El prefecto del Culto divino ha publicado un lúcido artículo en Le Figaro sobre los retos para la Iglesia ante la cercanía de la muerte fruto de la pandemia. Gaudium Press ofrece a sus lectoresla traducción al español. Los subtítulos son de esta redacción.
París (20/05/2020 09:10, Gaudium Press) ¿La Iglesia tiene aún un lugar en tiempos de epidemia en el S. XXI? En sentido contrario a los siglos pasados, lo esencial de los cuidados médicos es hoy asumido por el Estado y el personal sanitario. La modernidad tiene sus héroes secularizados en bata blanca, y ellos son admirables. Ella no tiene más necesidad de los batallones caritativos de cristianos para cuidar los enfermos y enterrar los muertos. ¿La Iglesia se habrá convertido en algo inútil a la sociedad?
El Covid-19 reconduce a los cristianos a lo esencial. En efecto, desde hace mucho tiempo, la Iglesia ha entrado en una falsa relación con el mundo. Confrontados a una sociedad que pretendía no tener necesidad de ellos, los cristianos, por pedagogía, se han esforzado de demostrarle que ellos podían serle útiles. La Iglesia se ha mostrado educadora, madre de los pobres, “experta en humanidad” según la expresión de Pablo VI. Y ella tenía bastante razón en hacerlo. Pero poco a poco los cristianos han terminado por olvidar la razón de esta experticia. Ellos han terminado por olvidar que si la Iglesia puede ayudar al hombre a ser más humano, es en definitiva porque ella ha recibido de Dios las palabras de vida eterna.
La Iglesia se ha empeñado en las luchas de este mundo, y con justa causa
La Iglesia se ha empeñado en las luchas por un mundo mejor. Con todo el derecho, ella ha sostenido la ecología, la paz, el diálogo, la solidaridad y la equitativa repartición de las riquezas. Todos esos combates son justos. Pero ellos podrían hacer olvidar la palabra de Jesús: “Mi reino no es de este mundo”. La Iglesia tiene mensajes para este mundo, pero únicamente porque ella tiene las llaves del otro mundo. Los cristianos han en ocasiones pensado a la Iglesia como una ayuda dada por Dios a la humanidad para mejorar su vida acá abajo. Y no les faltan los argumentos, pues bastante la fe en la vida eterna esclarece sobre la justa manera de vivir en este siglo.
El Covid-19 puso al desnudo un enfermedad insidiosa que corroe a la Iglesia: ella se pensaba a sí misma como “de este mundo”. Ella quería sentirse legítima a los ojos de este mundo y según sus criterios. Pero un hecho radicalmente nuevo ha aparecido.
La modernidad se enfrenta a la muerte y desploma ante la muerte
La modernidad triunfante se ha desplomado ante la muerte. Este virus ha revelado que, a pesar de sus seguros y sus seguridades, el mundo de acá abajo permanecía paralizado por el temor de la muerte. El mundo puede resolver crisis sanitarias. Llegará ciertamente apenas a resolver la crisis económica. Pero nunca resolverá el enigma de la muerte. Sólo la fe tiene la respuesta.
Ilustremos estas observaciones de forma concreta. En Francia, como en Italia, la cuestión de las casas de retiro, los famosos Ehpad, ha sido un punto crucial. ¿Por qué? Porque se ponía directamente la cuestión de la muerte. ¿Los residentes ancianos debían ser confinados en su cuarto con el riesgo de morir de desesperación y de soledad? ¿Debían mantener contacto con su familias corriendo el riesgo de morir por el virus? No se sabía responder.
La respuesta a la muerte no la da el Estado. Ni siquiera la filosofía
El Estado, cercado en los muros de una laicidad que escogía como principio ignorar la esperanza y restringir los cultos al dominio privado, estaba condenado al silencio. Para él, la única solución era la de huir a todo precio de la muerte física, abandonando a la condenación de la muerte moral. La respuesta no podía ser sino una respuesta de fe: acompañar a las personas mayores hacia una muerte probable, en la dignidad y sobre todo con la esperanza de la vida eterna.
La epidemia ha golpeado las sociedades occidentales en el punto más vulnerable. Estas habían sido organizadas para negar la muerte, esconderla, ignorarla. ¡Pero ella regresó por la puerta grande! ¿Quién no ha visto esas morgues gigantes en Bérgamo o en Madrid? He aquí las imágenes de una sociedad que prometía hasta hace poco un ‘hombre aumentado’ e inmortal.
Las promesas de la técnica permiten de olvidar un instante el temor, pero ellas terminan por revelarse ilusorias cuando golpea la muerte. Incluso la filosofía no hace sino dar un poco de dignidad a una razón humana sumergida por lo absurdo de la muerte. Pero ella está imposibilitada de consolar los corazones y dar un sentido a aquello de lo cual parece ser definitivamente privada.
Sólo consuela la esperanza de una vida eterna
Ante la muerte, no hay ninguna respuesta humana posible. Solo la esperanza de una vida eterna permite remontar el escándalo. ¿Pero cuál será el hombre que osará predicar la esperanza? Es necesaria la palabra revelada de Dios para osar creer en una vida sin fin. Es preciso una palabra de fe para osar esperarla para sí y los suyos. La Iglesia católica se ve, pues, reconducida a su responsabilidad primera.
El mundo espera de ella una palabra de fe, que le permita superar el traumatismo de ese cara a cara con la muerte que acaba de vivir. Sin una palabra clara de fe y de esperanza, el mundo puede zozobrar en una culpabilidad mórbida o en una rabia impotente en frente del absurdo de su condición. Sólo ella puede permitirle dar sentido al fallecimiento de personas amadas, muertas en la soledad y enterradas de forma apurada.
Ver también: Asistencia sacerdotal a enfermos es derecho inalienable: Cardenal Sarah
Debe haber un cambio en la Iglesia
Pero entonces, la Iglesia debe cambiar.
Ella debe cesar de tener temor de chocar y de estar a contra-corriente. Ella debe renunciar a pensarse a sí misma como una institución del mundo. Ella debe regresar a su única razón de ser: la fe. La Iglesia está para anunciar que Jesús venció la muerte con su resurrección. Es ese el corazón de su mensaje. “Si Cristo no hubiese resucitado, nuestra predicación es vana, nuestra fe engañosa y nosotros somos los más miserables de los hombres” (1 Cor 15, 14-19). Todo el resto no es más que una consecuencia.
Nuestras sociedades saldrán frágiles de esta crisis. Ellas tendrán necesidad de psicólogos para superar el traumatismo de no haber podido acompañar a los más ancianos y a los moribundos a su tumba, pero estas sociedades tendrán una mayor necesidad de sacerdotes que les enseñen a orar y a tener esperanza. La crisis revela que nuestras sociedades, sin saberlo, sufren profundamente de un mal espirituaL. Ellas no saben dar un sentido al sufrimiento, a la finitud, a la muerte.
* El Cardenal Sarah es prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de sacramentos de la curia romana.
(Tomado de Le Figaro, 20-IV-2020).
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