Sabemos que en el mundo no faltan estafadores, malversadores y gente de mal carácter, lo que ignoramos son los lugares insólitos donde pueden actuar, como por ejemplo el interior de uno de los hospitales más reputados del país.
Redacción (03/01/2025 12:38, Gaudium Press) Cualquier persona con sentido común sabe que no es aconsejable caminar solo por la noche, que hay que evitar pasar por determinados lugares, no prestar atención a los extraños y conducir con las ventanillas del coche cerradas.
También sabemos que la violencia nos obliga a poner rejas en las ventanas y cerraduras adicionales en las puertas, construir muros y, según el lugar, instalar cercas eléctricas y concertinas sobre ellos. Después de todo, en un mundo cada vez más agresivo, todo cuidado es poco.
El aumento del número de consumidores de drogas en las calles de las ciudades también acrescienta el número de delitos, e incluso se han robado los cables de los postes y medidores de agua, dejando los hogares sin luz ni agua.
Sabemos que es así y nos adaptamos a esta realidad, orando más y pidiendo la protección de Dios en todas las circunstancias. Es un desafío constante.
Si damos limosna, aunque sea en forma de comida, podemos ser cómplices de la práctica del vicio, pues un litro de aceite, un paquete de azúcar e incluso una lata de leche en polvo, que suelen pedir, a veces, con un niño en su regazo para conmovernos, terminan siendo intercambiados por drogas. Y, si no se los damos, no sabemos qué reacciones puedan tener…
En fin, ésta es la realidad, y no es sólo nuestra buena voluntad o nuestra fe lo que la cambiará. Entonces, nos adaptamos, evitando lo que se puede evitar y ocultándonos cada vez más. Antes esto sólo pasaba en las grandes ciudades, ahora es así en todas partes.
El doctor y el monstruo
En la recepción de varios hospitales hay un aviso de que ningún empleado está autorizado a pedir ni recibir honorarios por ningún trámite. Esto se debe a que hay delincuentes que logran infiltrarse en hospitales y acceder a información sobre pacientes en estado grave, y terminan contactando a familiares, pidiendo grandes cantidades de dinero para realizar pruebas o cirugías urgentes.
Muchas personas ya han caído en esta estafa porque, al momento de sufrir, con un ser querido hospitalizado, terminan ni siquiera pensando con claridad y también porque creen en los hospitales.
Pues bien, esta práctica se diseminó, pero acabó disminuyendo porque los hospitales empezaron a advertir sobre este riesgo.
Las instituciones hospitalarias no tienen la culpa, esto es acción de pandillas, aunque algo de culpa hay, porque quienes intentan realizar este tipo de estafas siempre tienen información muy personal de los pacientes y de sus familiares.
Pero, incluso si hay una filtración de información desde dentro del hospital, es una acción de individuos, no de entidades.
Lo triste es cuando los propios médicos empiezan a actuar de forma criminal. Lo que lleva a una persona que ha estudiado durante casi diez años, que ha construido una carrera, a actuar así es algo difícil de entender, pero es un hecho, lamentablemente.
El médico suele ser alguien en quien confiamos, a quien abrimos nuestra vida, pero en ocasiones, como en la ficción, también son “los monstruos”, o las personas que realizan estafas.
Por encima de toda sospecha
Recientemente, un familiar mío vivió uno de estos casos de intento de fraude cuando acudía a una cita en uno de los hospitales más reconocidos de la capital paulista.
Su cita fue con un cirujano vascular, ya que tenía las piernas y los pies muy hinchados, lo que le dificultaba caminar. Acudió a urgencias de la ciudad donde vive, un sábado, y el médico de turno le pidió acudir urgentemente a un cirujano vascular, para una evaluación más precisa.
Por suerte, su seguro médico es atendido por ese hospital y pudo concertar una cita para el martes, tomando el autobús a São Paulo.
Tenía los pies tan hinchados que tuvo que viajar con “pantuflas de abuela” -esas pantuflas de tela que usan las mujeres mayores al levantarse de la cama- porque sus pies no cabían en ninguno de sus zapatos.
En el hospital, se sorprendió cuando el médico la recibió de pie, en una pequeña sala común, con un solo ordenador, utilizado por dos chicas en batas de laboratorio, a las que el médico llamó “doctoras”. No era un consultorio, no tenía mesa de médico ni mesa de consulta.
Ella comenzó a explicarle el problema y él la interrumpió preguntándole cuál era su convenio médico. Ni siquiera llegó a examinarla ni a mirar sus pies hinchados. Dijo que tendría que hacerse algunas pruebas, pero que no se las harían allí, sino en su clínica. Le dio un papel con la dirección y le dijo que fuera allí, que pronto irían también las “doctoras” para ayudarla con los exámenes.
A mi familiar esto le pareció un poco extraño, porque ya había tenido varias consultas en ese que es un hospital de referencia, y el comportamiento no suele ser así, pero, como varias casas alrededor forman parte del complejo hospitalario, no lo cuestionó; después de todo, para ella, ese hospital estaba fuera de toda sospecha.
La clínica no pertenecía al hospital
A pesar de la dificultad para caminar, apoyada por su hermana, también mayor, se dirigió al domicilio indicado. Pensó que estaba cerca, pero se fue alejando cada vez más del hospital. Cuando llegó al elegante edificio, varias cuadras más abajo, notó que el lugar no tenía nada que ver con el hospital.
En pocas palabras, la secretaria que la atendió fue muy estricta: el acuerdo no cubriría los exámenes que debía realizar, pero ella no tenía de qué preocuparse, ella haría todos los trámites y luego “el equipo”. se pondría en contacto para asesorarla sobre cómo solicitar el reembolso a la compañía de seguros.
