viernes, 22 de noviembre de 2024
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Introducción a la Revolución Tendencial para dummies – III La contemplación del samoyedo

Antes del Pecado Original, las tendencias humanas se encontraban en completo orden, es decir, obedecían a la recta razón y a la recta voluntad.

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Redacción (13/10/2024 16:34, Gaudium Press) La Revolución Tendencial, de la que hemos venido hablando en recientes notas —y que hemos conceptuado como un ‘juego’ con elementos sensibles (y sus componentes: formas, colores, sabores, olores, sonidos, etc.) presentes en las artes, los ambientes, las modas, en toda la realidad que nos circunda, que fomenta el desorden de las pasiones o desorden en las tendencias, y favorece la creación de una mentalidad revolucionaria, igualitaria y sensual— aprovecha un desorden raíz creado en el hombre por el Pecado Original.

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Efectivamente, y como expresa el Doctor Angélico, antes del Pecado Original, las tendencias humanas se encontraban en completo orden, es decir, obedecían a la recta razón y a la recta voluntad: “Por la justicia original, la razón controlaba perfectamente las fuerzas inferiores del alma; y la razón misma, sujeta a Dios, se perfeccionaba” (1).

Ampliando esta consideración, el prof. Plinio Corrêa de Oliveira mostraba como tal ordenación originaria de las potencias del alma no facultaba un uso de la Creación para el mero deleite, sino que era sobre todo un volar hacia Dios: “Mirando cualquier cosa del paraíso, o simplemente sintiéndola, el hombre sabía dirigir su alma sobre todo hacia Dios, Creador de todo. En el calor y la brisa fresca, sabía ver la Providencia divina. No se detenía en el deleite —como en un balneario de hoy, extendiendo los brazos y tratando de disfrutar del viento— sino que pensaba: ‘Cómo el calor del día me recuerda el poder de Dios! Cómo la brisa fresca me recuerda la sabiduría con la que Él limita su propio poder, para que su presencia no resulte excesiva para con el hombre que ama’. Y recibía cada cosa como un don y un afecto de Dios”. (2)

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Pero ocurrió el desastre de los desastres, el pecado, Adán comió del fruto prohibido. Entonces “con su pecado se rompió el perfecto equilibrio que lo habitaba: su inteligencia se embotó; su voluntad se endureció con relación al bien, haciéndose débil e indecisa, y obrar correctamente se volvió difícil; la concupiscencia, antes reglada por la templanza, se enardeció en demasía y comenzó, contrariando los principios de la razón, a buscar la saciedad en los bienes terrenales”. (3)

La Revolución Tendencial, por medio de ese juego-arte con los elementos creados y sus componentes, justamente lo que hace es disparar, insuflar, potenciar ese desorden interno en el alma fruto de la caída primera, causando un torbellino que —como hemos visto de acuerdo con las tesis de Revolución y Contra Revolución— no se queda en un mero disturbio psicológico de carácter individual, sino que tiene la terrible potencialidad de conducir al huracán de la Revolución Anárquica y Hedonista, que es progresiva y hoy casi total, dominante.

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Un ejemplo de cómo era el orden y cómo es el desorden, establecido por el Pecado Original y favorecido por la Revolución Tendencial.

Pensemos en la alimentación.

Es claro que en el paraíso terrenal el hombre también comía, por ejemplo un delicioso mango, de dulzura de miel, textura aterciopelada y color naranja, muchísimo más rico que cualquiera de los mangos que nos deleitan en este valle de lágrimas de tanto en tanto. En mi país hay unos mangos llamados “de azúcar”, que son de rechupete. Pues bien, en el paraíso, el hombre se deleitaba temperantemente con ese mango, de acuerdo con la razón, que le mostraba que su sabor era sobre todo un reflejo de la delicia de Dios y que el conexo deleite sensible era legítimo, pero tenía un límite que no debía traspasar. Sin embargo ahora… la tendencia, mayor o menor dependiendo de cada cual, es a quedarse en el mero placer sensible, y a atragantarse de mangos y más mangos, incluso hasta traspasar los límites del menoscabo a la salud. La tendencia al desorden creó fuertes raíces en el alma, y solo puede ser controlada con la virtud de la templanza, que es, en sentido lato “la moderación que impone la razón en toda acción y pasión”, y en sentido estricto teológico “la virtud sobrenatural que modera la inclinación a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto, conteniéndola dentro de los límites de la razón iluminada por la fe”. (4)

