El amor que San Gregorio Magno tenía por los anglos, hizo exponerle un osado desafío a una persona que apreciaba mucho, el abad del monasterio de San Andrés, Agustín.
Redacción (27/05/2020 08:20, Gaudium Press) Es sabido que apenas subido el Señor a los cielos, los apóstoles y discípulos quisieron cumplir su mandato de hacer discípulos en todas las naciones y fueron a recorrer la Tierra anunciando el mensaje de salvación.
Si incluso en la lejana América hay tradiciones de un venerable evangelizador que muchos identifican con Santo Tomás Apóstol, que ciertamente llegó hasta la India, Inglaterra no es la excepción y se cuenta que allí estuvo José de Arimatea, ya no temeroso sino fortalecido por el Espíritu Santo.
Pero si así fue, después de esa primera predicación los ingleses recayeron en la idolatría. El inicio de la conversión de los pueblos ubicados en lo que hoy son las islas británicas, estaría reservado a un humilde pero gran monje, el prior del monasterio benedictino de San Andrés en Italia, Agustín, que después sería conocido como San Agustín de Canterbury.
Dios ya estaba tocando el alma de una Papa santo, y de un rey casado con una santa
Reinaba en la Iglesia de Roma un gran Papa, no solo santo sino que llevaría después el apelativo de ‘Grande’, San Gregorio Magno. Un día un barco lleno de prisioneros capturados del norte atracó en Roma. Un hombre que los vio, Gregorio, preguntó quienes eran. “Sunt Angli”, respondió el comerciante. “Non Angli, sed angeli”, respondió el que sería después Papa: “No son anglos, son ángeles”. El amor que este Pontífice acogía por este pueblo, lo hizo exponerle un osado desafío a una persona que apreciaba mucho, el abad del monasterio de San Andrés. Junto a Agustín, el Papa destinaba 39 monjes más para la evangelización de la lejana Inglaterra.
Agustín el monje se decidió sin duda, (hablamos del año 597) pero cuando arribó a la isla de Lérins en el norte de Francia, los nativos le hablaron de la ferocidad de los sajones que vivían en las islas de los anglos, y esto hizo que Agustín regresara a Roma a pedirle al Papa que no se realizara la suicida empresa. Sin embargo San Gregorio Magno, inspirado por el cielo, lo animó y el monje benedictino Agustín retomó los bríos y se decidió a cruzar hasta las islas británicas, aunque ello le llevara la vida y la de sus compañeros.
Pero Dios Nuestro Señor ya estaba también preparando el campo fértil al otro lado del Canal de la Mancha: El Rey Etelberto de Kent se había casado con la hija del Rey de París, Berta, quien era cristiana y muy virtuosa. Por eso, cuando se enteró de la llegada de los monjes a la isla de Thenet, fue el propio rey a darle la bienvenida movido por su querida y virtuosa Berta.
Los monjes avanzaban en cortejo al encuentro de la comitiva real, cantaban las letanías, y fueron llevados después hasta la residencia que el rey ya les había destinado, en Canterbury, entre el mar y Londres. Desde entonces, Canterbury suena a todos como el centro de la vida religiosa de Inglaterra.
Desde el inicio, gran éxito en la obra evangelizadora
A diferencia de otras empresas similares de evangelización, la labor pastoral de Agustín de Canterbury y sus monjes fue rápidamente exitosa. El propio rey pidió el bautismo, y según cuentan las crónicas, antes de terminar el primer año de labores de misión ya se habían bautizado 10.000 ingleses.
Conocidas estas buenas nuevas por el Papa Gregorio, mucho se alegró. Hizo Arzobispo Primado de Inglaterra a Agustín, le envió más colaboradores, ordenó crear otras dos jurisdicciones además de la de Canterbury, la de Londres y la de Rochester. Le indicó al monje convertido en Arzobispo primado que no destruyera los templos paganos sino que los transformara en cristianos, y así con las fiestas paganas, que las convirtiera en cristianas.
Sabios consejos de un Papa Santo a un Arzobispo Santo
Pero no abandonó San Gregorio Magno su papel de pastor incluso con el Arzobispo Agustín, y para tal le envió una comunicación con sabios consejos de vida espiritual:
“Dios le ha concedido el don de hacer milagros, y le ha dejado el inmenso honor de convertir a muchísimos paganos al cristianismo, y de que las gentes lo quieran y lo estimen mucho. Pero cuidado, mi amigo, que esto no le vaya a producir orgullo. Alégrese de haber recibido estos regalos del buen Dios, pero tenga temor de no aprovecharlos debidamente. Consuélese al ver que con los milagros y la predicación logra que tantos paganos se vuelvan cristianos católicos, pero no vaya a creerse mejor que los demás, porque entonces le estaría robando a Dios el honor y la gloria que sólo El se merece. Hay muchos que son muy santos y no hacen milagros ni hablan hermosamente. Así que no hay que llenarse de orgullo por haber recibido estas cualidades, sino alegrarse mucho al ver que Dios es más amado y más glorificado por las gentes”.
Consejos de un santo, asumidos íntegramente por un Arzobispo también santo.
Muere San Agustín el 26 de mayo de 605 y es enterrado al día siguiente, y por ello celebramos hoy su fiesta. Su gran figura sigue suscitando la admiración, no sólo en el país que ayudó a convertir, sino en el mundo entero.
Con información de EWTN
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