Tempi publica amplio reportaje, sobre una historia que muchos califican de experimentación irresponsable en niños vulnerables.
Redacción (09/04/2024, Gaudium Press) La realidad es la realidad, es el ser, el ser de las cosas, que es así como es y no como quieran las ideologías, que son ciertas si se acoplan a la realidad, que no lo son si no, aunque la Historia está llena de ejemplos de ideologías que pueden halagar la pasiones, embaucar a los hombres, y causar mucho, mucho daño.
Tempi, en Italia, bajo el título de “La trágica historia de los ‘niños trans’” (La tragica favola dei ‘bimbi trans’) nos habla de uno de estos daños, en los que lamentablemente los sufrientes son o fueron menores. El artículo en español lo ha reportado Religión En Libertad.
“El daño causado es inconmensurable. Nadie sabe cuántos años de dogma ideológico, tratamiento inadecuado y un fracaso culpable a la hora de considerar el bienestar mental de los niños tratados por la clínica Tavistock afectarán a las miles de personas remitidas a su Servicio para el Desarrollo de la Identidad de Género”, dice el medio italiano, refiriéndose a la cerrada clínica Tavistock & Portman, en Londres, donde funcionaba ese Servicio (GIDS por su sigla en inglés).
Tras ciertas alarmas encendidas por medios, un equipo de expertos liderado por Hilarry Cass, ex presidenta del Real Colegio de pediatría, tuvo acceso a las historias clínicas de más de 9.000 menores tratados allí por disforia de género.
Después de revisarlos, la conclusión se imponía y comenzaba a mostrarse trágica: El GIDS había obligado a miles de chicos a seguir “un camino tortuoso e innecesario, permanente y que les cambiaría la vida (…) un modelo de tratamiento que les expone a un riesgo considerable de angustia mental y que no es ni una opción segura ni viable a largo plazo”.
Se levantaba como un tsunami el cuestionamiento de lo que se llamaba “terapia afirmativa” (o “protocolo holandés”, que preveía la administración de bloqueadores de la pubertad a partir de los 9-11 años y hormonas cruzadas a partir de los 16 con el argumento repetido de ‘¿Prefieres tener un hijo muerto o una hija viva?’, pues los niños con disforia de género corren alto riesgo de suicidio).
Solo dos citas con psicólogos inexpertos, y hormonas…
De dentro de la clínica Tavistock, también empezaron a salir voces disidentes, como la de la enfermera Sue Evans y su marido Marcus, psicoanalista, los primeros en dimitir de manera polémica con lo que la clínica ofrecía como “tratamiento reversible” a niños con trastornos del espectro autista. Asimismo voces potentes como la de David Bell, psicoanalista, autor del primer informe sobre el abuso de bloqueadores en la clínica Tavistock, donde trabajaba desde 1995. Uso de bloqueadores que con frecuencia se determinaba tras solo dos citas, después de las cuales los menores eran tachados de trans por psicólogos inexpertos que acababan de ser contratados y a bajo precio.
Con el paso del tiempo, empezaron a surgir los niños ‘arrepentidos’ con la transición.
Evidentemente los ‘dogmas’ ideológicos no mueren fácil, pelean, algunos tienen larga vida. Bell por ejemplo, recibió duros ataques.
Se desechaba el estudio de la complejidad de las causas
Entre los varios reportajes que fueron generando conciencia de lo ‘extraño’ que estaba ocurriendo en esa clínica, hizo historia el artículo de investigación de The Times del 8 de abril de 2019, titulado “Llamados a terminar el ‘experimento en niños’ transgénero”:
“Hay en marcha un experimento en masa sobre niños, los más vulnerables”, decía claramente The Times. En ese momento, el no pequeño número de 18 médicos de la clínica Tavistock ya habían renunciado voluntariamente en los últimos 3 años, todos ellos por razones de “conciencia”. Uno de ellos había hablado con el Times:
“Este tratamiento experimental se realiza no sólo sobre niños, sino sobre niños muy vulnerables, que han tenido problemas de enfermedades mentales, abusos, traumas familiares. Sin embargo, a veces estos factores son, sencillamente, encubiertos”.
Es decir, los niños iniciaban su camino de ‘transición’ hormonal, sin que los expertos pudieran analizar en su complejidad las causas de su disforia, de su ‘confusión’ de género. Era como si una tromba ideológica los empujara a que rápido afirmaran su condición ‘trans’, vía hormonas.
