martes, 16 de septiembre de 2025
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La “historia eterna” de la Eucaristía

Hay una escalera magnífica, entre el misterio eucarístico, el misterio de la encarnación y el misterio trinitario.

Trinidad

Redacción (01/08/2025 11:20, Gaudium Press) El misterio Eucarístico se vincula al misterio de la Encarnación de un modo parecido a cómo el misterio de la Encarnación se relaciona con el misterio Trinitario… que es, a su vez, principio eterno de la Eucaristía. Pero, ¿cómo es eso?

Es que la Eucaristía presupone la Encarnación que no se explica sin la generación de la Segunda Persona de la Trinidad en el seno del Padre. Estos misterios enunciados presentan un parentesco notable. Los tres manifiestan al Hijo de Dios: el primer misterio, el de la Trinidad, en el seno del Padre donde Él recibe, desde siempre, su existencia; el segundo, en el seno de la Virgen donde florece en el tiempo y en el espacio; el tercero, en el seno de la Iglesia para habitar entre los hombres de una manera continua y universal.

Evidentemente, estas altísimas realidades evocadas sumariamente pueden ser profundizadas, cosa que los teólogos hacen con agudeza. Pero ¡atención! no hablamos de pretendidos “teólogos” que descarrilan y rompen la comunión con la Iglesia, que también existen… Ahora, para el común de los bautizados que no tienen estudios teológicos, pero poseen el don de la fe, esta secuencia – Trinidad, Encarnación y Pan de Vida –, simple, precisa y armoniosa, como que dispensa mayores explicaciones pues su luminosidad fulgura ¿verdad?

Concebir a la Eucaristía en ese ciclo maravilloso – llamémoslo así – donde la eternidad y el tiempo se tocan, concurre para darle su pleno valor. La Eucaristía es un misterio todo divino, incomprensible a la razón humana sin la luz de la fe, es el misterio por excelencia. En la Misa lo proclamamos después de la consagración: mysterium fidei.

¿Y que nos enseña la fe sobre la Eucaristía? Muchas cosas que el limitado espacio de un artículo no permite reseñar. Citemos apenas dos cosas fundamentales: la primera es que bajo las especies del pan y del vino, en virtud de la consagración, las substancias del cuerpo y de la sangre de Cristo reemplazan las substancias naturales que corresponden a las especies del pan y del vino. En otras palabras, el pan y el vino dejan de existir y dan lugar al cuerpo y a la sangre de Cristo. Porque después de consagrados, el pan y el vino mantienen apenas sus apariencias; sus substancias ya son muy otras.

Una segunda cosa principal que la fe nos enseña sobre el misterio eucarístico es que Cristo permanece presente bajo las figuras del pan y del vino todo el tiempo que las especies perduren sin degradarse, por ejemplo, por la humedad, la digestión de quien comulga, u otras razones naturales; y que, además, Él está en cada una de las partes de las especies: en una ínfima partícula que se desprenda de la Hostia consagrada o en una delicada gota de Sangre que se vuelque del cáliz, está Cristo entero, resucitado y glorioso.

Lo que decíamos al comienzo sobre la relación entre Trinidad, Encarnación y Eucaristía, apunta a los inicios remotos del misterio eucarístico: uno situado eternamente en el seno de la Trinidad y otro en el tiempo, al encarnarse Jesús en las entrañas purísimas de la Virgen María. Ya la institución eucarística propiamente se dio en la Última Cena, en vísperas de la Pasión.

Para tomar la verdadera dimensión en la participación de la misa

La participación en la Misa, la recepción de la comunión y la adoración ante sagrario o la custodia, toman su verdadera dimensión en nuestras almas, cuando situamos esos momentos de devoción e intimidad con el Señor en ese marco grandioso que se adentra en la eternidad y que se proyecta hasta la consumación de los tiempos.

No pensemos que este tipo de consideraciones son exclusivas de eruditos en ciencias sagradas o de religiosos contemplativos; están al alcance del común de los fieles… que suelen desinteresarse de estas cosas. Sucede que, absorbidos por las ocupaciones cotidianas, a veces perdiendo su tiempo y entregándose a un imprudente ocio, no dan el valor debido a la vida del alma y consideran todo lo referente al culto eucarístico como un acto de piedad más, como las oraciones antes de dormir o la práctica de alguna buena obra.

Ese desajuste se explica porque los fieles han recibido una formación religiosa con lagunas y, a veces, hasta con errores. Se ha dado, por ejemplo, que algunos catequistas de nuestras parroquias, a pesar de su buena voluntad, no están a la altura de su importante cometido. Y, además, cuando el principiante no encuentra en su propio hogar un apoyo que respalde su caminar de creyente, se llega a un resultado nocivo para la vida de la fe ¡Qué triste es que, después de su primera comunión, en muchísimos casos, el niño o la niña no continúa a instruirse ni a frecuentar los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación o Confesión, indispensables para la perseverancia cristiana!

Las consecuencias de ese desorden las estamos viendo todos los días en las crisis personales y sociales que se viven, especialmente en países de tradición católica. De aquella realidad de otrora llamada “civilización cristiana”, subsiste hoy escasos restos, cuando no, ruinas. En lugar de “civilización” se alardea la barbarie, y en vez de la esplendorosa calificación de “cristiana”, cabe a la sociedad de hoy el epíteto de “pagana”. Salvo en honrosos casos que resisten al clima bárbaro y pagano reinante ¡y no son pocos, gracias a Dios! el sol eucarístico está en estado crepuscular en el mundo contemporáneo. Más no será así por mucho tiempo. La Virgen en Fátima lo profetizó en términos precisos al declarar que, si la humanidad no se convierte, pasará por crisis y castigos, pero que, por fin, su Inmaculado Corazón triunfaría.

Terminemos, pues, invocando a María, “Mujer Eucarística” — como la llamó San Juan Pablo II en su encíclica “Ecclesia de Eucharistia” – que, para ser Madre de Dios, fue Esposa del Espíritu Santo y, en el eterno designio del Padre, su Hija predilecta ¡Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, rogad por nosotros, por la humanidad, por la Iglesia!

Por el P. Rafael Ibarguren, EP

(Publicado originalmente en www.opera-eucharistica.org)

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