Es claro que hay narices humanas ‘de águila’, y si nos volviésemos más diestros en el arte de las analogías, tal vez podríamos hacer más distinciones en el campo de las aves rapaces.
Redacción (29/06/2024 13:01, Gaudium Press) ¡Cómo es de maravilloso el conjunto de la Creación, ver las analogías entre los seres y cómo ellos forman conjuntos! Buscar analogías es ciertamente una forma casta y serena de entretenerse y puede constituirse en camino para ir hacia el Ser Divino.
Es claro que hay narices humanas ‘de águila’, y si nos volviésemos más diestros en el arte de las analogías, tal vez hasta podríamos distinguir narices humanas no solo de águila, sino de cernícalo o de halcón.
Se me viene a la mente uno de los más famosos poemas de la antología española, A una nariz, de Francisco de Quevedo, del que se afirma que parodiaba el estilo y se burlaba de la nariz de Luis de Góngora:
Érase un hombre a una nariz pegado / érase una nariz superlativa / érase una nariz sayón [particularmente la punta de gorro de cofrade en procesión de Semana Santa] y escriba [intérprete de la ley, como con los que discutió el aun Niño Jesús] / érase un peje espada muy barbado [de hecho, la barba de Góngora no era prominente, pero sí formaba un conjunto y acentuaba la caída tipo cascada de la nariz…].
Ya insinúa aquí Quevedo que su antagonista no solo tenía una nariz monumental, sino que su psicología lo acercaba a esos orgullosos escribas que ‘tomaron examen’ en el Templo al Dios adolescente. Vamos con la segunda estrofa:
Érase un reloj de sol mal encarado / érase una alquitara [alambique] pensativa / érase un elefante boca arriba / era Ovidio Nasón más narizado [se dice que el famoso poeta romano Ovidio tenía también una nariz prominente, que no era encorvada sino recta y puntiaguda; pero aquí está diciendo que Ovidio era chato comparado con Góngora…].
Es claro que la ironía que va usando Quevedo no es un mero y vulgar insulto, sino que es arte y elegancia, y también muestra cierta cultura del poeta (lo compara con un famoso poeta de la Antigüedad, dice que era reflexivo). Es verdad que aunque Luis de Góngora no correspondiese por entero al cuadro psicológico que va insinuado y dibujando Quevedo, a punta de analogías y calificativos, al que leyese el poema y después estuviese con Góngora, le sería difícil no ver a Góngora a través del prisma de la poesía de Quevedo. Tal es la fuerza del lenguaje sensible.
Pero la pregunta de fondo es: ¿la nariz, fisonomía y apariencia general de Góngora realmente estarían reflejando algo de su psicología, o es todo un artificio arbitrario manipulado en este caso por un contradictor parcializado? Es más: ¿Hay correspondencia entre los lentes y nariz de Quevedo y su arte en la ironía?
Es cierto que con frecuencia uno se engaña con la apariencia de las personas. Pero también es cierto que con mucha frecuencia acertamos… todos.
A veces he tenido que practicar pruebas de personalidad tipo test a algunos, pruebas que con cierto margen de error sí muestran mucha cosa del interior de alguien. Y en varias ocasiones me he puesto a la siguiente tarea: ‘Después de haber conversado un poco, hágase una opinión primera sobre este alguien, y después contraste esa opinión con los resultados del test, a ver cómo le va’. Y he de decir lo mismo, que en veces nos hemos equivocado, pero también varias veces hemos acertado. Y creo que con el correr de los años, nuestro margen de acierto ha aumentado.
La explicación de esto sería que en la Creación Dios estableció por doquier la armonía, es decir, hay correlaciones entre lo que son los seres externa e internamente, y hay correlaciones entre ciertas exterioridades e interioridades de diferentes seres.
De tal manera que, por ejemplo, hay armonía entre el color de piel y la mirada de una pantera negra, y su temperamento fiero y matrero a la hora de cazar. Es claro que estas correlaciones son muy ricas y matizadas, y no podemos ‘cuadratizar’ la realidad (en ciertos momentos la pantera negra puede ser mimosa), pero lo cierto es que estas correlaciones existen.
Por ejemplo, a un político astuto y con frecuencia fiero como Clemenceau le cabía apropiadamente el apodo de ‘tigre’ y ciertamente por eso pegó entre sus contemporáneos. Creemos que no hubiera sido lo mismo si hubiesen querido endilgarle el de ‘león’, pues este socialista carecía de una cierta nobleza leonina. En cambio sí podemos decir que Godofredo de Bouillon era un ‘león’, teniendo momentos también de ángel, y de remanso de paz de un lago en calma.
Ya a esta altura, podemos decir que estos ejercicios a la búsqueda de las analogías, no son solo instrumentos para sonreír un tanto o relajarse ‘matando el tiempo’, sino que pueden constituirse en un recorrer la via pulchritudinis, la vía de la belleza para llegar a Dios, pues si sabemos ver bien, la creación material puede revelarnos los reflejos de las cualidades humanas, y las cualidades humanas son mero reflejo y participación de las perfecciones divinas.
Por Saúl Castiblanco
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