Hombre inteligente, sabio, monje benedictino, tutor de un emperador.
Redacción (31/10/2021 09:54, Gaudium Press) Hoy la Iglesia conmemora, entre otros santo, a San Wolfgang de Ratisbona, obispo de esta ciudad, que nace en el 937 y muere en el 994. Es claro, la Iglesia también se está preparando a la fiesta de Todos los Santos, y la de los Fieles difuntos.
Su sonoro nombre igual al de Mozart, de origen gótico, significa el que camina como el lobo. El Santo obispo decía que sí, que él era como el lobo, que corría detrás de las ovejas pero no para matarlas sino “para alimentarlas” con el pan de vida.
Primero fue profesor, pero no satisfecho con la mera enseñanza, entró a la orden de San Benito, en Eisiedeln. Ahí el abad lo hizo director de la escuela del monasterio.
San Ulrico, obispo de Augsburgo, lo ordenó como sacerdote.
Para saciar su celo misionero, fue a evangelizar en Hungría aunque no fue un apostolado muy fructífero.
El emperador Otón II supo de sus cualidades, lo manda llamar a Francfurt, y allí le hace obispo de Ratisbona, la gran ciudad católica (hasta hoy) en Alemania, aunque el monje San Wolfang hizo todo para que eso no ocurriera. Ciertamente el sello católico que aún impregna esta ciudad se debe en parte al legado de este obispo medieval.
El ejemplo virtuoso del prelado, que mantuvo en lo posible todas sus costumbres de monje, transformó la ciudad, incluyendo al clero. Eximio en la oración, sus sermones eran muy apetecidos. Se cuenta que operó numerosos milagros en vida.
Gustaba del retiro, y a veces se ‘escapaba’ para en la soledad estar en mayor contacto con Dios, pero era también responsable en las obligaciones que imponía su cargo. Participó en varias dietas imperiales (algo así como estados generales, o congresos de representantes de la sociedad), y estuvo con el Emperador en una campaña militar en la vecina Francia.
Fue el tutor del emperador Enrique II, que también fue santo.
Cuando hacía una visita pastoral a Peppingen, cerca de Linz, cayó enfermo. Quiso recibir la unción de los enfermos en el propio altar. Cuando la gente se enteró que estaba en transe de mejor vida acudió en cantidades a verlo. Entonces el Santo obispo dijo a los que lo cuidaban: “Dejad que me vean morir y que Dios no dé a todos su misericordia”.
Con información de Catholic.net
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