En el mar, en el Corcovado, ante un exquisito plato…
Redacción (04/03/2021 10:07, Gaudium Press) Decía Plinio Corrêa de Oliveira que había dos tipos de “felicidad”, simplificando, una felicidad buena y una ‘felicidad’ mala.
A grandes rasgos se podía decir que felicidad mala (mejor sería ‘placer malo’) es por ejemplo la del drogadicto que tiene momentos de euforia cuando está bajo los efectos de la droga – seguidos de las terribles consecuencias de la drogadicción – , y felicidad buena es la que siente un niño que por primera vez conoce el mar.
Ambos son momentos de placer, pero hay que establecer las diferencias, que en algunos aspectos son muy sutiles. Sin embargo la importancia de definir las diferencias es que es ahí comúnmente cuando se opta por el camino del bien o por el camino del mal. Y de una vez advertimos que lo que haremos aquí es sólo dar las líneas generales del tema, que tiene muchos desdoblamientos.
***
El niño de nuestro ejemplo, cuando llega al mar, tiene un encanto generoso, desinteresado, y también profundo. Contempla los colores, del mar y del cielo, toca la arena, el agua; en el alma de un niño bautizado ese contacto con el ancho mar puede tener algo de místico. Sí, efectivamente, siendo la creación un reflejo de Dios, Dios se puede valer – y con frecuencia lo hace – de la contemplación de un objeto creado para mostrar a los mortales algo de su gigantesco ser.
Leer también: ¿Es posible una relación mística con… los colores?
Se dice que son muchos los que, tras ascender el monte del Corcovado, al contemplar el Pan de Azúcar y la bahía de Guanabara en Río de Janeiro, hacen un silencio ‘religioso’, al ver esa belleza tan magnífica que elocuentemente y muy fácilmente habla de Dios. Y es probable que no sólo sea la belleza natural la que hable de Dios en esos felices momentos, sino que sea Dios mismo quien susurre directamente al alma verdades de su Ser en esos maravillosos instantes, a partir de la contemplación de un magnífico paisaje natural. Es decir, con frecuencia entran elementos sobrenaturales en esas contemplaciones.
Esos serían momentos de ‘felicidad buena’.
La falsa felicidad
Pero incluso con el mismo mar se puede tener una ‘felicidad mala’.
La persona – ya no sería un niño sino más probablemente un adulto – ya no va al mar a admirarlo desinteresadamente, sino buscando sólo degustar para sí todo lo que este puede ofrecer. En vez de dejarse encantar por la imponencia y belleza del paisaje, piensa en el papel que está desempeñando ante los otros, y en cumplir meticulosamente con las reglas de lo que el mundo señala debe ser un baño de mar. Su estado de espíritu ya no es sosegado-admirativo, sino agitado, nervioso, no es capaz de conservar la serenidad, sino que pasa rápidamente de introducirse en el mar a tirarse en la plaza, a buscar prontamente algo de comer, a nuevamente buscar el contacto con el agua.
Coloquemos otro ejemplo.
Imaginemos a una persona que está enfrente de un rico plato.
Alguien puede degustarlo con templanza, y percibir con dominio de sí no sólo sus deliciosos sabores, su sutil y agradable aroma, sino incluso la propia disposición o decoración de los alimentos en el plato. Y al introducir un bocado en su boca, no busca que rápidamente este pase por lengua, paladar y vaya a la garganta, sino que lo degusta, fácilmente puede percibir los valores de un carácter más espiritual que le sugiere el alimento, como por ejemplo suavidad, o nobleza, o agrado, dulzura, etc.
Otro, ante el mismo plato, y frecuentemente de forma agitada, simplemente tiene un placer sensible, diríamos animal. El mismo placer atragantándose con un caviar, que por ejemplo podría tener atorándose con un simple hot dog o una hamburguesa. Es más, se puede decir que el primero conoció algo de Dios en la comida, y el otro solo navegó por la esclavitud de su instinto satisfaciéndolo.
Ocurre que en el primer caso – el del contemplativo del mar, o el del contemplativo de la buena mesa – no sólo ocurrió un deleite carnal, sino también espiritual, e incluso hubo la posibilidad de un contacto con Dios, que llena al hombre de profundo gozo. Y en el caso del segundo, al no haber ese contacto espiritual con el infinito, se quiere llenar esa carencia aumentando fuertemente la intensidad del mero placer sensible, o volviendo a ese placer una y otra vez y con ello se prepara el alma para los placeres embriagantes y esclavizantes tipo ‘droga’, tipo ‘vicio’.
Como se ve, el asunto no es de menor cuantía.
Esperamos seguirlo profundizando.
Por Saúl Castiblanco
Deje su Comentario