jueves, 21 de noviembre de 2024
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La pizza del clic y la necesidad del esfuerzo: una sinsalida, si no es con la gracia

Entre las bellezas poco elogiadas de las que urge cantar la alabanza, está la belleza del esfuerzo, del sacrificio.

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Foto: Alan Hardman en Unplash

Redacción (28/09/2024 20:48, Gaudium Press) Entre las bellezas poco elogiadas de las que urge cantar la alabanza está la belleza del esfuerzo, del sacrificio, ese que normalmente repugna a la mentalidad moderna, que todo lo quiere conseguir con la facilidad y la rapidez de un clic.

Entre tanto, la experiencia cotidiana nos revela que lo que se consigue sin esfuerzo y se respira fácil como el aire, aunque al principio parezca rutilantes luces de centellas, termina siendo felicidad pasajera, tan soso como huevo crudo sin sal, aburrido como cielo ahogado por nubes grises.

Por lo demás, las grandes cosas, esas que a todos causan admiración, solo se consiguen con esfuerzo —incluso aunque se tenga un especial talento natural— algo que coincide con lo que dice Santo Tomás, de que el progreso en la virtud se obtiene es por un aumento en la intensidad y no en la cantidad: Si hemos llegado al límite, traspasarlo exige notable esfuerzo, pero es así como se van corriendo las fronteras, se otea el infinito y se va llegando a la belleza absoluta.

Si un día nos dijeran que tal deportista batió la marca olímpica sin derramar una gota de sudor, sin pestañear, algo en el fondo del alma nos soplaría que esa victoria está tiznada con el polvo que apaga el brillo. En cambio, si un día nos cuentan que tal chico perdió dos veces los exámenes de ingreso a la universidad, pero que después de cada intento fallido siguió estudiando e insistiendo, hasta la aprobación definitiva, ese chico aunque no sea el mejor de su clase tal vez nos suscite la mayor empatía y admiración.

Vemos por ahí que, aunque el hombre hodierno repele el esfuerzo, la naturaleza sigue estando predispuesta para su admiración.

“La constancia vence lo que la dicha no alcanza”, proclama el refranero popular: más que un fuerte impulso momentáneo, lo que triunfa es el empeño constante, continuo, a veces monótono, siempre esforzado.

Pero, nos preguntamos: ¿cuál es el secreto, el porqué de la belleza carmesí del esfuerzo? ¿Solo porque es sendero obligado para un resultado que comúnmente se obtiene, o será que el mero esfuerzo en sí tiene una belleza intrínseca?

Concluimos que el solo esfuerzo es bello —cuando razonable, claro— porque revela el imperio de la razón y sobre todo de la voluntad sobre una sensibilidad frecuentemente rebelada. Cuando la voluntad impone su ley —en contra de la tendencia al facilismo y al gozo del pecado original— se revela la correcta correcta ordenación del ser. Y el orden es bello, es uno de los elementos de la belleza.

El esfuerzo más bello es el impuesto por el cumplimiento del deber, sobre todo cuando este deber es arduo. Después del sacrificio de Cristo en la Cruz, no hay nada más que decir. El Calvario será por siempre el objeto de admiración del esfuerzo supremo.

El esfuerzo es tan importante en la estética del Orden del Universo, que como que reconfiguró la concepción de ese trascendental del ser llamado Belleza, después del terrible terremoto del Pecado Original. Antes de ese pecado originario, no existía el esfuerzo; pero ahora, belleza sin esfuerzo como que carece de un elemento para llegar a ser perfecta, como que faltaría la cereza del chantilly.

—Ahh, pero mire el lirio del campo, él es bello y sin esfuerzo.

Sin embargo, mejor será el lirio trasplantado, cultivado, cuidado cotidianamente, para que dé los colores más vivos, más aterciopelados, un lirio que hará juego con otros, con orquídeas, rosas, etc. Pero todo eso, sí, exige el esfuerzo.

Entre tanto, tenemos hoy por hoy un problema que diríamos existencial, como es la real  y casi total debilidad de las nuevas generaciones para todo tipo de esfuerzo.

