San Juan Diego, indio noble, ‘perseguido’ por la Virgen, a quien Ella le dio una insigne señal para convencer al obispo Zumárraga.
Redacción (12/12/2022 08:26, Gaudium Press) ¿Cómo fueron las apariciones de la que hoy millones veneran como Emperatriz de América? Hablemos primero del vidente, San Juan Diego. Su nombre originario era Cuauhtlatoatzin, que significa, “Águila que habla”, nombre que puede ser presagio de su vocación, pues esa águila habló lo que la Virgen le contó, y el mundo entero escuchó los ecos de su voz. San Juan Diego Cuauhtlatoatzin un día oyó repentinamente una música suave, sonora e melodiosa.
Pero sigamos hablando un poco de Juan Diego.
No era él propiamente un indígena “pobre” o de “baja condición social”. Sabemos hoy, por diversos testimonios, que era hijo del rey de Textoco, Netzahualpiltzintli, y nieto del famoso rey Netzahualcóyolt. Su madre era la reina Tlacayehuatzin, descendiente de Moctezuma y señora de Atzcapotzalco y Atzacualco. En estos dos lugares Juan Diego poseía tierras y otros bienes en herencia. Ciertamente Dios quiso estas circunstancias para que el mensaje que la Virgen quería trasmitir por su medio tuviera más repercusión en los pueblos indígenas.
De hecho, las crónicas coinciden en afirmar que la evangelización de los indígenas estaba encontrando dificultades, resistencias provienientes de siglos del más oscuro y feroz paganismo. Se podría afirmar que la expansión del cristianismo se había deparado con un impasse, que tendría una maravillosa solución con las apariciones de Nuestra Señora.
La primera aparición: Nuestra Señora le dice explícitamente quien es Ella
El 9 de diciembre de 1531, Juan Diego estaba en los alrededores del cerro Tepeyac, en la actual ciudad de Méjico. Repentinamente, oyó una música suave, sonora y melodiosa que, poco a poco, se fue extinguiendo. En ese momento escuchó una lindísima voz, que en el idioma nahualt lo llamaba por su nombre. Era Nuestra Señora de Guadalupe.
Después de saludarlo con mucho cariño y afecto, la Señora dirigió estas palabras llenas de bondad:
Sabedlo, ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive, del Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediatez, el Dueño del cielo, Dueño de la tierra.
Mucho quiero -continuó Ella, mucho deseo que aquí me levanten un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, mi compasión, mi auxilio y mi salvación. Porque en verdad soy vuestra madre compasiva, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; quiero oír ahí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
La Virgen pidió a Juan Diego que fuese al palacio del Obispo de Méjico, y le comunicase que ella lo enviaba y pedía la construcción del templo.
El “Mensajero de la Virgen” fue pues a entrevistarse con el Obispo de Fray Luis de Zumárraga, a quien narró lo sucedido: sin embargo el Obispo se mostró incrédulo, citándolo para otro día.
Segunda y tercera aparición: La Virgen lo consuela, y lo ratifica en la misión
El noble indígena no tenía duda de la sobrenaturalidad de la aparición, pero apesadumbrado, va a dar cuenta a la Virgen de su fracasada misión. Y con una encantadora inocencia, le pide a Ella que escoja un embajador mas digno, estimado y respetado. La Madre de Dios le respondió: “Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargue que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad. Pero es muy necesario que tú, personalmente, vayas, y que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad. Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido. Y otra vez dile que yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envío”.
Al día siguiente, después de asistir a misa, Juan Diego volvió a buscar al señor Obispo Zumárraga, quien lo recibió con atención pero, más escéptico que antes, le dice que era necesario “una señal” para demostrar que era realmente la Reina del Cielo quien lo enviaba. Con toda naturalidad Juan Diego respondió que sí, y fue a pedirle a la Señora la “señal” solicitada.
Al caer el sol, como en las veces anteriores, se le apareció Nuestra Señora radiante de dulzura. Ella aceptó sin el menor reproche concederle la señal pedida, para lo cual lo citó al día siguiente.