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Foto: Fatemeh Zakeri en Unplash

Ya vimos arriba que el desorden principal se introdujo en la concupiscencia, que es, desde Aristóteles, el apetito de los placeres sensibles, la sensibilidad, cuyo ejercicio “de suyo no es malo”, pero “lo que ocurre es que a raíz de la caída original del género humano, se rompió el equilibrio de nuestras facultades, que sometía plenamente a la razón nuestros apetitos inferiores; y, a consecuencia de esa ruptura, la concupiscencia o apetito del placer se levanta muchas veces contra las exigencias de la razón y nos empuja hacia el pecado”. (5) Sí, uno de los principales objetivos de la Revolución Tendencial, es aumentar esa inclinación de la concupiscencia desordenada, enviciándola más y más en cada vez más placeres, por encima del imperio de la razón, de la fuerza de la voluntad y del orden divino, que manda reportar a Dios —aunque sea virtualmente— toda la actividad de nuestro ser.

El sano deleite

Recalcamos que el desorden de la concupiscencia fue también la obstaculización del sano y profundo deleite.

El hombre hipertrofiadamente corporal y animalesco de nuestros días cree que el mayor deleite es el meramente sensible. Entre tanto, esto es falso: el mayor deleite era el que sentía Adán o Eva cuando terminaba el proceso cognoscitivo del Orden creado en Dios.

Imaginemos que Eva estuviese viendo por ejemplo un pomerania o un bello samoyedo, con su plumaje blanco esponjado, su hocico afilado y aquella nota de cierto desdén por quien está contemplando su belleza. Es claro que el primer movimiento del espíritu de Eva sería el del agrado sensible (ya lo decía Santo Tomás, lo bello es lo que visto agrada), ante un tan magnífico animal. Pero su proceso cognoscitivo sensible, sería solo el primer escalón hacia un proceso cognoscitivo más intelectual, con repercusión ya no solamente en los sentidos, sino en todo el espíritu. Y después, Eva podría terminar este camino contemplativo en una especie de mística natural, es decir, viendo aquellos atributos o cualidades que el Samoyedo estaría simbolizando de la Esencia Divina, mística natural a la que se sumaría la gracia divina de acuerdo con la disposición de Dios. Eva podría decir algo como ‘oh qué elegancia, qué donaire, qué distinción, reflejos de la Belleza Divina’.

Ese proceso sería super placentero, pues estaría implicando todo el ser del hombre, no solo los sentidos, también su inteligencia, su voluntad y su deseo innato y poderosísimo de Dios.

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Foto: Faber Leonardo en Unplash

Además, ante la contemplación del Samoyedo, Eva no tendría el deseo intemperante de apropiación de ese animal. Si Dios quisiese obsequiárselo para una compañía constante, ella encantada; pero si no, Eva —que habría terminado su proceso cognoscitivo del Samoyedo en la belleza divina— seguiría buscando al Creador en el río que canta, en el lirio del campo, en su esposo Adán, y no tendría ningún apego vicioso, que proviene normalmente de un proceso contemplativo que se ha enviciado en la mera delectación sensible, sin uso de la inteligencia y en la ausencia de la mística, que es justamente la tendencia que tenemos nosotros, herederos del pecado original de la Madre del género humano.

Justamente la Revolución Tendencial busca favorecer ese desbarajuste, potenciando la inclinación a la hipertrofia y el predominio de la sola facultad sensible, de la concupiscencia; concomitantemente cuando por ese aspecto se desbarajusta el equilibrio interno del alma, va también surgiendo el orgullo igualitario, que todos los vicios hermanos son.

Esa labor —sutil al inicio, y en procesos más avanzando más potente y abierta— la hace normalmente la Revolución Tendencial por los excesos.

Busquemos ejemplos que ilustren la cuestión.

