Su labor la realizó particularmente junto a los indios suramericanos. El postulador de su causa la definió como “una enfermera del alma y del cuerpo enviada por Dios”.
Foto: Angenzia Info Salesiana ANS
Redacción (22/10/2025 11:19, Gaudium Press) María Troncatti nació el 16 de febrero de 1883 en Còrteno Golgi, un pueblo montañoso en la provincia de Brescia, en Lombardía, Italia. Fue bautizada el 17 de febrero de 1883 en la parroquia de Santa María Asunta y recibió los nombres de “María Benvenuta”, María la Bienvenida.
Creció en una familia numerosa. Además de ir a la escuela, ayudaba en casa y pastoreaba cabras en los Alpes del Col d’Aprica, y vivía en la alegría de su inocencia, inteligencia y vivacidad.
Misionera con todo el corazón
La vocación misionera de Sor María nació desde niña, al leer en el Boletín Salesiano las vidas de los misioneros. Soñaba con ser misionera junto a los leprosos.
Entró pues a las Hijas de María Auxiliadora.
En 1922, mientras servía como enfermera en Nizza Monferrato, Italia, recibió de la Madre Caterina Daghero su definitivo destino, no entre los leprosos, sino entre los pueblos de la selva amazónica del Ecuador. Lejos de desanimarse, acogió la obediencia con entusiasmo. “Voy con todo el corazón: mi pensamiento siempre está en la misión”, escribió a su familia antes de partir en 1936.
Y cumplió su palabra. En la Amazonía, Sor María Troncatti vivió la radicalidad del Evangelio, poniendo en práctica el ‘voy yo’ salesiano (actitud de estar presto a cualquier misión apostólica): acudía donde nadie quería ir, acompañaba a los enfermos, educaba a los jóvenes y se convertía en promotora de la mujer indígena.
Artesana de paz y reconciliación
Durante 47 años de misión en el Ecuador, Sor María se enfrentó a la ley de la selva, donde la venganza reinaba entre colonos e indígenas shuar. Con su corazón de madre y su espíritu evangélico, emprendió un trabajo incansable de educación en el perdón, la reconciliación y la paz.
“Cura indistintamente a unos y a otros, les ayuda a vivir de forma más fraterna. Dialoga y aconseja a las mujeres colonas que siembren entre la gente palabras de bondad, de justicia, de hermandad, de igualdad, sabiendo que, a través del poder educativo de las mujeres, es posible formar a las futuras generaciones para una convivencia más respetuosa y para la acogida de las diversidades” (Madre Chiara Cazzuola, Circ. 1046).
Cuando los conflictos entre ambos pueblos se recrudecieron a finales de los años sesenta, Sor María ofreció su vida a Dios como víctima de reconciliación. Su testimonio logró detener venganzas y sembrar concordia. Tras su muerte, un arcoíris permaneció en el cielo hasta el momento de su sepultura, signo de la paz que ella dejó en los corazones.
La enviada por Dios
“En un mundo que está muy enfermo, que tiene muchas enfermedades, Sor Troncatti es una enfermera del alma y del cuerpo enviada por Dios a nuestra humanidad”:
Con estas palabras, el P. Pierluigi Cameroni, postulador salesiano de su causa de canonización, definió desde Roma la misión y el testimonio de Santa María Troncatti, la que terminó siendo religiosa de las Hijas de María Auxiliadora (rama femenina de los salesianos), elevada a los altares el 19 de octubre pasado junto a otros seis santos.
El sacerdote resaltó —al hablar del milagro para la canonización de esta religiosa— que la figura de Sor María encarna de modo ejemplar el espíritu del Evangelio vivido con fe y entrega: “Los gestos que hizo Sor María tienen también un significado simbólico, moral, porque este hombre no tenía sólo la parálisis del cuerpo. En el milagro se curó también el alma, porque nosotros tenemos parálisis de nuestra alma”, afirmó sobre el milagro atribuido a su intercesión.
El milagro que selló su santidad
El prodigio aprobado por la Iglesia fue la curación de Juwà Bosco, un carpintero ecuatoriano e indígena shuar que, tras un grave accidente en 2015, perdió parte del cráneo y quedó al borde de la muerte. “Este hombre no tenía sólo un mutismo físico, sino un mutismo relacional con sus familiares, con la gente. Y tenía la incomprensión de la realidad según el Evangelio, según la razón”, explicó el P. Cameroni.
Por intercesión de Sor María Troncatti, Juwà Bosco recobró no sólo la salud, sino también la alegría de vivir. “Con la intercesión de Sor Troncatti, este hombre empezó una vida nueva como testimonio. Este señor está aquí en Roma en estos días y dio muchísimo testimonio de su vida nueva, de su renovación”, señaló el sacerdote.
Una maternidad que brota del Evangelio
La dimensión maternal es el rasgo más evidente en Sor María Troncatti, una maternidad que genera abundancia de vida a su alrededor y que nace de una intimidad con el Señor. Su relación con Jesús —alimentada por la oración constante— la lleva a testimoniar con solicitud el amor del Padre hacia todos sus hijos.
Los indígenas shuar, tocados por su cercanía, la llamaban afectuosamente ‘madrecita’. A su familia, Sor María escribía :“¡Si vierais cuánto me quieren! Cuando me ven subir a caballo me recomiendan: ‘Madrecita, ¡vuelve pronto!’”.
Materna fue también su paciencia para educar en la paz y el perdón a indígenas y colonos, pueblos que vivían en tensión constante. Conquistaba los corazones con su bondad, y afrontaba riesgos y dificultades confiando plenamente en la Providencia.
Realizaba gestos sencillos y eficaces, acogía a los niños rechazados, ofrecía afecto y seguridad a quienes sufrían, y se convertía en educadora y catequista, abriendo caminos de esperanza.
Su maternidad fue su relación filial con María Auxiliadora, de quien aprendió a ser, a su vez, auxiliadora para los demás. “En ella la filialidad mariana no es solo sentimiento, sino que se vive conscientemente como itinerario de formación cristiana y salesiana, por eso se transforma en fuente de maternidad educativa al estilo del Sistema Preventivo” (Madre Chiara Cazzuola, Circ. 1046).
Con información de Aciprensa
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