Quien se depara por vez primera con las palabras de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego, no puede dejar de conmoverse con la dulzura con la que la Madre de Dios lo trata.
Redacción (12/12/2022 17:37, Gaudium Press) Quien se depara por vez primera con las palabras de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego, no puede dejar de conmoverse con la dulzura con la que la Madre de Dios lo trata.
Nuestra Señora, en la primera aparición del 9 de diciembre de 1531, va hasta él y lo llama diciendo: “Juanito, Juan Dieguito («Juantzin, Juan Diegotzin»)”. Luego lo trata de hijito pequeño: “Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿adónde vas?”.
Después, –tras anunciarle que es “la siempre Virgen Santa María” y expresar su deseo de que ahí en el Tepeyac se erija un templo en el que se la venere– se le anuncia como “vuestra piadosa madre”. En ese templo Ella quiere “mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa”, y a todos los “amadores míos que me invoquen y en mí confien”, les promete “oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores”, promesa que se reafirma en la dulzura de ese lenguaje.
Posteriormente, en la aparición del 12 de diciembre, cuando San Juan Diego ‘huía’ de la Señora pues iba a buscar un sacerdote para su tío enfermo, la Virgen se le aparece, no le hace ningún reproche y le dice una vez más: “¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿Adónde vas?”. Le anuncia la curación de su tío, y lo invita a que no se asuste o aflija, pues “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”. Le ordena entonces recoger en la cumbre del cerro esas magníficas rosas de Castilla que él portará en su tilma, las cuáles serán la señal para que el Obispo Zumárraga se convenza y autorice la construcción del templo pedido por la Madre de Dios. Le ratifica Nuestra Señora al humilde Juan Diego, su hijo el más pequeño, que él es su “embajador, muy digno de confianza”.
Es realmente conmovedora la ternura y deferencia de Nuestra Señora al indio, hoy Santo.
Es cierto que Nuestra Señora en su lenguaje emplea términos y modismos de cortesía que usaban los indígenas cuando querían manifestar respeto, en su lengua náhualt. Pero esto, lejos de quitarle fuerza a las expresiones de cariño de la Virgen, ratifican su amor hacia Juan Diego, pues es Ella, la Reina del Universo, la que se acomoda a él, su hijito pequeño.
Es sabido que la aparición de Guadalupe soluciona un impasse que estaba teniendo la evangelización de los indios en México, y que desde ese momento las desconfianzas decrecen y las conversiones se potencian, en buena medida por los efectos de la dulce aparición de la Virgen no a un español, sino a un indio. Ella con su ternura, con el remedio que traía a “todas sus miserias, penas y dolores”, se torna así como la gran evangelizadora de los indios de México.
Es claro también que en San Juan Diego podemos estar representados todos los que queremos ser hijos de la Virgen, sabiendo que al imitar la confianza que el indio tenía a su Madre, recibiremos de Ella ese trato dulcísimo de hijos suyos, que nos auxiliará a todo momento, pues Ella nos dirá también a nosotros: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”.
El propio lenguaje de la Virgen a San Juan Diego es todo un tratado de espiritualidad mariana, de infancia espiritual mariana, de la forma como la Virgen quiere tratarnos y del cómo quiere que la tratemos y nos dirijamos a Ella. Es un magnífico tratado de amor mariano, que presagia futuro, que anuncia el triunfo del Inmaculado Corazón de María en los corazones de los que a Ella se entreguen como hijos pequeños.
Por Carlos Castro
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