El aire denso de expectación se respiraba en el aire de la Plaza de San Pedro, después de haber escuchado la frase en latín “EXTRA OMNES” en nuestra lengua seria “Fuera todos”.
Redacción (07/05/2025, Gaudium Press) El aire denso de expectación se respiraba en el aire de la Plaza de San Pedro, después de haber escuchado la frase en latín “EXTRA OMNES” en nuestra lengua seria “Fuera todos”.
La plaza con pantallas gigantes mostraba todo lo que pasaba dentro de la Capilla Sixtina. Una multitud heterogénea, un tapiz variopinto de rostros y lenguas, alzaba la mirada tanto a las pantallas como a la chimenea de la Capilla.
El 7 de mayo de 2025 era un día suspendido en el tiempo, el día en que el mundo aguardaba la primera señal, la primera bocanada de humo.
Pero en medio de esta expectativa, un detalle especial, casi de sueño, capturó la atención de observadores de muchas partes. Allí, posada con una serenidad impropia de su especie, justo al borde de la chimenea de ladrillo envejecido, se encontraba una gaviota. Sus plumas blancas, que contrastaban con la piedra oscura, parecían irradiar una luz propia en el cielo de la tarde romana.
No era una gaviota cualquiera. Su porte era elegante, casi regio. Su cabeza, ligeramente inclinada, parecía contemplar con inteligencia el ir y venir de la gente en la plaza vaticana.
¿Cómo había llegado hasta allí, al corazón mismo de la Iglesia, lejos de las olas y los vientos marinos que suelen ser su dominio?
La leyenda, tejida a lo largo de los siglos por los habitantes de la costa italiana, habla de gaviotas blancas que aparecen en momentos cruciales, portadoras de mensajes sutiles, símbolos de la libertad del espíritu y la capacidad de adaptarse a cualquier entorno. Ver una gaviota en un lugar tan emblemático, en un instante de tanta trascendencia, para muchos no era mera coincidencia.
Algunos hablaban de un buen augurio. Otros veían en su presencia la adaptabilidad de la Iglesia, su perenne capacidad de encontrar su lugar tradicional y comunicar su mensaje evangelizador en cualquier contexto, incluso en el silencio expectante de un cónclave.
La gaviota permanecía inmóvil, centinela alado de la esperanza, mientras los minutos se deslizaban con la lentitud de la eternidad. Su presencia silenciosa era una nota discordante y a la vez armoniosa en la sinfonía de la espera. Era un recordatorio de que incluso en los momentos más solemnes y terrenales, la naturaleza, con su misterio y su belleza, siempre encuentra una manera de manifestarse.
Al final, ya había volado la gaviota, el humo que salió fue negro, aun no hay Papa.
¿Volverá mañana la Gaviota?
Por Jorge A. Yepes
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