Un día tuvieron que sacarle sangre pues estaba enferma. La empleada de la casa puso las sangre en una matera, y de ella surgió un linda azucena. Santa Mariana también ofreció un día su vida para ahorrarle al pueblo los efectos de una epidemia.
Redacción (26/05/2020 09:41, Gaudium Press) A Santa Mariana de Jesús Paredes Flórez, (1618-1645), se la conoce como la Azucena de Quito, por su pureza eximia, por las maravillas de su vida, y también por un lindo hecho ocurrido cuando ella estaba enferma. Un día tuvieron que sacarle sangre, la cual la empleada de la casa regó sobre una matera, y de ella brotó una maravillosa azucena, o lirio, que es lo mismo. Dios venía a manifestar con ese bello hecho, su alegría por su Azucena en la tierra.
Desde muy tierna edad Mariana quedó huérfana de ambos padres, y fue su hermana mayor y su cuñado quienes se encargaron de la crianza. También desde muy pequeña quiso no sólo dedicarse a la piedad sino también favorecer la piedad de sus cercanos. Teniendo 7 años ya invitaba a sus primitas a rezar el rosario, el viacrucis. A los 8 años el sacerdote que le hizo el examen de religión con ocasión de su primera comunión, quedó gratamente sorprendido con su conocimiento de catecismo.
Como Santa Teresa de Jesús, quiso irse de casa a evangelizar paganos
Un día la niña Mariana escuchó en un sermón, que había muchas gentes que aún no habían escuchado hablar de Cristo, y haciendo algo parecido a lo que hizo la niña Santa Teresa, decidió partir con unas compañeritas a evangelizar paganos, pero en el camino la hicieron regresar. Otra vez fue que decidió con algunas de sus amigas – tras las huellas de grandes figuras de la antigüedad cristiana – irse de anacoretas a lo alto de una montaña a vivir en ayuno, en la contemplación y la oración. Cuando estaban ya de camino, un toro se les interpuso y las hizo regresar. Pero es muy bonito ver esos inocentes y cristianos deseos en almas cándidas, en las que Dios habita.
Ermitaña en la casa de su hermana
Ya de adulta, quiso en dos ocasiones entrar a una comunidad religiosa, pero no fue posible por diversas razones, y por ello entendió que era voluntad de Dios que permaneciera viviendo en el mundo. Por ello en el solar de la casa de su hermana y cuñado, padres adoptivos, se construyó una habitación separada, donde fue la Azucena viviendo día a día su vida de santidad. Cantaba, cánticos principalmente religiosos, tejía, bordaba, cosía, oraba, meditaba, le encantaba repasar la Pasión y Muerte del Señor.
El triple examen de conciencia
Un día encontró con los jesuítas un buen director espiritual que le enseñó el método de examen de conciencia de San Ignacio, que mucho le aprovechó: el de hacer tres veces por día un examen de su vida. Se examinaba en la mañana, para prever los peligros espirituales que podría tener ese día, y buscar evitarlos. Al mediodía realizaría su segundo examen de conciencia: En ese momento pondría especial foco en su defecto dominante, su vicio capital, la falta más frecuente que cometía, para pedir a Dios luces de cómo debería luchar contra ella. Y en el tercer examen de conciencia del día, realizado ya de noche, Santa Mariana recordaría las faltas cometidas en el día, y pediría al Señor fuerza para no repetirlas más.
Fue muy mortificada en los placeres incluso lícitos, como comidas, descanso. No salía mucho de su cuarto, mayormente sólo al templo, en las mañanas, a misa. Quiso realizar de forma explícita, a lo largo de cada jornada, alabanzas que expresaran su amor a Dios. Leía y meditaba diariamente 12 salmos de la Sagrada Escritura, que era algo así como su oración diaria del breviario o lo que hoy es la liturgia de las horas.
Una santidad que no puede ocultarse
Sin embargo, el brillo de la santidad aunque quiera permanecer oculto, no siempre puede esconderse, y por ello las personas comenzaron a acudir a Mariana a pedir consejo, consejos que siempre se revelaban como venidos del cielo. El propio Jesús le avisó a Mariana varios hechos que ocurrirían en el futuro, y como se confirmaron, eso acrecentó su fama. Ella incluso anunció el día de su muerte.
Cuando había que decir verdades, por el bien de las almas, también las decía, siempre con caridad. Un día ofreció un importante consejo a un inteligente y estudiado sacerdote, que predicaba más por vanidad: “Mire Padre, que Dios lo envió a recoger almas para el cielo, y no a recoger aplausos de este suelo”. El Padre fue humilde, y buscó desde entonces hacer bien a las almas y no lucirse.
Ocurrieron en una época fuertes terremotos en Quito, y en un sermón un jesuíta ofreció a Dios su vida para que cesasen por el gran mal que estaban causando. En ese momento la Azucena de Quito dijo: “No, señor. La vida de este sacerdote es necesaria para salva muchas almas. En cambio yo no soy necesaria. Te ofrezco mi vida para que cesen estos terremotos”. Dios no tomó en ese momento la vida de Santa Mariana, pero no fue sino que saliera de la Iglesia, para que la virgen sintiera ya signos de fuerte enfermedad.
“Heroína de la Patria”
Algo parecido ocurrió cuando hubo una fuerte epidemia en Quito. Santa Mariana ofreció sus padecimientos para que cesaran los efectos del mal, y desde ese momento no murió más gente. Quien sabe cuanto sufrió la Azucena para que Dios concediera esa gracia. Y en recuerdo de ese insigne ofrecimiento, el Congreso ecuatoriano le dio el título de “Heroína de la Patria”, en 1946. Eran otros tiempos, cuando la gente todavía reconocía que las cosas no pasan porque sí, sino que todo está sujeto a la Providencia divina, y que es con la oración y el sacrificio con los que se consiguen los bienes para esta tierra.
Muere nuestra Santa Mariana el 26 de mayo de 1645, asistida por padres de la Compañía de Jesús. Muchos favores se obtienen con su intercesión. Pío IX la declara beata, y Pío XII santa.
Con información de EWTN
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