Ermenegildo Santarossa se encontraba por casualidad ese 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro. Estaba acompañando a unos amigos que querían ver al Papa polaco con ocasión de sus bodas de plata esponsales.
Roma (19/05/2020 18:19, Gaudium Press) Lo consiguió Silvia Mancinelli de ADNKronos: que – por vez primera – hablara Ermenegildo Santarossa, el ex gendarme que capturó a Alí Agca, el asesino profesional turco que estuvo a punto de asesinar a San Juan Pablo II ese fatídico 13 de mayo de 1981, el día de la Virgen de Fátima:
“A la edad de 18 años juré, como gendarme papal, dar mi vida por el Papa y de juramentos de ese tipo nunca se sale, son válidos para siempre”, – dice un lúcido Ermenegildo que hoy tiene 83 años. Por su juramento, por su formación, ese día actuó con decisión.
Se encontraba “en el Vaticano por casualidad, pues estaba retirado desde hace 10 años”. Acompañaba a dos amigos, que para conmemorar su 25 años de matrimonio quisieron asistir a la Plaza de San Pedro a ver al Papa polaco.
“Cuando escuché los disparos en la plaza, inmediatamente entendí que habían disparado al Papa. Alí Agca se adelantó, estábamos vestidos casi igual, un tono más claro que yo, uno más oscuro él. Franco Ghezzi (asistente de San Pablo VI) que estaba allí me lo indicó; pero yo ya lo había visto abrirse camino entre el multitud con el arma, no podía estar equivocado”.
Santarrossa va detrás del pistolero
La gente le abría paso con pánico al pistolero, pero Ermenegilno no tenía miedo. Lo sigue y cuando estaba a un metro de él “tiró el arma al suelo. Había alguien esperándolo en la columnata (un cómplice); le corté el camino, lo tomé y estaba tratando de llevarlo dentro de la puerta bronce. Entonces llegó un carabinero muy joven para echarme una mano y un gendarme, policías y cuando la gente entendió [lo que había ocurrido] querían lincharlo. Recibimos patadas y golpes para defenderlo”, cuenta el ex-gendarme.
Después de los hechos lo contactó una cadena americana, para entrevistarlo, ofreciéndole mucho dinero. Pero él recusó. Incluso recuerda que hubo una monja que afirmó que había sido ella quien había desarmado al turco. Pero para él no hay susceptibilidad ninguna. Ahí “están los documentos, las fotos, los testimonios”.
Afirma que por su gesto no recibió nada del Vaticano, pero que poco tiempo después el Estado italiano “me nombró Caballero de la Orden del Mérito de la República Italiana. Siempre pienso en lo que sucedió ese día, pero no tuve un momento de miedo, estaba acostumbrado”. Cuando era Papa Pablo VI una vez sufrió en su mano izquierda por ayudar a un fiel peruano “demasiado ardiente que había escalado las barreras para tocar al Papa. Un poco como lo que sucedió recientemente con Bergoglio con la mujer china, solo que el peruano me hizo un movimiento de karate mientras lo bloqueé”
A Juan Pablo II lo conocía desde cuando acompañaba al Cardenal Wyszinski en el Concilio Vaticano II. “Tenía un carisma particular, además es el que derribó el comunismo, dice. Dios “pensó que elegir un Papa que fuera un ejemplo para todos, trabajadores, mineros, estaba en guerra”.
Se volvió a encontrar después con San Juan Pablo II
“Con el Papa Juan Pablo II nos encontramos después de muchos años, él lo sabía, me conocía y en dos minutos recordamos el evento”.
“El día del ataque, después de llevar a Agca a la cabaña del inspector debajo de la columnata, llamé a mi esposa para decirle que prendiera la televisión, para ver qué había sucedido”. Pero la esposa no aprobó su valentía: “No me preguntó nada, si estaba bien, solo dijo que yo estaba loco, que pudo haberme matado”.
Fue un milagro que no hubiera matado a Juan Pablo II
“Fue un milagro ese día, esa pistola con esas balas nunca se atascó: en cambio solo se fueron dos disparos, fue la Virgen quien lo salvó”.
Agca cuando fue tomado por Ermenegildo no reaccionó sino que simplemente negó tres veces, “no he hecho nada”. Dice el ex gendarme que había alguien esperando al pistolero en un puesto de revistas, y que tenía un cómplice en medio de la multitud. Pero no pudo escapar porque allí estaba él. Hoy pasa sus días en el negocio de su hijo, de numismática y filatelia. Por ahí pasan obispos, cardenales, se toma con ellos un aperitivo, “hablamos un poco”.
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