Casey Mulligan, de la Universidad de Chicago, Jesús Fernández-Villaverde, de la Universidad de Pensilvania, participaron de un dialogo moderado por Joseph Kaboski, de la Universidad de Notre Dame.
Washington (15/05/2020 08:45, Gaudium Press) Las regulaciones gubernamentales son desarrolladas teniendo en mente “los intereses y los estilos de vida de las clases elevadas”, mientras que los pobres “no tienen silla en la mesa que reglamenta”: así se expresó Casey B. Mulligan, profesor de economía en la Universidad de Chicago, en evento online realizado el 5 de mayo pasado por el Instituto Lumen Christe, en dicha universidad. Mulligan también fue economista jefe del Consejo de Consultores de Economía de la Casa Blanca, en la administración Trump.
Junto a Mulligan estaba el profesor de economía de la Universidad de Pensilvania Jesús Fernández-Villaverde, quien compartió panel analizando las repercusiones económicas de la actual pandemia. Moderaba el encuentro Joseph Kaboski, profesor de economía de la Universidad de Notre Dame, y consultor del episcopado americano.
Costo diario del confinamiento
Mulligan estimó que las órdenes de confinamiento de las personas en sus hogares hasta la fecha alcanzaban un costo de U$ 28 billones diarios, lo que consideraba excesivo en comparación con el costo de vidas por la pandemia. Y su estimativo no contabilizaba actividades no comerciales como educación no recibida por parte de los jóvenes.
Destacó que esos costos no se distribuyen equitativamente entre todas las franjas de la población, sino que afectan principalmente a las personas jóvenes. Muchos de los desempleados por causa de la pandemia no tienen educación profesional, afirmó.
Por su parte Fernández-Villaverde dijo que estaba “realmente bastante preocupado” con los millones de americanos por debajo los 40 años, que él definió como “los verdaderos perdedores de esta situación”. Las repercusiones económicas de la epidemia entre las personas jóvenes y sin educación profesional, incluyen pérdida de oportunidades de educación y trabajo, dificultades para criar una familia, y rentas bajas que causarán desafíos para sostenerse en la vida diaria.
“Esto no es sólo sobre economía, no es sólo sobre ‘vamos a asegurarnos de salvar las corporaciones de América’ ”. “Estamos enfrentando muy serios perjuicios y sólo cerrar nuestros ojos pretendiendo que esos perjuicios no están allí, porque nos sentimos mal hablando de esos perjuicios, no pienso que eso sea muy responsable”, puntualizó el economista de la universidad de Pensilvania. Fernández-Villaverde es además investigador asociado de la Oficina Nacional de Investigación Económica.
Con un total de 120.000 muertes proyectadas en EE.UU. en la primera ola de la pandemia hasta agosto, Fernández-Villaverde dice que prefiere pensar en términos de cómo el país puede asumir tal pérdida de vidas humanas “en la forma que sea menos costosa para todos”.
La auto-regulación
Propone el profesor Mulligan que el gobierno use incentivos individuales como principio de regulación.
Por ejemplo, que los que son más vulnerables al Covid 19 sean conscientes de ello, y sean motivados a auto-protegerse. Que las normas gubernamentales apoyen esas medidas tomadas sobre la base de las diferencias individuales.
Sobre el papel de médicos y economistas en los modelos epidemiológicos, Fernandez-Villaverte dijo que los componentes clínicos y terapéuticos del virus son competencia de los expertos médicos. Sin embargo, en los modelos epidemiológicos, que muchos son modelos dinámicos, los economistas deben entrar a analizar para informar a los creadores de políticas públicas aquello que es más sostenible y menos cargoso para la economía.
En esa línea, Mulligan citó el caso de los estudios de los economistas Richard A. Posner y Tomas J. Philipson, cuando la epidemia de sida en la década de los 80’s y 90’s. Los modelos económicos, que consideraban los incentivos humanos para la autoprotección, predecían una mucho más baja rata de infección que las estimaciones epidemiológicas. Y acertaron.
“Encontrar la forma de eliminar la enfermedad y tratar la enfermedad, es hoy más valioso de los que los médicos realmente creen”, pues “sus beneficios van más allá de reducir la tasa de muertes”, sentenció Mulligan.
Con información de Catholic News Service
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