Voces autorizadas empezaban a poner el grito en el cielo, por algo que al final, no pasaba de experimentación en menores, y menores en delicado estado de salud:
Carl Heneghan, director del Centro de Medicina basada en Evidencias de Oxford, afirmaba en amplio editorial, del cual el Times reproducía trechos, sus temores sobre la seguridad de las terapias farmacológicas utilizadas: “Dada la escasez de evidencias científicas que las apoyen, la utilización no autorizada de fármacos para usos no cubiertos por la licencia del mismo en el tratamiento de la disforia de género se traduce en un experimento en vivo, no regulado, sobre niños”.
Destacaba el Times que una de las principales defensas de la clínica Tavistock ante las críticas eran eslóganes, al estilo de “En el centro de nuestro trabajo está el bienestar de los jóvenes”, “Un número cada vez mayor de estudios internacionales ha demostrado que a día de hoy ‘hay pocas evidencias de daños’”, eslóganes realmente proferidos por el director Polly Carmichael.
Pero ya la bola de nieve creciente del escándalo movió entonces a procesos judiciales, que llevaron a una amplia inspección de la clínica Tavistock, por parte del Departamento de Salud inglés, y que conduciría a su cierre en el 2022.
Dentro de todo el caso Tavistock, surge repetidamente el nombre de Mermaids, organización benéfica para transgénero. La enfermera Sue Evans, arriba mencionada como una de las primeras ‘disidentes’ de los procedimientos desarrollados en la clínica, decía que los activistas transgénero habían llegado a dictar “las directrices de atención a nuestros pacientes”. Muchos activistas trans iban más allá de considerar a Tavistock como una clínica de atención, ni siquiera de experimentación, sino un emblema de derechos y de aceptación social y política. De esto, al todo vale, hay pocos pasos.
La polémica es internacional
Lo ocurrido con la clínica Tavistock está teniendo repercusiones, réplicas, o fenómenos espejo, en todo el mundo.
Finlandia ha publicado directrices y pruebas para posponer la transición de género a la edad adulta. En el 2022 Suecia paró cualquier administración de hormonas a menores. En este país, el Karolinska Institutet reconoció que había dañado irreparablemente la salud de algunos niños tratados con bloqueadores; ahora las terapias psiquiátricas y psicológicas se constituyen como la atención primaria en estos casos.
En enero de 2023, el NRC Handelsblad, uno de los periódicos más importantes de los Países Bajos, revela que el ‘protocolo holandés’ se basa en un estudio de 2006 realizado en muy pocos niños y casi todos varones, financiado por la empresa que comercializa la triptorelina y desacreditado por la ausencia de controles y de los resultados esperados: ningún cuerpo ‘en pausa’ con bloqueadores, sino una ‘profecía autocumplida’. En el documental The Transgender Protocol [El protocolo transgénero], los expertos admiten: demasiados fallos estructurales en los estudios en los que se basó el modelo adoptado en todo el mundo.
En marzo de 2023, la Junta de Investigación Sanitaria de Noruega anuncia la revisión de las directrices sobre disforia, que considera que no están basadas en pruebas científicas: a partir de ahora, “el uso de bloqueadores de la pubertad, terapias hormonales y cirugía de reasignación de género se restringirá a contextos de investigación y dejará de proporcionarse en entornos clínicos”. En agosto de 2023, Dinamarca anuncia que se ofrecerán terapias psicológicas y no fármacos a los menores que no hayan manifestado disforia de género desde la infancia.
Es claro, son aún numerosos, buena parte activistas, quienes siguen recomendando los bloqueadores hormonales. Sin embargo son ya numerosos los científicos, como los expertos de nueve países mencionados por el Wall Street Journal que se reafirman en que no hay pruebas de que la transición hormonal sea medida eficaz para prevenir el suicidio.
Por ahora, lo cierto es que el tal vez mayor ícono institucional de este tipo de terapias, la clínica Tavistock, fue cerrada, y que en una medida incluso más radical, el Servicio Nacional de Salud de Inglaterra (NHS) acaba de prohibir, en marzo, los llamados bloqueadores de pubertad.
Eso de que los derechos de los niños prevalecen sobre los de los demás no debería ser mera retórica.
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