Todos, al ser bautizados, recibimos como herencia un trono en el Reino de los Cielos; sin embargo, nuestras faltas pueden hacer que perdamos este tesoro.

Cristo Rey – Iglesia de Santo Domingo, Cuenca (Ecuador) – Foto: Juan Carlos Villagomez
Redacción (23/11/2025 10:10, Gaudium Press) Hoy la Santa Iglesia celebra la Solemnidad de Cristo Rey. ¿Cómo se explica esta realeza? ¿Por qué es Rey Nuestro Señor y cómo es su reinado? Veamos qué nos dice la liturgia.
Rey por excelencia
Nuestro Señor es verdaderamente Rey, pero no de la forma distorsionada que tan a menudo propaga el mundo.
De hecho, el gobierno humano, separado de la fe, basa su autoridad en la fuerza de las armas, en la riqueza y en los hombres, buscando conquistas territoriales, la perpetuación del poder y toda clase de felicidad terrenal. Sin embargo, con el tiempo, vemos que tanto sus fundamentos como sus fines son ilusorios: las armas a menudo se vuelven contra el propio gobernante; el dinero pasa fácilmente de un buen siervo a un mal amo, y los hombres, separados de la gracia de Dios, no son capaces de ningún mal que no puedan cometer. En resumen, la felicidad de un gobierno puramente humano es una utopía irrealizable.
El reinado de Cristo es completamente diferente. Él es el Señor del Universo, quien recibió del Padre Eterno autoridad sobre todas las criaturas. Además, el título de Rey le corresponde por varias razones.
Rey por herencia
De hecho, el salmista dice: «Pídeme, y te daré las naciones por herencia, y los confines de la tierra como posesión tuya» (Salmo 2:7-8). Cristo es el Hijo Unigénito de Dios y, por tanto, heredero universal (cf. Hebreos 1:2).
Rey por ser Dios-Hombre
Siendo Dios, también es Creador de todas las cosas y, por lo tanto, con un simple acto de voluntad, puede calmar una tormenta, resucitar a los muertos o cualquier otro fenómeno de orden natural o sobrenatural.
Sin embargo, al ser hombre, el título de Rey es más apropiado para el Hijo que para las otras dos Personas de la Santísima Trinidad, pues, para ser rey de los hombres, es indispensable tener la misma naturaleza que los hombres. Así, como afirma Monseñor João: «Dios no encarnado es Señor, Dios hecho hombre es Rey».[1]
Rey por conquista
Cuando compramos algo, tenemos plenos derechos sobre él, más aún cuando nos costó esfuerzo. Pues bien, Cristo nos redimió de las garras del diablo derramando toda su Preciosísima Sangre durante la Pasión.
Rey por aclamación
Al bautizarnos, elegimos a Jesús como Rey de nuestros corazones y almas, y anualmente, con motivo de la Pascua, renovamos esta elección.
Estamos llamados a formar parte de su reino
En su infinita misericordia, Dios nos transforma, mediante el Bautismo, de criaturas a hijos suyos, hermanos y coherederos con Cristo. Se nos promete un lugar en su Reino en los Cielos, siempre que permanezcamos unidos a él mediante la santidad.
Sin embargo, debido al desorden interno causado por el pecado original, sumado a nuestras fallas, es imposible para nuestra naturaleza cumplir la Ley y los Mandamientos sin la ayuda sobrenatural de la gracia, que Dios concede en todo momento.
Sin embargo, existe un obstáculo que nos incapacita para recibirla: el pecado. El pecado nos hace insensibles a la gracia. Esto es lo que vemos en el Evangelio de hoy.
«Uno de los malhechores que estaban crucificados con él lo insultaba, diciendo: ‘¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!’. Pero el otro lo reprendió» (Lucas 23:39-40a).
En estas palabras podemos vislumbrar la actitud de alguien ciego a lo sobrenatural, pues el mal ladrón no puede ver la realidad tras esa aparente derrota y, por lo tanto, rechaza cualquier influjo de la gracia que nuestro Señor le dio en esos últimos momentos.
Cuán contraria es la reacción del buen ladrón. Al dejarse penetrar por la gracia, tuvo la capacidad de reconocer sus faltas y debilidades, de arrepentirse verdaderamente y aceptar el castigo que le correspondía. Así, pudo escuchar las maravillosas palabras del Maestro: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lucas 23:43).
Por eso, pidamos hoy, por medio de Nuestra Señora, esta gracia: no permanecer nunca insensibles a la Voz de Dios que se dirige a nosotros cada día. De esta manera, también nosotros podremos escuchar la promesa que el Salvador hizo al buen ladrón.
Por Artur Morais
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[1] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos: comentários aos Evangelhos dominicais. Città del Vaticano-São Paulo: LEV-Instituto Lumen Sapientiæ, 2014, v. 6, p. 490.





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