Este hermano, de la comunidad de las Bienaventuranzas, dice que lo que lo llevó a Dios fue la belleza.
Redacción (18/06/2021 10:20, Gaudium Press) El Hno. Bernard, protagonista de esta historia que trae Famille Chrétienne y resume Javier Lozano de ReligionenLibertad, había nacido en un hogar en Nantes – Francia que era católico, de padre médico y madre enfermera. Pero lamentablemente fueron devastados por la parafernalia hoy desgastada del mayo del 68 francés, que arrasó la fe de este hogar.
Chocaron también con la encíclica Humanae Vitae, sobre la regulación de la natalidad, y alejándose de la Iglesia no volvieron a la eucaristía.
Xavier, que así se llamaba en el mundo el hoy hermano Bernardo, alcanzó a recibir los primeros sacramentos y algo de catequesis, pero afirma hoy que verdaderamente cree que no tenía fe. Llega luego la adolescencia y “a los 14 años ya había experimentado con el alcohol y las drogas”, cuenta.
Le siguió una vida ‘bohemia’, donde seguía sus estudios – era bastante inteligente y sobresalía – que combinaba con su gusto por las gemas, la botánica, el piano, la literatura. Estudió medicina, pero decepciones en su desempeño lo llevaron a sumergirse en los vicios.
Toca el fondo
En la facultad conoció a su novia, con la que se fue a vivir juntos, y para llevar la contra a un mundo que veía el matrimonio como una excentricidad, decidieron casarse, primero por lo civil y luego por la Iglesia. “La misa no significó nada para nosotros – narra. Fue una ceremonia con el telón de fondo de Gainsbourg, Ferrat y Carmina Burana [piezas musicales]”. En la misma boda los recién casados dijeron a los invitados: “¡Si nos separamos, os volveremos a invitar!”. Tres años después se divorciaron y él se hunde en el abismo: tocaba el piano en la noche en bares, y ahogaba su soledad en alcohol y drogas.
Pero un día un amigo viéndolo en lamentable estado lo invita a la Comunidad de las Bienaventuranzas, “una comunidad católica presente en veintiséis países. Reúne en la misma familia espiritual a sacerdotes y hermanos consagrados, hermanas consagradas y laicos, casados o solteros, que comparten una vida fraterna, una vida de oración y de misión. Juntos desean seguir a Cristo en el camino de las Bienaventuranzas”, según se dice en su página web.
Aunque era un ateo, lo impresionaron la vida fraterna y especialmente la belleza de la liturgia.
El medio de la belleza
“Fue lo bello lo que me trajo de regreso a Dios”, cuenta el hermano Bernard. Lo tocó particularmente una escena vivida apenas llegó: “En la cena del viernes por la noche, los hermanos sacaron hermosos manteles y velas, todos estaban vestidos de blanco y las canciones eran sublimes. Al final de la comida, se podían colocar velas al pie de un icono de la Virgen de Vladimir”. Por primera vez en su vida rezó: “María, si existes, me gustaría tener la misma certeza que los que me rodean”. Se había encontrado personalmente con Dios por vez primera.
Quiso entonces ser de la comunidad que lo acogía. Inició la anulación de su matrimonio y la obtuvo, y en 1992 tomó el hábito de los hermanos y dos años después profesó sus votos perpetuos.
Hoy el hermano Bernardo de Jesús combina su misión religiosa con la de poeta, y participa en el proyecto Tobías y Sara, de acompañamiento a matrimonios en dificultades.
Volviendo su vista atrás, Bernardo sonríe pensando: “El buen Dios no se cansará nunca de acogernos: si hay distancia, siempre viene de nuestra parte. El matrimonio, como la vida consagrada, se basa en el arte de perseverar. ¡En esta escuela de amor somos aprendices perpetuos!”. En el anillo de su consagración está inscrito en hebreo un texto del Cantar de los Cantares: “Yo soy de mi amado y mi amado es para mí”.
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