Cuando se leen historias como la de nuestros dos santos de hoy, no se puede decir otra cosa sino que se siente la fuerza de la gracia que animaba esta Iglesia que aún era una tiernísima niña.
Redacción (02/07/2020 08:33, Gaudium Press) San Martiniano y San Proceso, dos mártires muy particulares.
Cuando se leen historias como la de nuestros dos santos de hoy, no se puede decir otra cosa sino que se siente la fuerza de la gracia que animaba esta Iglesia que aún era una tiernísima niña.
Después de haber conmemorado a San Pedro y San Pablo, y tras ellos a los protomártires del cristianismo, hoy celebramos a dos santos nacidos directamente del apostolado de las dos columnas de la Iglesia.
Eran Proceso y Martiniano soldados de Nerón, y cuidaban en la cárcel Mamertina, cuando tuvieron que custodiar a San Pedro y a San Pablo. Estos dos prisioneros les parecen primero extraños. Ellos no emiten sombras, de ellos sale una luz especial, ellos hablan bien, ellos regalan su comida, ayudan a los enfermos, hablan con entusiasmo de un Profeta Judío que llaman Jesús. Y ese tipo de presos, que se hacen llamar cristianos -que después de que Nerón decretara perseguirlos llegan a la cárcel por montones- empiezan a cambiar la fisonomía de la cárcel.
Y Proceso y Martiniano escuchan cada vez más y más a estos cristianos, empiezan a gustar de su mensaje, la gracia los va asumiendo, y un día deciden y manifiestan que quieren ser discípulos de Cristo. Piden el bautismo. Se ofrecen incluso como sustitutos de Pedro y Pablo para que puedan salir de prisión, permaneciendo ellos en su lugar.
Pero lo primero es el bautismo, y no había el agua que la materia indispensable de ese sacramento de vida, el del inicio de la vida cristiana. Y entonces el primer Papa opera otro milagro: San Pedro dibuja una cruz mirando la Roca Tarpeya, de la cual brota el límpida líquido que también sirve también para bautizar otros 47 que ya habían pedido el sacramento. Esa fuente hasta hoy no se agota, y es ocasión de muchos milagros.
La persecución se dirige ahora hacia los carceleros convertidos
Pero es claro que el imperio pagano no iba a admitir que unos carceleros ahora fueran anunciadores de la Buena Nueva de Jesús.
El juez Paulino manda llamar a Martiniano y a Proceso. Les dice que no se preocuparan, que habían tenido un momento de debilidad, de ilusión, pero que deberían dejar esas nuevas creencias, de esas bobadas, y que ahí ya estaba Júpiter, o Marte, o el dios pagano-demonio que fuera esperando sus inciensos, su culto. No conocía Paulino el poder de la gracia que les había venido con el bautismo, con las demás gracias actuales y sacramentales, y se tuvo que enfrentar este juez a la voluntad decidida de los cárceleros: Ellos son y permanecerán cristianos.
Comienzan las torturas
Se cuenta que les hicieron de todo. Que les hicieron contusiones en la boca, que recibieron todo tipo de azotes, que los atemorizaron con escorpiones… Finalmente los queman, y luego los decapitan. Pero cuando estaban siendo quemados, sin saberse bien cómo, el juez Paulino queda ciego, el espíritu maligno se apodera de él, muere a los tres días.
Había una matrona cristiana, Lucina, que recoge los cuerpos de estos dos mártires, como lo hacía con muchos. Hace que los sepulten en su propiedad, luego inicia la construcción de una iglesia en honra de ellos.
Están sepultados hoy en el cementerio de Damasco, en la Via Aurelia romana. Y hoy todo el orbe los recuerda, pues están en el cielo.
Con información de Catholic.net
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