viernes, 22 de noviembre de 2024
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La Iglesia y el Secreto de las Maravillas: del coraje de San Luis al gesto del marqués

“Decía un día el prof. Plinio Corrêa de Oliveira que con el advenimiento del Paráclito…”.

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Chambord – Foto: Dorian Mongel en Unplash

Redacción (05/11/2023 14:18, Gaudium Press) Decía un día el prof. Plinio Corrêa de Oliveira que con el advenimiento de la Iglesia, y más específicamente en el Cenáculo cuando descendió el Espíritu Santo, el mundo había recibido el gran impulso para subir hacia lo maravilloso, hacia la maravilla.

Afirmaba el Dr. Plinio que claramente Dios había creado un universo maravilloso, pero perfectible: el hombre inspirado por la gracia divina, debería poblar la Tierra de maravillas de todo tipo, de tal manera que este mundo estuviese progresivamente más cercano del destino eterno querido por Dios para los hombres, el Cielo, tanto material cuanto espiritual.

Pero se escuchó a la serpiente y llegó el mal, y hubo en el hombre ya no solo esa tendencia originaria a la maravilla celestial, sino también, como decía Donoso Cortés, esa maldita sed de absurdo y de pecado, también de fealdad. De tal manera que a la par de obras de arte magníficas, como muchas de las que nos legó la antigüedad pagana —que sí expresaban esa inclinación originaria al reino eterno de Dios— los hombres fueron enredándose en los vicios y sus obras fueron afeando la Creación.

Pero ocurrió que vino a este mundo el misericordioso Cordero de Dios, nacido de una Virgen Inmaculada, y de su costado lacerado en la cruz surgió la Iglesia, su Esposa mística, que días después de que el Cristo subió al cielo fue animada y vivificada por el Espíritu Santo en Pentecostés. Entonces el hombre, vivificado y fortalecido por ese Espíritu que se difundía vía Iglesia, podía retomar con todo el ímpetu e intensidad el camino hacia la Maravilla.

Así, Plinio Corrêa de Oliveira aportaba a la Eclesiología una nueva comprensión y definición de la Iglesia: la Madre de la Maravilla, el Arca de la Maravilla, la Matriz de la Maravilla, la Creadora de la Maravilla, porque ella todo lo que hacía habilitaba a los hombres a tender, tocar y alcanzar la Maravilla: la Maravilla se había hecho nuevamente posible en esta Tierra.

El Espíritu Santo, el Padre de la Maravilla.

Esta es una concepción —bien se ve— que engloba a todas las maravillas, tanto las de la virtud, cuanto las que produce la virtud, en el arte, la cultura y la civilización, algo que el Dr. Plinio llamaba de “tal en cuanto tal”, es decir, toda maravilla puede reportar a todas las maravillas:

Un palacio magnífico termina siendo semejante al coraje magnífico en un santo como San Luis Rey o San Fernando de Castilla, pues ambos son maravillosos; un gesto noble de un marqués con una dama es ‘primo segundo’ de los bellos vitrales que surgían en las catedrales medievales, porque en el fondo ambos tenían un mismo ‘padre’, la gracia del Espíritu Santo, engendradora de maravillas.

Con esta concepción, el Dr. Plinio unía la esfera temporal con la espiritual: es ‘hija’ del Espíritu Santo tanto la maravillosa virtud engendrada por la gracia en un alma, cuanto la maravillosa arquitectura nacida en una civilización cristiana, las maravillosas buenas maneras engendradas en las naciones cristianas, el maravilloso canto, el maravilloso teatro.

El hombre se podía volver así, junto con el Paráclito, el co-productor de las maravillas, de todas las maravillas. Solo había una condición: acceder a la gracia del Espíritu Santo, que Él iría haciendo maravillas por medio de los hombres.

Si los hombres tuvieran estas concepciones claras, y constantemente presentes en sus mentes, la vida, sin dejar de tener cruces, sería mucho más llevadera, pues todo hombre se sentiría encaminado hacia la Maravilla, que es lo que todo hombre ansía.

—Si lucho, es porque mi meta es la Maravilla; si resisto, es porque quiero la Maravilla; si construyo, en el fondo deseo edificar la Maravilla: Maravilla, objeto de todo lo que ansía mi Corazón, no quiero otra cosa sino a Vos, podrían decir los hombres, pues en la Maravilla se ama a Dios.

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Tal vez ese sea incluso un nuevo prisma para entender al propio Cristo: angustiado como Hombre por el terrible suplicio que padecería a causa de todos los pecados de los hombres, sudó sangre. Entonces un ángel compasivo vino a reconfortarlo, y según varios místicos, le trajo un cáliz con un líquido misterioso que no podía ser sino magnífico, maravilloso.

¿No podría haber sido este líquido, una especie elíxir concentrado de la visión de las Maravillas que su Sangre preciosa produciría?

La Sangre de Cristo, la fuente de las Maravillas. El Espíritu Santo, el Padre de las Maravillas, Dios Padre, Creador de las Maravillas.

Pero ocurre que Dios tuvo una Hija, Cristo una Madre, y el Paráclito una Esposa, que en el régimen actual de la gracia es por donde pasa la Gracia, el ADN de la maravilla:

Que Nuestra Señora, la Reina de la Maravilla, apresure con su gracia la venida de ese Reino Maravilloso, que Ella ya anunció en la Cova de Iria, cuando en el mundo ya reinaba la oscuridad, de hombres que se habían olvidado que eran hijos, heraldos y hacedores de la Maravilla.

Por Carlos Castro

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