Hay varias teorías, pero una de las de más peso es la de que lo principal para el éxito de una novela es construir bien los personajes.
Redacción (07/08/2022 07:09, Gaudium Press) Hay varias teorías, pero una de las de más peso — y con la que concordamos en buena medida — es la de que lo principal para el éxito de una novela es construir bien los personajes. Se debe hacerlos ‘vivos’, con profundidad, de ‘tres dimensiones’, con cualidades bien ricas y específicas, claros en sus fuertes deseos, rodeados de una interesante corte de otros personajes, facilitando así que el lector se adentre en su mundo, se identifique con ellos, establezca empatía positiva o negativa con estas figuras creadas.
“Al final lo que nos interesa es la gente”, decía una de las luminarias del storytelling, del que ya no recuerdo el nombre.
En esa línea, el autor experimentado no solo crea el personaje, sino que también es experto en introducir al lector en su degustación: no solo construye el pequeño o gran mito, sino que se lo hace perceptible y encantador al que prisionero de él no es capaz de despegar su ojos de las líneas y las páginas tras la historia del protagonista.
Así, muchos de estos personajes también terminan siendo inmortales: Será Sandokan el osado y fiero; o el frío, metódico, amargado, elegante, sofisticado y vengativo Conde de Montecristo; o el científico, seco, hierático, tenaz, persistente, inglés y finalmente enamorado Phileas Fogg de La Vuelta al Mundo en 80 días, y etc., de acuerdo a cada gusto personal, según preferencias de olores y sabores. Con estos ejemplos sentimos en la piel la fuerza de la impresión de hierro candente de un personaje bien construido, e incluso la capacidad que tiene un buen creador de influir por este medio la mentalidad de sus contemporáneos, pues los personajes a veces crean escuela.
Lamentablemente y de esta manera Cervantes ayudó a matar el espíritu de caballería con el idealista pero orate Don Quijote (por más que se simpatice con él, nadie quiere representar el tonto papel del que lucha contra molinos de viento…); la joven directora Sofía Coppola casi que aniquila el dorado halo del aura de María Antonieta, con la un tanto ridícula, anti-histórica y superficial representación de Kirsten Dunst de la Reina de Francia.
Pero así como se destruye, se puede construir, algo cada vez más necesario en este mundo que se hunde en el caos y que necesita con urgencia los buenos modelos a seguir, sean creados o reales, o míticos con base en la realidad. Y ahora — buenas paradojas que surjen en este oscuro fin de época — hay más espacio para proponer o reproponer los buenos mitos, porque los malos gracias a Dios ya están bien desgastados: el cantante de pergamino tatuado, medio tonto por el abuso de las ‘yerbas’, en su conversación monosilábica cada vez atrae menos; su versión análoga, la escandalosa actriz gritona de pocas ropas y labios inflados de pobreza es cada vez más objeto del menosprecio de un público ya suficientemente conocedor y cansado de los repetidos títeres, guiones y muñecos.
Es que los fautores de la Revolución tienen un problema de fondo, bien fundamental: su propósito — antes oculto y ahora poco velado — siempre ha sido destruir la maravillosa obra de Dios y sus posibilidades. Y cuando eso va quedando claro, cada vez hay más campo para que quienes quieran resaltar la maravilla de la Creación sean escuchados.
Resaltar por ejemplo la maravilla que sí es el ser humano, obra resumitiva de la Creación, mezcla armónica de animal y ángel, que cuando se deja tocar por la gracia de Dios, es casi que la obra prima, por lo menos la obra prima visible. Ser humano que fue engrandecido hasta las alturas del infinito cuando en su raza se encarnó el propio Dios un día en Nazaret y que cuando recibe el Cuerpo humano y divino del Cordero en la eucaristía es la envidia de los propios ángeles. Ser humano que en el momento en que se deja moldear por el vaho plateado del soplo del Espíritu Santo, puede ser el personaje maravilloso de la magnífica novela escrita por el propio Dios: Ahí está la vida de los santos para atestiguarlo.
Dios, el Señor que fue destronado por este agónico mundo pero que regresa en pompa y majestad sobre alado caballo blanco, Autor de la Creación y de las lindas posibilidades de la Creación, que es capaz de hacer del ‘burro’ Juan María Vianney la luz bondadosa y esperanzadora de toda una racionalista era; que es capaz de fabricar — como decía Plinio Corrêa de Oliveira refiriéndose a María Antonieta — de la muñeca una heroina, de la reina una las mas bellas mártires.
Dios, que cuando quiso construir su propio Paraíso no ideó la figura de un bello, alado y potente serafín, sino que tomó la arcilla de nuestra misma materia humana para formar una figura de Mujer, a la que llenó luego de sus dones y de su gracia, y la hizo su propia y fecunda Madre: de ellos serán los siglos futuros, no de los cada vez más aburridos hijos del demonio, sino de los hijos y esclavos de la Virgen.
Los hijos de Ella, la concretización más maravillosa y real de las infinitas posibilidades del ser humano, la Novela Perfecta, el Personaje Perfecto de Dios.
Por Saúl Castiblanco
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