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Foto: Ricardo Gómez en Unplash

Cualquier empresa y campaña de publicidad explica su razón de existir en la medida en que logra aumentar las ventas de bienes y servicios. Pero es claro que ellos no están preocupados con la virtud de los hipotéticos clientes sino con atraer la facultad sensible para que ella se sobreponga y obligue a claudicar la voluntad del comprador. En ese interés, casi que toda la publicidad apela a los sentidos, ataca los sentidos y no la razón, convirtiéndose así, en agente de Revolución Tendencial. La intención, pues, no es tanto apelar a la razón, porque esta me podría advertir que no tengo dinero para comprar tal artículo, o esta puede analizar el producto y decirme que no tiene las cualidades que se le endilgan o de las que preciso. Es mostrar el producto de forma tan llamativa que la facultad sensible ‘grite’ al hombre su atracción, buscando acallar la voz de la razón y la voluntad. Exceso en ataque sensible intenso y constante al hombre, el que busca ejercer la publicidad.

Otro exceso es la rapidez con que se suceden y llegan al hombre las impresiones sensibles.

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Foto: yns plt en Unplash

No es por acaso que las series de televisión o filmes tipo Hollywood desarrollan sus tramas de forma no solo impactante y excitante, sino también rápida, en secuencia acelerada de imágenes junto a diálogos más bien cortos y rápidos, todo veloz. Eso por el mismo principio, pues lo que se busca es aprisionar a la facultad sensible y hacerla que reclame cada vez más su alimento, engordándola y acallando la voz y el papel rector de la razón y de una voluntad que se deja iluminar por ella. Es tan dañina la aceleración en el contacto con los elementos sensibles, que incluso seres buenos contemplados de forma acelerada, terminan desordenando el espíritu.

En anteriores notas, tuvimos la oportunidad —siguiendo el pensamiento del prof. Plinio Corrêa de Oliveira— de describir la ‘técnica’ y los efectos de esta rapidez y excesos de datos sensibles, que hipertrofian el apetito sensitivo, a la manera del proceso del drogadicto: sí, el hombre de nuestros días es un enviciado en el exceso de los estímulos sensibles. Este exceso, atrofia la razón y torna raquítica la voluntad: la razón cada vez menos habla al interior sobre el uso moderado y el fin bueno de las cosas, y la voluntad es cada vez más frágil para llevar al hombre a emprendimientos arduos o para frenar el desbocar de las pasiones.

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Concluyendo, la Revolución Tendencial es el ‘juego’ siniestro realizado con elementos sensibles, para ir enviciando al hombre en los excesos que caotizan el alma, tornando desordenada y tiránica la concupiscencia, favoreciendo el orgullo igualitario y convirtiendo en raquíticas la razón y la voluntad. Bien se vislumbra aquí el papel del sacrificio y también del sufrimiento, para mantener el equilibrio interno del hombre. El hombre meramente placer y no sacrificio, es títere y finalmente esclavo de la Revolución Tendencial.

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En sentido contrario, ambientes que sean bellos sin excesos, no desordenantes, que sean contemplados de forma serena, favoreciendo así que el proceso cognoscitivo trascurra completo y se eleve frecuentemente hasta el Creador, son actores primordiales de la Contra Revolución Tendencial.

Llegados al final de estas líneas acerca de la Revolución Tendencial, estas no pueden terminar sin hablar del indispensable papel de la gracia en todos estos combates.

Vimos que al final, la gran vacuna contra la Revolución Tendencial resulta que es la Templanza, virtud que se ha definido arriba como una decidida moderación de los placeres sensibles. Pero teniendo en vista la debilidad natural del hombre, y más hoy justamente a causa de la Revolución Tendencial, esa moderación general es imposible sin la ayuda de Dios. Por eso cada vez más personas se estrellan contra el fracaso, cuando quieren recabar de su espíritu la mera templanza natural. No; hay que pedir la sobrenatural, hay que pedir esa de origen divino, esa que solo Dios da.

Esto se consigue de rodillas, rezando, pidiendo, sintiéndose miserable y necesitado de la misericordia, esa que Dios siempre está dispuesto a dar…

Por Saúl Castiblanco

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1 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I-II, q. 85, a. 3.

2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 9/11/1984 in La más sutil de las revoluciones… y la más eficaz: la Revolución Tendencial.  Hna. María Beatriz Ribeiro Matos, EP. Gaudium Press. Ene 2024.

3 La más sutil de las revoluciones… y la más eficaz: la Revolución Tendencial.  Hna. María Beatriz Ribeiro Matos, EP. Gaudium Press. Ene 2024.

4 Royo Marín, Antonio. Teología de la Perfección Cristiana. n. 449.

5 Ibidem, n. 226.

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