Él huye; Ella va a su Encuentro
Sin embargo, al día siguiente, lunes 11, Juan Diego no se presenta a la cita. Su tío, Juan Bernardino, había caído repentinamente enfermo, y él trata por todos los recursos medicinales indígenas curarlo. Todo fue en vano. Cuando el tío ve que la muerte se aproxima, siendo ya cristiano fervoroso, le pide a su sobrino que intente traerle un sacerdote para que lo asista.
Juan Diego, presuroso, sale al amanecer del día 12 en busca del confesor pero decide tomar un camino diferente al habitual, para que la “Señora del Cielo” no le salga al encuentro, pues, pensaba él: “me pedirá cuentas de su encargo y no podré ir en busca del sacerdote”.
Pero su artimaña no funciona.
Para su asombro, la Madre de Dios se le apareció en ese camino. Avergonzado, Juan Diego trató de disculparse con formulas de cortesía propias de la usanza indígena: “Mi jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés contenta.” Y luego de explicarle la enfermedad de su tío, como la causa de su falta de diligencia, concluyó: “Te ruego me perdones, porque con ello no engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa.
“¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”
A lo cual le respondió la Virgen, con bondad y cariño:
“Escucha, y ponlo en tu corazón, hijo mío el menor, que no es nada lo que te asusta y aflige. Que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad y angustia.
“¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Que ninguna otra cosa te aflija, ni te perturbe. No te apriete con pena la enfermedad de tu tío, por que de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya sanó”.
Señal para el “Mensajero de la Virgen”
Así que oyó esas bellísimas palabras, Juan Diego, muy consolado, creyó en la Virgen. Ahora era preciso cumplir con la misión. ¿Cuál era la señal? Ella le ordena subir al cerro del Tepeyac y cortar las flores que allí encontrara. Encargo imposible, dado que nunca las había, y menos todavía en ese tiempo de intenso frío y sequedad. Pero Juan Diego no duda. Sube el cerro y en la cumbre encuentra las más bellas y variadas rosas, todas perfumadas y llenas de gotas de rocío como si fuesen perlas. Las cortó y colocó en su tilma (poncho típico de los indios mejicanos). Al llegar abajo, Juan Diego mostró las flores a Nuestra Señora, quien las toca con sus manos celestiales y se las vuelve a poner en la tilma.
“Hijito mío, el más pequeño, esta diversidad de flores son la prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás de mi parte que vea en ella mi voluntad y él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador en el que absolutamente deposito toda la confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas”.
Juan Diego se dirigió nuevamente al palacio del Obispo Zumárraga y luego de mucho esperar y forcejear con los criados, lo hace pasar a su presencia. El “Mensajero de la Virgen” comenzó a narrar todo lo sucedido con Nuestra Señora y en cierto momento extiende su tilma, descubriendo la señal. Cayeron las más preciosas y perfumadas flores y, al instante, se estampó milagrosamente en el tejido la portentosa Imagen de la Perfecta Virgen Santa María Madre de Dios, que se venera hasta hoy en el Santuario de Guadalupe.
Profundo sentido eclesial y Misionero
Así fue la gran aparición, cuyo primer resultado fue la conversión a gran escala de los indígenas. “El acontecimiento Guadalupano –señala el episcopado de Méjico– significó el inicio de la evangelización, con una vitalidad que sobrepasó todas las expectativas. El mensaje de Cristo, por medio de su Madre, tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación.” Y el Papa completa: “Es así que Guadalupe y Juan Diego tomaron un profundo sentido eclesial y misionero, siendo un modelo de evangelización perfectamente inculturada» (Misa de Canonización de San Juan Diego, 31/7/2002).
Por eso, determinó Juan Pablo II que en el día 12 de diciembre sea celebrada, en todo el Continente, la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Evangelizadora de América (Exhortación Apostólica Ecclesia in America).
(Tomado, con adaptaciones de Es.arautos.org)
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