“…ven alma, construyamos juntos no el Reino de la Moda, sino un Reino magnífico…”
Redacción (25/11/2024 15:33, Gaudium Press) ¿Por qué la gente se viste más o menos de la misma manera, crecientemente padronizada, a la manera de muñequitos salidos en serie por la puerta de atrás de la fábrica? Es cierto que cada tanto aparecerá un estilo retro o vintage, u otro muy ‘de vanguardia’, pero el mainstream de las personas cumplirá a cabalidad los cánones de la moda del momento, que hoy tiende a lo ‘descomplicado’, a los jeans sin planchar, a las T-Shirt de algodón, a los tenis que ojalá pronto no deban amarrarse sino que se puedan calzar con un simple desliz.
Es la ley de la moda, no promulgada ni fijada en ningún muro pero divulgada por múltiples canales, de obediencia férrea y forzosa, que ejerce efectiva su imperio dictador, a veces discreto a veces burlón, sobre todo y sobre todos, y se vuelca agresiva hacia aquellos que osan cuestionarla: si en cualquier centro comercial de nuestros días apareciera una dama con sus niños vestidos a la usanza medieval, ella de gorro cónico del cual cae como nieve un suave velo de encaje, no con falda acampanada a lo María Antonieta pero sí larga y de brocado, de colores vivos haciendo juego con sus sandalias de seda, no como quien va camino a una fiesta de disfraces sino como la que se trajeó para salir a la calle, ciertamente esa dama sería el centro de las miradas de todos, sería rayo en noche oscura, bastantes la contemplarían con admiración, pero tras el estupor inicial en cierto momento no pocos dirían o pensarían cosas por el estilo de: ‘qué incomodo ese traje’, ‘es ridículo ir así en estos días’, ‘esta se equivocó de época’, ‘eso debe costar un dineral’, etc.… Sería la manifestación de la cruel dictadura del ‘gusto colectivo’, que busca forzar a que todo Vicente vaya para donde va la gente, y ¡ay del que se salga del camino!
Es claro sin embargo que las modas no son enteramente arbitrarias, sino que acompañan las apetencias de la gente, y es normal que personas más del estilo ‘sexo, droga y rock and roll’ se correspondan con las modas apropiadas, y que quienes tuvieran ese lema por divisa detestasen los trajes medievales: a los hombres de la edad media podría corresponder mejor el lema ‘virtud, mística y laúd’, u otro parecido. Por eso, muchos difícilmente aguantarían a la dama medieval y sus niños en el centro comercial, pues su mera apariencia chocaría estruendosamente con varios de los ‘mandamientos’ de estos tiempos.
No obstante, algo está cambiando…
Ocurre que más o menos desde hace cinco siglos, creadores y corifeos de la moda vienen repitiendo el mismo eslogan, la misma cantinela, en versiones de ropajes diferentes pero en esencia iguales entre sí: ‘Libérese. Libérese de los convencionalismos sociales, libérese de esas normas que la familia metió en su cabeza, libérese de las ataduras de una conciencia que lo aprisiona, le provoca sufrimiento, lo lleva al esfuerzo, lo hace infeliz. De rienda suelta a sus impulsos, a sus caprichos, a todos sus deseos, goce lo que se le antoje y viva el sexo, droga y rock and roll; verá entonces cómo usted será feliz…’.
No obstante desde hace cinco siglos el hombre se ha venido ‘liberando’ de esas ‘cadenas’, ya se ha ‘liberado’ de casi todo y ha probado lo que ha querido, y lejos de alcanzar el reino azul paz de la felicidad terrena más bien se siente desdichado, atacado con frecuencia de mortal tedio, cuando no sujeto esclavo de las cadenas de sus caprichos y pasiones. La promesa ‘liberadora’ se está revelando como mentirosa, engañosa; ese susurro serpentino de felicidad resultó igual de falaz al de la serpiente hipnotizadora de lengua bífida del paraíso, que prometía a Adán y Eva ser dioses tras probar el rojo fruto prohibido, susurro que aceptado solo les trajo angustia, remordimiento y dolor, la infelicidad.
Esa sensación de desgracia, por más que los corifeos de la ‘liberación’ insistan en convencernos de lo contrario, va extendiéndose cual mancha de petróleo derramado por todos los mares, y ya son muchos los ‘liberados’ que se sienten y se saben no felices.
La gente vive en angustia, se deprime, se aburre, las personas pueden albergar la ilusión de que consiguiendo tal cosa, o gozando de ese nuevo placer podrán alcanzar la felicidad esquiva, tal vez sea adquiriendo ese super smartphone o ese traje o esa propiedad, o logrando tal cargo u honra, o realizando tal conquista (el abanico de opciones desplegado por el maligno es bien amplio), pero rápidamente se decepcionan, el encantamiento dura cada ve menos. La moda, la maldita tiranía de la moda, cada vez tiene menos recursos para engañar como flautista de Hamelín a sus incautos ratoncillos globales.
Por eso cada vez más va llegando el tiempo de la Cathédrale engloutie, la Catedral sumergida, según la metáfora del profesor Plinio Corrêa de Oliveira.
Reza una antigua leyenda de la Bretaña, que en frente de la costa de la isla de Ys sobreviven los restos de una catedral sumergida. Esa catedral, en momentos de bajamar, emerge de las profundidades, cobra vida y hace tocar sus campanas, a veces acompañada por el órgano y hasta se alcanza a escuchar el canto llano, sencillo y solemne de algunos de sus religiosos.
La leyenda —motivo incluso en un preludio de Debussy— fue usada por el Dr. Plinio para crear la metáfora de la catedral sumergida en el fondo de cada alma.
En todo hombre perviven catedrales góticas sumergidas, que de tanto en tanto hacen escuchar su voz, canto que habla de un pasado mítico, de tiempos lejanos y a la vez ahí presentes, en los que la divisa no era el sexo, droga y rock and roll, sino la caballerosidad, el respeto a Dios, el amor por la sublimidad.
Esas catedrales del alma resuenan más cuando, cansados del mundanal ruido y de las falsas promesas, el hombre se pregunta por la razón de su existencia y por el destino de su vida. En esos momentos, mefistófeles y comparsas pueden aprovechar para causar la desesperación que en su momento quisieron causar al Hijo Pródigo. Pero también la Virgen y sus ángeles harán resonar los timbales de sus voces, que proclaman de forma delicada pero firme y serena:
“Tú que te dejaste embaucar y enrumbaste ciego por la vía señalada por los corifeos de la moda, tienes ahora añoranza de algo que no viviste pero que habita en ti como si a ello pertenecieras, como si hubieses nacido en ese mundo de campanas, de torres y vitrales, de palacios y princesas de sombreros cónicos, de riachuelos con sus puentes elegantes. No es este mundo sino otro mundo, un mundo de honra, de belleza, de nobleza, de principios, de lealtades, también de sacrificio. Ese mundo del Reino de Cristo, de la Civilización cristiana, la Civilización del Amor de Dios”.
“Alma en tedio, alma angustiada: cree cada vez menos en la moda, y escucha esas voces que son ansias que te empujan a ese mundo ideal, que no conociste pero que sabes que existe, que existió pues de eso son testigos los monumentos de la Civilización, y que existirá, pues ya lo prometí en Fátima y lo que prometo se cumple: ‘Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará’”.
“La Catedral sumergida no es otra sino mi Inmaculado Corazón: ven alma, construyamos juntos no el Reino de la Moda, sino el Reino magnífico… de mi Inmaculado Corazón”.
Por Saúl Castiblanco
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