad del gran San Pablo, sino las letras que denigran a la mujer y que endiosan al sexo. Lo que es armónico con el reggaeton no son los trajes a lo María Antonieta sino las modas cada vez más cavernosas y sucias de hoy, las más animales.

Solo para escribir estas líneas, puse para escuchar una colección titulada Peaceful Lute… Ahhh qué dulzura, qué delicadeza, qué paz. Permite gozar, calmamente, y permite… pensar.

¿Aburrida? Sí, para el que lamentablemente ya aniquiló por anquilosamiento su instrumento de pensamiento y requiere ser movido desde afuera por la estridencia, como el perrito que debe ser tirado desde su collar por el amo.

Exagerado –dirá alguno. Para gustos los colores, todos’. Bueno, cada uno con sus gustos. Después no se quejen de que el coro de iglesia estilo rock-cristiano, un día les cambie las letras ‘cristianas’ por otras más bien siniestras…

Por Saúl Castiblanco

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