jueves, 19 de septiembre de 2024
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La inauguración de los Olímpicos y la justicia de Dios

“Ciudad de San Luis Rey y su celestial Sainte-Chapelle. De San Vicente de Paúl y su corazón de oro. París de Notre-Dame y la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo…”

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Redacción (27/07/2024, Gaudium Press) París, París…

Ciudad de San Luis Rey y de su celestial Sainte-Chapelle, de San Vicente de Paúl y su corazón de oro. París de Notre-Dame y de la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo. París de Santa Catalina Labouré, de su cuerpo incorrupto y de las apariciones de una Virgen Milagrosa que también anunció calamidades para la otrora dulce y bella Francia.

París, transformada ayer, según el sentir de muchos, en un siniestro espacio esotérico, de María Antonietas decapitadas en medio de las notas del Ça ira, de negros fantasmas recorriendo tejados centenarios; de infante bailando rodeado de seductores drag queens, que sirvieron también para representar una blasfema ‘última cena’, escupida desde París a 3.000 millones de personas… y todo desde la que un día fue llamada la Ciudad de la Luz, París.

“A todos los cristianos del mundo que están viendo la ceremonia Paris2024 y se sintieron insultados por esta parodia drag queen de la Última Cena, sepan que no es Francia que está hablando sino la minoría del ala izquierda pronta para cualquier provocación”, ha dicho em un post en “X” la conocida Marion Marechal.

Sin embargo, el problema no es tanto si los cristianos fueron ofendidos o ‘provocados’, pues al final, como dice la Escritura, “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?”

El problema es si Dios fue ofendido. El asunto es si Dios fue ‘provocado’, rechazado, insultado. La cuestión es si Dios entiende la ofensa como cometida por el conjunto de Francia, una Francia a la que Dios dio tanto, y que ahora se enorgullece de proclamar la matanza de los inocentes como un ‘derecho humano’, incluso con el apoyo de la tía de Marion. Una Francia que ahora erige afrentosa un becerro de oro idolátrico, en el lugar donde debería estar la cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

A los ‘buenistas’, esos que abundan en las filas católicas y que repiten tontamente que Dios perdona todo, vale recordarles que el propio misericordioso Cristo lloró sobre una Jerusalén que lo rechazaba, donde vertió su sangre por amor, pero donde también anunció su justicia: “Les aseguro que todo esto sobrevendrá a la presente generación. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste! Por eso, a ustedes la casa les quedará desierta” (Mt 23, 36-38), como desierta quedó Jerusalén en el año 70 tras cuatro años de terrible asedio y posterior destrucción de Tito.

Al final, la pregunta no es tanto si Dios se ofendió con que su criatura lo rechace, desprecie e insulte, porque es claro que sí; la pregunta es si la propia justicia de Dios no será la medicina misericordiosa, para que no todo se vuelva fantasmas, becerros de oro y drag queens, aquelarre de satanás.

Porque como se puede ver en las relaciones de Dios con el pueblo elegido, su justicia, a veces terrible, también era misericordia, signo de su amor.

Por Carlos Castro.

 

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