La capacidad para el esfuerzo es como la del músculo, mientras más se ejercita, más se habilita. Pero si no se emplea el músculo se debilita, hasta se puede atrofiar, como constatamos en el brazo flaco que es liberado después de un buen tiempo enyesado.

Ocurrió que estas sociedades modernas, particularmente desde el surgimiento de las máquinas y la tecnología, fueron criando seres crecientemente ajenos al esfuerzo, casi exclusivamente concentrados en la obtención de placer.

Montar a caballo podrá parecer hoy exótico, divertido, hasta terapéutico o elegante y sinónimo de distinción cuando se piensa en el polo o en la equitación. Pero exigía y exige esfuerzo, así como la manutención del animal. Todo eso fue solucionado por la introducción de los desplazamientos sobre máquinas.

Los ejemplos podrían barajarse hasta el infinito, particularmente en esta sociedad subyugantemente cibernetizada, esa del clic: —¿Quiero un pizza? Hago algunos clics. —¿Tengo que realizar una investigación? Ahora es cuestión de clics. —¿Necesito conocer la ruta más rápida para alcanzar un lugar? Una App y algunos pocos clics. Esta, más que la sociedad de la información y el conocimiento, se está transformado en la sociedad de los clics. Pero los clics no requieren mucho esfuerzo, y van criando seres ajenos al esfuerzo…

Por lo demás, puedo conseguir la pizza con un clic, pero no el dinero para pagar la pizza del clic. Puedo pedir a ChatGPT que me diseñe un razonable ensayo sobre infecciones, pero ChatGPT no me hará un buen médico, de esos a los que la gente busca y a la que les paga: la ley del esfuerzo sigue universal e inexorable para el éxito.

Es esta pues la sinsalida de las sociedades actuales: no tienen fuerza para el esfuerzo, pero el esfuerzo sigue siendo la ley de vida.

¿Qué hacer?

Hoy más que nunca, la Iglesia, canal de la gracia, tiene su oportunidad de oro.

No como quieren algunos, intentando cambiar la moral para amoldarla a la debilidad y a los vicios del hombre, sino insistiendo en que la vida es absurda si no pedimos el auxilio divino, la gracia divina.

Si un pueblo conquistador y muy fuerte como el romano, cayó en los peores vicios y fue tragado por los paganos; si un pueblo que como el griego, que desarrolló las bases de la sabiduría desapareció en el devenir de la Historia también por su inclinación al vicio y al pecado, es absurdo que estas generaciones de plastilina, crepé y frágil vidrio quieran vivir sin el auxilio de la gracia de Dios.

Es la hora, en medio de nuestra máxima debilidad, de pedir de rodillas la gracia de Dios, que dispone para el esfuerzo.

Ah, pero como cuesta comúnmente, incluyendo a estas raquíticas generaciones, reconocer la miseria propia y pedir al Creador la fuerza él que siempre da, para realizar el esfuerzo necesario en esta vida.

Sin embargo, fue especialmente para nosotros, los debiluchos actuales, que un día el Sagrado Corazón, con apariencia de niño, dijo a Sor Josefa Menéndez:

“Soy pequeñito, pero mi Corazón es muy grande”.

Corazon de Jesus 2

“Cuando un alma desea ser fiel, yo la sostengo en su debilidad y sus mismas caídas mueven a obrar, con mayor eficacia, mi bondad y mi misericordia. Pero es preciso que el alma se humille y se esfuerce, no para hallar su propia satisfacción sino para darme gloria”.

“Cuanto mayor sea tu miseria, más te levantará mi poder. Te enriqueceré con mis dones. Si me eres fiel tendré en tu alma una morada donde guarecerme, cuando las almas me arrojen de sí por el pecado. Yo descansaré en ti y tú hallarás en Mí la vida. Todo lo que necesitas ven a buscarlo en mi Corazón, incluso lo que Yo te pido. Ten confianza y amor”. (1)

Para griegos, romanos, etruscos y babilonios, para San Pablo, para todos, sobre todo para hoy, la solución está en Dios… y en el auxilio de su Madre.

Por Saúl Castiblanco

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1 Citas tomadas de Un llamamiento al amor – El Mensaje del Sagrado Corazón al mundo y su Mensajera Sor Josefa Menéndez. Ed. Guadalupe. Buenos Aires. 1960.

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