Afirmó que no tenía dinero ni tarjeta de crédito para pagar los exámenes. La niña dijo que no se preocupara, que no tendría que pagar nada, que sólo transferiría el importe cuando la compañía de seguros se lo reembolsara. “No habrá ningún problema, el acuerdo de la señora es tranquilo”, añadió.
Mientras esperaba, ya bastante incómoda con la situación, pues nada en aquella oficina tan bien decorada daba evidencia de que hubiera algún equipamiento que el hospital no tuviera, prestó atención a alguien en una habitación contigua que estaba haciendo varias llamadas, todas cobrando a personas sobre reembolso por trámites: “¿Miro ya su cuenta para ver si la aseguradora de salud ya depositó el reembolso? ¿Miro ayer? Ah, pero hay que mirarlo todos los días…” y otros del mismo contenido.
Tía, salga de ahí, ¡esto es una estafa!
Ella terminó recordando que una sobrina que había pasado por una situación similar, en una clínica de nutrición de un barrio de Moema, una zona exclusiva de la ciudad. Fue al pasillo del edificio, la llamó, y la sobrina inmediatamente le dijo:
– ¡Tía, sal de ahí, eso es una estafa!
La sobrina le contó la situación que vivió y el lío en el que se metió, ya que se sometió a varios exámenes de este tipo, la clínica sobrefacturó los exámenes e incluso incluyó procedimientos que ella ni siquiera hizo, y envió la factura al seguro, empresa que pagó una parte y, ciertamente, al darse cuenta de la inconsistencia de los valores, bloqueó el resto, y la muchacha se encontró con una deuda de más de 20 mil reales, constantes llamadas de cobro y amenazas.
Antes de regresar a la oficina, llamó al hospital para confirmar que el procedimiento era normal, y la empleada que la atendió le dijo que era extraño y le aconsejó que regresara al hospital y fuera directamente a urgencias.
Así lo hizo y allí recibió el tratamiento adecuado: le hicieron una ecografía de sus miembros inferiores, un análisis de sangre, exámenes cardíacos y le administraron medicamentos. Pasó toda la tarde en urgencias, de donde salió con derivación a un cardiólogo.
Ella fue a ver a este especialista a la mañana siguiente, casualmente, en el mismo piso que el médico del día anterior, pero él la vio con todos los protocolos, ordenó más pruebas y le hizo otra derivación.
Finalmente, después de recibir una excelente atención, tanto del médico como de las pruebas, recibió el diagnóstico y comenzó el tratamiento –el problema ni siquiera era vascular.
Un golpe contra los planes de salud
Mientras esperaba, entre un trámite y otro, Google le mostró el problema. Una breve búsqueda bastó para revelar una serie de casos de estafas de este tipo que, en realidad, no tienen a los pacientes como foco principal; terminan siendo sólo el medio por el cual los estafadores intentan dañar los planes de salud.
En los sitios web de varios planes ya hay advertencias para que los afiliados tengan cuidado con las estafas, que consisten en exámenes y procedimientos realizados por profesionales y clínicas no acreditadas, previa solicitud de reembolso.
Al parecer, esto no tiene nada de ilegal, ya que los propios acuerdos prevén el reembolso de los procedimientos realizados fuera de la red acordada en algunas situaciones. El fraude consiste en solicitar el reembolso de exámenes y trámites sobrevalorados o que no están cubiertos por planes de seguro, pero que se lanzan con códigos de otros que sí están cubiertos y que no se realizaron.
Según datos proporcionados por la Federación Nacional de Salud Suplementaria, a mediados de 2024 las estadísticas mostraban un aumento del 66% en las estafas respecto al año anterior, con un récord de 2.402 fraudes.
El falso estereotipo del marginal
Abordo este tema por dos motivos: el primero es advertir a la gente que evite caer en una situación como ésta, especialmente a las personas mayores. En caso de duda, no haga nada ni firme nada sin confirmarlo con sus convenios de salud.
Y, bajo ninguna circunstancia, proporcione sus usuarios y contraseñas a nadie, ni siquiera a un médico de un gran hospital o miembros de su equipo.
Esta información es personal e intransferible, y confiarla a terceros puede convertirte en cómplice de prácticas ilegales y fraudes, incluso si no eres más que una víctima.
Lamentablemente, tenemos un estereotipo falso de las personas marginadas. No siempre serán un joven en pantalones cortos, una pistola en la mano y una gorra cubriéndole la cara. Pueden ser personas muy elegantes, con títulos de educación superior en las paredes de oficinas y clínicas bien decoradas, o incluso dentro de los hospitales más confiables.
El mal es tan poderoso que incorpora a sus filas incluso a personas de las que nunca sospecharíamos. La fascinación por el dinero fácil hace perder muchas almas…
Mi familiar informó sobre el caso a su plan de salud y también al hospital. Luego de casi dos meses analizando su denuncia, el hospital respondió que “sus instalaciones están preparadas para realizar los más modernos exámenes y, de lo contrario, nunca indicarán otro lugar para realizarse, dejando esta elección al paciente”.
Si se tomó alguna medida, nunca lo sabremos, incluso porque, afortunadamente, en este caso no hubo consumación del golpe, sólo la intención y el único que juzga las intenciones es Dios; nuestra justicia necesita pruebas y hechos concretos y, aun así, suele fracasar…
Por tanto, permanezcamos alerta en todas las circunstancias y lugares, “sencillos como palomas, pero prudentes como serpientes”.
Por Alfonso Pessoa
Foto: Marketing online/ Unsplash
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