Toda criatura humana desea ansiosamente la paz, pero ¡cuántas veces la buscan donde no se encuentra y, más aún, se equivocan en cuanto a su verdadero contenido y sustancia!
Redacción (, Gaudium Press) ¡Oh beata nox! Sí, bendita noche que ve el nacimiento de un Niño inaugurando una nueva era histórica. En esa noche a la humanidad se le ofreció un regalo precioso que no le sería quitado ni siquiera cuando ese Niño regresara a la eternidad: “La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo. ¡No se turbe vuestro corazón, ni se atemorice!” (Jn 14, 27). […]
Todas las palabras de Jesús son de vida eterna y misteriosamente atrayentes, pero, al ser recordadas junto al Pesebre, nos llevan a querer profundizar en su significado, especialmente aquellas que se refieren a la paz que nos trajo esa noche. ¿Cuál será su naturaleza? Esto es lo que toda criatura humana desea ansiosamente, pero ¡cuántas veces la busca donde no se encuentran y, más aún, se equivoca en cuanto a su verdadero contenido y sustancia!
¿No es este error la causa principal de que el mundo esté casi siempre asolado por guerras y catástrofes a lo largo de varios milenios? Todo fruto de la pseudo-paz que nos ofrece el mundo, muy distinta a la que cantaron los Ángeles a los pastores, en aquella bendita noche de Navidad. […]
Benedicto XVI dijo sobre el mismo tema: “En primer lugar, la paz debe construirse en los corazones. De hecho, es en ellos donde se desarrollan sentimientos que pueden alimentarla o, por el contrario, amenazarla, debilitarla, asfixiarla. De hecho, el corazón humano es el lugar de las intervenciones de Dios. Por eso, junto a la dimensión “horizontal” de las relaciones con los demás hombres, en esta materia tiene una importancia fundamental la dimensión “vertical” de la relación de cada uno con Dios, en la que todo tiene su fundamento”.
Por eso, en esta Navidad, en medio de los múltiples dramas actuales, los cantos de los Ángeles resuenan más que nunca para nosotros, como antaño lo hicieron para los pastores. Nos ofrecen la verdadera paz, a cada uno de nosotros en particular, invitándonos a subordinar nuestras pasiones a la razón, y la razón a la fe. También nos ofrecen el fin de las luchas civiles, de la lucha de clases y de las guerras entre naciones, a condición de que observemos atentamente las exigencias impuestas por la jerarquía y la justicia. En fin, es indispensable para nosotros, para recibir de los Ángeles este ofrecimiento tan anhelado, estar en orden con Dios, reconociendo en Él a nuestro Legislador y Señor, y amándolo con todo entusiasmo.
Esto es lo que con tanta lógica y unción comenta San Cirilo: “No lo miremos simplemente como a un Niño colocado en un pesebre, sino que en nuestra pobreza debemos verlo rico como Dios, y por eso es glorificado incluso por los Ángeles: ‘Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad’. Porque los Ángeles y todos los poderes superiores mantienen el orden que les ha sido dado y están en paz con Dios. De ninguna manera se oponen a lo que le agrada, sino que están firmemente establecidos en la justicia y la santidad. Nos sentimos miserables al poner nuestros propios deseos en oposición a la voluntad del Señor y al colocarnos en las filas de sus enemigos. Esto fue abolido por Cristo, porque Él mismo es nuestra paz y nos une por su mediación con Dios Padre, quitando el pecado, causa de nuestra enemistad, justificándonos por la fe y aproximando a los que están dsitantes”. […]
Y con no menos espiritualidad, san Jerónimo añade: “Gloria en el cielo, donde no hay disensiones, y paz en la tierra, donde hay guerras diarias. ‘Y paz en la tierra’. ¿Y esta paz en quién? En los hombres. […] ‘Paz a los hombres de buena voluntad’, es decir, a los que reciben a Cristo recién nacido”.
(Extraído de: CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Glória e paz! In: O inédito sobre os Evangelhos. Città del Vaticano-São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2013, v.I, p.99-106)
Deje su Comentario