Jesucristo, Pináculo de la Creación, Protector de la inocencia, de la vía de la contemplación
Redacción (17/03/2021 17:16, Gaudium Press) Escribíamos hace un tiempo que lo maravilloso es el pedestal de la fe, porque, de hecho, la tendencia hacia lo maravilloso y hacia el Absoluto que hay en todo ser humano – y que se evidencia especialmente en el niño aún no estropeado por el pecado original – encuentra su coronación natural en todo el universo de la fe cristiana.
De hecho, como afirmaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, la gracia favorece ese camino.
Cuando al alma del niño inocente – aquel que se encanta desinteresadamente por un pajarillo, por un atardecer, por las bondades de su madre, por todas las maravillas del Orden del Universo – se le presenta bien a Jesucristo, es realmente fácil que en ese camino hacia el Absoluto el infante entronice al Dios-Hombre como la cima de su contemplación, de su construcción mental, de toda su visión del Universo. A Jesucristo y su Iglesia. La gracia favorece ese camino, que consideramos es el natural hacia la consolidación de la fe.
Pináculo de la Creación, protector de la inocencia, de la vía de la contemplación
Es decir, el niño inocente bajo la acción de la gracia encuentra no sólo natural la existencia de un Dios, sino también a esa Unión-Divina entre el universo material y espiritual y la Divinidad que es Cristo el Redentor, Ser Humano perfecto, también Dios, en quien se halla el pináculo de todas las virtudes y de todas las arquetipías.
De lo anterior se derivan otras consideraciones:
Una forma adecuada a ese camino hacia el Absoluto de presentar a Jesucristo, es afirmar que Él no solo es el pináculo de la Creación, sino también el protector de ese camino, es decir, que es el Dios-Hombre quien custodia y es paladín de la Inocencia, entendida ésta como ese camino que lleva al hombre a buscar y encantarse con las maravillas, con las cosas celestiales, con las cosas sublimes, que son peldaños para llegar a Jesús. Se establece así algo a la manera de una ‘nueva-alianza’, entre la inocencia del inocente y la maravilla del Inocente Creador-Hombre.
La devoción al Sagrado Corazón es muy propicia para generar esa ‘alianza’, pues en ella brilla de forma especialísima la bondad de Jesús, una bondad regia y majestuosa, pero también misericordiosa y protectora, dispuesta a perdonar todos los trasvíos de la vía de la Inocencia y solícita en enderezarnos hacia su final dichoso con Él.
El Sagrado Corazón es la concretización y el símbolo del hombre perfecto, que aunque no comparte nuestras miserias sigue siendo hombre, y tiene la fuerza y el deseo de llevar a la perfección deseada a sus hermanos humanos, si lo admiran y se entregan a Él.
En esa línea, se puede pensar en una visualización de los santos, y de todas las maravillas de la Iglesia Romana. Contemplar la vida de los santos es ver pináculos particulares de virtudes, y reflejos del Corazón de Cristo, que nos ayudan a entenderlo mejor y admirarlo más. Todas las otras maravillas producidas por la Iglesia Católica, el arte surgido de su seno, las civilizaciones, su liturgia, su estructura, igual.
Es claro que no podemos terminar, sin hablar de ese co-pináculo de la Creación que es la Virgen.
Ella era una contemplativa del Orden del Universo, pues todas las cosas las miraba, las analizaba, las correlacionaba y las guardaba en su Corazón. Afirman diversos autores que su contemplación es además determinante del centro de la Historia, pues fue cuando terminó de idear la figura del Mesías que el Verbo de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros.
Ella es por tanto también protectora de esa vía de la Inocencia rumbo a Dios y a las verdades de la fe, que Ella misma transitó en vida. Y a quien le pide, a sus hijos, Ella los defiende y defiende su inocencia como un ejército terrible, en orden de batalla; Acies Ordinata.
Por Saúl Castiblanco
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