jueves, 21 de noviembre de 2024
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La mística, ese asunto tan misterioso pero tan real, tan necesario y tan actual

Estamos leyendo por estos días los escritos de Santa Gema Galgani, una gran mística…”

Paraclito

Redacción (19/04/2023 10:12, Gaudium Press) La mística: superada la polémica sobre la ‘cuestión mística’ en los inicios del S.XX, al parecer el interés por el tema inició un cierto declinio, me refiero al interés que suscitó entre el amplio abanico de estudiosos de la espiritualidad, pues siempre hay especializados que siguieron profundizando.

Resumiendo: más o menos se llegó a la conclusión de que la mística es ‘simplemente’ el ejercicio de la acción donal, es decir, la acción de los siete dones del Espíritu Santo, particularmente el de sabiduría e inteligencia, que son movidos por una gracia actual de Dios, sin la cual nada se pone en movimiento en el orden sobrenatural en nuestras almas.

Es decir, la mística así considerada, no sería algo tan ‘raro’, tan extraordinario: Si con el bautismo recibimos todo el ‘mecanismo’ sobrenatural, es decir, gracia santificante, virtudes infusas y dones del Espíritu Santo –además de la inhabitación trinitaria– pues no puede ser tan raro que esos dones del Paráclito sean utilizados, pues si no Dios no sería sabio al dar algo que fuera a permanecer ‘oxidado’ por el desuso.

Lo que ocurre es que muchos identificaron mística con dones a veces conexos a la vida mística, impresionantes, como locuciones, levitaciones, visiones, y otros, que entre tanto no son de la esencia de la vida mística sino que normalmente son algo así como agregados que Dios da en beneficio de terceros, las famosas gracias gratis data, y que en teoría incluso pueden ser dados a pecadores en beneficio de los que los circundan.

Leer también: Los dones del Espíritu Santo en María

Estamos leyendo por estos días los escritos de Santa Gema Galgani, (1) una gran mística, que también convivía con ese tipo de fenómenos extraordinarios a toda hora. Tanto, que conversaba casi a diario con su ángel de la guarda. Realmente es impresionante ese comercio entre esta alma frágil y a la vez gigantesca y su ángel custodio, que como dice ella, la reñía, la consolaba, la cuidaba, la guiaba, hasta se burlaba castamente de ella. Es verdaderamente una maravilla.

Sin embargo, no es necesario que se nos aparezca a diario el ángel de la guarda para que recibamos todas esas lecciones educativas que refiere Santa Gema, y que sí quiere darnos el Espíritu Santo. El ángel de la guarda sí puede ser el portador de esa gracia que enciende por ejemplo el Don de Consejo, con el cual el Espíritu Santo nos ilumina sobre qué realizar en una situación particular, particularmente si es difícil.

O nuestro ángel de la guarda puede traer la gracia que pone a ‘funcionar’ el Don de Sabiduría, que en el decir de Mons. João Clá es un compendio de los otros seis dones, pues perfecciona la virtud de la caridad, que es un compendio a su vez de todas las virtudes. Y movidos por el Don de Sabiduría, vemos las cosas de Dios como si las estuviéramos viendo con los ojos de Dios.

Es claro, es arquitectónico que un alma en un alto grado de desarrollo de ese hábito infuso de la sabiduría, pueda ser objeto por ejemplo de una aparición de Cristo o de la Virgen, porque en su visión mística, es decir, en su visión de las cosas de Dios bajo el Don de la Sabiduría, hay tal connaturalidad con el mundo sobrenatural y preternatural, que por así decir el velo que separa el mundo natural de ese otro mundo se corre; el muro que separa esos dos mundos se abaja, y esos fenómenos se vuelven ‘naturales’.

Pero ocurre con esas personas lo que pasaba con San Luis rey de Francia. Un día fueron a avisarle que en la capilla se estaba dejando observar en la hostia consagrada el Divino Niño, algo que varios estaban contemplando en ese momento. San Luis dijo entonces que era algo maravilloso, pero que él sabía que eso era así, que esa visión no agregaría nada a una fe que ya tenía y continuó con las labores que estaba realizando. Se podría decir que mientras firmaba un decreto real ordenando bajar los impuestos en Burdeos, el Santo rey no dejaba de ‘ver’ a Dios y a las cosas divinas, a veces a partir de los elementos del orden de la Creación.

Es claro, la intención de estas líneas no es menospreciar esos fenómenos extraordinarios, que cuando Dios los concede es por algo, en Dios todo tiene su altísima razón de ser. Pero lo esencial, y a lo que está llamado todo cristiano es a cultivar su vida interior, que es sinónimo de propiciar el funcionamiento de su ‘maquinaria’ espiritual, dada con el bautismo, perdida con el pecado grave, y recuperada con el sacramento de la confesión. El funcionamiento de los dones del Espíritu Santo, es ser conducidos por Dios, y esto supera cualquier fenómeno extraordinario.

El mecanismo sobrenatural en nuestras almas se pone en funcionamiento con gracias actuales, que debemos implorar por medio de la oración, a ruegos de María Santísima, gracias compradas por la Pasión de Cristo y la co-Pasión de María. Quien piensa en la oración como esa ‘chispa’ que enciende el mecanismo supremo, puede tener ahí otro incentivo para entregarse a ella.

También es cierto que una oración en la que el uso de la razón discursiva cede el espacio a la mera contemplación amorosa con los sentidos recogidos y el intelecto un tanto en pausa, puede favorecer la acción de los dones del Espíritu Santo, porque cuando se ponen en funcionamiento los dones, es Dios quien actúa, la iniciativa es de Dios, la acción es de Dios, el modo es de Dios, y lo mejor que puede hacer el hombre es dejarse cargar por Dios sin poner mucho de sí, sino solo aceptando solícito ser llevado en brazos divinos.

Entre tanto, Dios es dueño de su gracia, y la dispensa como quiere, cuando quiere, en la medida que quiere, y Él es también el Señor de las sorpresas de su gracia. Lo que sí debemos pedir es ser esclavos de la gracia de Dios, de sus mociones, de sus reconvenciones, de sus fortalezas, de todas sus maravillas. Muchos frutos que debería dar la gracia en nosotros se pierden, cuando queremos estar demasiado presentes nosotros, o cuando queremos forzar a la gracia a hacer lo que nosotros queremos.

Al final, debemos adoptar el lema de San Luis de Montfort, Opus tuum fac: dejar que sea el Divino Espíritu Santo y su Esposa Mística los que hagan su obra en nosotros, con sus dones, con su gracia.

Por lo demás, esto es algo más que necesario y actual, para estas nuevas generaciones, de mera naturaleza debilitada al máximo por siglos de pecado. De lo que sí no puede excusarse la debilidad es de rezar, de pedir, implorar, pero no tanto lo que deseen los caprichos de la debilidad, sino implorar que en la debilidad obre la Fuerza de Dios para alcanzar la virtud y la unión con Dios.

Ocurre que al final, todos somos débiles, hasta el gran San Pablo: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad (2 Co 12,8), le dijo Dios. Dios gustaba de la debilidad de San Pablo, que reconocida por San Pablo, permitía actuar la fuerza de Dios. No nos creamos más fuertes que San Pablo y recemos para que actúe en nosotros Dios.

Por Saúl Castiblanco

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