“…la ya centenaria subyugación de la literatura al imperio del mal: la idea de felicidad que comúnmente se propone por vía literaria es la de que esta se encuentra en el orgullo y la sensualidad”.
Redacción (08/11/2021 11:33, Gaudium Press) Decía ese genio casi solar de tan genio que fue Carlos Ruiz Zafón – cuyas obras no recomendamos ni a los ojos ni a los oídos inocentes o píos, sobre todo de los imberbes, por estar también en buena parte subyugadas a ese ‘imperio del mal’ del que vamos a hablar – que más del 99 por ciento de lo fundamental en la literatura es el cómo se cuenta la trama, y que el pírrico porcentaje del resto es la propia trama.
Profundizando su pensamiento, decía Ruiz Zafón más o menos que la trama de una novela es casi la excusa para que el autor use su saber de la combinación de palabras, y que la literatura era sobre todo ese arte de la buena lengua que generaba belleza con la sinfonía de los términos, causando un placer estético – y aquí ya va más nuestro pensamiento – que promociona la idea de lo que el autor quiere vender como felicidad: esa idea de lo que es feliz cabalga sobre un placer estético del que el lector es víctima con la buena melodía y el deleite que forman las palabras.
Y ahí está el meollo del problema, la ya centenaria subyugación de la literatura al imperio del mal: la idea de felicidad que comúnmente se propone por vía literaria es la de que esta se encuentra en el orgullo y la sensualidad, en el vicio y en el mal.
Es decir, autores verdaderamente geniales como Ruiz Zafón piden prestada al cielo la belleza de una armónica combinación de palabras, para permitir por ejemplo ver las calles de Barcelona con un misterio y un encanto que el peatón común y hasta culto no consigue; y entonces los recovecos o avenidas de la ciudad condal se tornan embajada, telescopio y reflejo de las calles de porcelana de la Jerusalén empírica, reflejo de las construcciones de piedras preciosas labradas o de maderas enigmáticas del cielo material. Y después, esos autores de mucho oficio le pegan una puñalada trapera y por la espalda al cielo y a Dios del cual son deudores, cuando con ese mismo arte describen ‘bellamente’ tipos humanos errados, o exaltan con la belleza de las palabras hechos de pecado. En el momento en que con sus descripciones, relatos o diálogos nos hacen tocar el cielo a partir de cosas buenas de la tierra, son ángeles; cuando con la armonía de las palabras elevan ante sus lectores tipos humanos errados, o ensalzan la maldad de las acciones humanas, son demonios.
Por ejemplo, ¡cómo se prostituyen las metáforas…!
Porque lo que es bueno o bello o con atisbos de belleza sí tiene la autorización divina para compararse con algo también bello o bueno, creando así cercanías y reflejos del cielo. Pero lo horrendo o malo no se debe disfrazar de bello o virtuoso a base de metáforas, porque eso es hacer un uso espúreo, mercenario y engañoso de las mismas. Es utilizar el oro para comprar carne podrida, es perfumar lo que de por sí es sucio y maloliente.
Entonces, cuando decimos que hay que des-secuestrar a la literatura del imperio del mal, afirmamos que la literatura debe recuperar su legítimo papel de, usando el maravilloso arte de combinar bien las palabras, ensalzar la virtud y pisotear al vicio. Porque un hombre como el Cid sí es duro como el pedernal, brillante como el diamante, valiente como el león. Pero también una pecadora ve lenta o más rápido pudrir inexorablemente su alma, como esa granada o esa guayaba que la carcomen por dentro los gusanos; su espíritu nunca llegará a ser sedoso y puro como la blanca piel del armiño, o finalmente sutil como el de la mujer de letras, por más que el literato nos quiera embaucar.
Una de las mayores fuerzas de la literatura es la creación de personajes, algunos que terminan siendo modelos de sus épocas.
De don Quijote a Sandokán, del Conde de Montecristo a Roland, un personaje bien descrito puede convertirse en el modelo (bueno o malo) a imitar de más de una generación. Cuando hablamos de personajes literarios, también nos referimos a los destacados del cine, que no son sino mera literatura plasmada en mucha imagen. Des-secuestrar la literatura del imperio del mal es también pedirle a la providencia que inspire a cada vez más gente a crear personajes interesantes, donde con las artes de las bellas letras se premien las cualidades y se castiguen las carencias (porque solo el bien es cualidad mientras que el mal es simple ausencia), para que los hombres no crean que ser feliz es ser bandido, maltrapillo, sensual, canalla o jugador.
Cuando un malo es presentado con ropajes buenos y bellos, no es más que un mono que se viste de seda. Pero a veces esos macacos atraen a los incautos que se dejan obnubilar e ilusionar por el frufru de unas ciertamente bellas sedas. Llevamos varios siglos en ello.
Una de las victorias del demonio, en el importante campo de la literatura, también fue el de establecer subrepticiamente que esos personajes que el cristianismo cataloga de buenos, terminan siendo aburridos, fofos, sin gracia. Y esto no es tan difícil de revertir, porque al final, toda cualidad endilgable a cualquier personaje, sea la astucia, el tesón, la belleza, la inteligencia, la ternura, son meros reflejos de Dios, esas cualidades no son aburridas y son buenas, y solo hay que saberlas mostrar. Des-secuestrar del imperio del mal a los personajes de la literatura, es que el arte de la buena combinación de las palabras sirva para exaltar y encantar con los buenos personajes, o las verdaderas cualidades de los buenos personajes, y para execrar a los viciosos o denigrar de los vicios de los hombres.
Des-secuestrar a la literatura del imperio del mal es hacer que la literatura sea verdaderamente una ventana al cielo, y que no nos intente engañar queriendo mostrar que el infierno es el cielo.
Por Saúl Castiblanco
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