Santa Isabel de Portugal tuvo una educación eximia, que harto le sirvió en su insigne vida.
Redacción (04/07/2020 07:31, Gaudium Press) Santa Isabel de Portugal tuvo una educación eximia. Nace en 1270, hija de Pedro III de Aragón, nieta de Jaime el Conquistador, biznieta del impío Federico II de Hohenstaufen, y sobrina nieta de Santa Isabel de Hungría, por quien recibió su nombre de Isabel.
De su educación, destacan los biógrafos que le fue inculcada la piedad, es decir la necesidad y gusto por la oración, la mortificación de gustos y caprichos, y la necesidad de creación de buenos hábitos de vida: “Tanta mayor libertad de espíritu tendrás cuando menos deseos de cosas inútiles o dañosas tengas”, le decían sus maestros y la alumna lo entendió.
Aun tierna niña, de 12 años, fue casada con el rey Dionisio de Portugal, que aunque le permitía la práctica de la religión y sus obras de caridad, era de carácter violento y era harto infiel. Infidelidad que soportó con heroicidad la joven Reina
Tuvo 2 hijos, Alfonso, que fue a su turno rey, y Constancia, que fue reina de Castilla. Pero Alfonso heredó el carácter del padre, lo que fue causa de muchos y serios conflictos, como se verá.
De Reina, fue el consuelo de su pueblo. Construyó albergues, una casa sanitaria para los pobres, una escuela gratuita, un casa para mujeres arrepentidas de mala vida, mil otras acciones desarrolló en bien de la nación. A la par de fuere, delicada en extremo, tenía un lindo vestido de novia que prestaba a las doncellas pobres que se iban a casar, además de una tiara. Cuando disponía de tiempo libre, confeccionaba con las damas de su corte ropas para los necesitados. También visitaba enfermos, ancianos necesitados. Una maravilla de la gracia y un gran regalo de Diois para los portugueses esta Reina.
Un día Dionisio, el duro esposo, sospechó que la Reina estaba tomando monedas del Tesoro Real para distribuirlas a los necesitados, algo que iba contra sus intereses. La siguió, la espió y cuando contempló que comenzaba su repartición se le acercó enfurecido, exigiendo que le mostrara sus manos. La Reina abrió la palma y no había allí monedas de oro sino pétalos de rosa: Dios había querido significar con un milagro su amor por la Santa generosa.
Interviene en las guerras entre padre e hijo
Alfonso odiaba la preferencia de su padre Dionisio por sus hijos naturales. Y cualquier hecho le era excusa para hacer la guerra contra su padre el Rey. En dos ocasiones promovió la guerra civil en el Reino. Santa Isabel hizo hasta lo imposible para que las luchas no terminaran en grandes tragedias.
A veces, vestida de sencilla campesina, fue a los campos de batalla para implorar a los partidarios del hijo o del esposo que se perdonaran, obteniendo la paz.
Escribió una vez a su esposo el Rey: “Como una loba enfurecida a la cual le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del rey se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo tiempo haré que primero me destrocen a mí las armas de los ejércitos de mi hijo, antes que ellos disparen contra los seguidores de su padre”. Y a su hijo le decía en carta: “Por Santa María la Virgen, te pido que hagas las paces con tu padre. Mira que los guerreros queman casas, destruyen cultivos y destrozan todo. No con las armas, hijo, no con las armas, arreglaremos los problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes para arreglar los conflictos. Yo haré que las tropas del rey se alejen y que los reclamos del hijo sean atendidos, pero por favor, recuerda que tienes deberes gravísimos con tu padre como hijo y como súbdito con el rey”. Sus esfuerzos no eran en vano, conseguía la paz.
Obtuvo por sus oraciones y sacrificios que su esposo muriera reconciliado con Dios. Su tiempo entonces quedó más libre para dedicarse a la oración, a la contemplación, a la caridad.
Un día se entera que su hijo Alfonso de Portugal había emprendido la guerra contra el rey de Castilla. Aunque anciana y enferma, viaja para lograr la paz entre estos dos reyes cristianos, bajo un clima caluroso al extremo, que hizo mella mortal en su salud.
Sintiendo que era llegada su hora, se hizo trasportar hasta un convento de Clarisas, donde fallece, confiante en la Virgen, el 4 de julio de 1336.
Se la declara santa de la Iglesia romana en 1626. Su sepulcro es ocasión de numerosos milagros y favores. Es la patrona para los territorios en guerra, que harto consiguió de paz mientras estuvo en esta tierra.
Con información de Corazones.org y EWTN
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