La primera aparición de la Virgen a Santa Catalina Labouré fue el 18 de julio de 1830.
Redacción (27/11/2020 08:25, Gaudium Press) Era el año de 1830, año de grandes convulsiones en Francia, pero también un año donde brilló una gran estrella en el firmamento, la de la aparición de Nuestra Señora de las Gracias, tal vez más conocida como la Virgen de la Medalla Milagrosa, aparición que en el bello decir de Pío XII inauguraba la “era de María”.
Santa Catalina Labouré
Catalina Labouré, la vidente de esta aparición, nace en Fain-les-Moutiers, en Borgoña, Francia, el 2 de mayo de 1806. Entra ella al noviciado de las Hijas de la Caridad en París, en la famosa calle Rue du Bac, el 21 de abril de 1830.
Muy poco después de ingresar al noviciado, ya es objeto de experiencias místicas.
Un día ve el corazón de San Vicente de Paúl, el fundador de su comunidad, de varios colores, y oye una voz que le dice “el corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia”. Esa misma voz le anuncia que ninguna de las dos congregaciones por él fundadas, la de las Hijas de la Caridad y la de los Padres Paúles, perecerá “en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe”.
Los dones místicos en Santa Catalina se suceden. Durante los 9 meses que dura su noviciado ve todos los días a Cristo en el Santísimo Sacramento. Otro día ve a Jesús como Rey. Pero de este Rey, súbitamente, caen los ornamentos reales, igual que la cruz, y quedan estos convertidos en despojos: “Inmediatamente tuve las ideas más negras y terribles: que el Rey de la tierra estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosa malas.”
La primera aparición
Era el 18 de julio de 1830, día en que la maestra de novicias había hablado sobre la devoción a los santos y el amor que se debía tener a Nuestra Señora. La novicia Catalina alberga entonces el deseo de ver a la Virgen.
Estaba esa noche durmiendo la religiosa cuando alrededor de las 11:30 escucha que por tres veces la llaman por su nombre. Aparta las cortinas de su cama y ve a un niño, vestido de blanco, que le dice: “Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera.”
Santa Catalina se viste, va caminando al lado del ángel, y a su paso todo va quedando iluminado. La capilla estaba cerrada, pero el niño la toca con su dedito y se abre al instante, y ¡oh sorpresa!, la iglesia está iluminada como si fuese a haber una misa de gallo.
Pasa un tiempo, y entonces el niño dice: “Ved aquí a la Virgen, vedla aquí”.
Ella oye un rumor, el roce de un traje de seda y entonces ve a la bellísima señora que “fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio.” Sin embargo, Catalina dudaba en el fondo de su corazón, pero el niño conociendo sus secretos pensamientos le dice “Mira a la Virgen”, y luego en tono ya no de infante sino de hombre, enérgico, afirma: “¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que mas le agrade?”
Santa Catalina se arrodilla ante Nuestra Señora: “Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí.” La Virgen la instruye sobre muchas cosas y le dice que Dios le confiará una misión. También le anuncia desgracias que sobrevendrán sobre Francia y también sobre el mundo: “El trono será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases (al decir esto la Virgen estaba muy triste). Venid a los pies de este altar, donde se prodigaran gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres”.
Segunda aparición
Era la tarde del 27 de noviembre de 1830, cuando Sor Catalina hacía su meditación en la capilla, y escucha el roce de la seda como en la aparición anterior.
La Virgen entonces aparece, vestida de blanco y con un velo blanco que partía de su cabeza hasta los pies. El rostro, describió Catalina, era de indecible belleza.
Ella pisaba sobre un globo blanco, y aplastaba una serpiente de tonalidades amarillentas. Sus manos estaban a la altura de su corazón y sostenían un pequeño globo de oro, coronado por una cruz.
De pronto sus dedos se llenan de anillos, que tenían diferentes piedras preciosas, de los cuales salían luces en todas las direcciones, esparciendo tal claridad que no era posible ver a Nuestra Señora.
Los anillos eran muchos, tres en cada dedo, el más grueso era el que estaba cerca a la mano. La misma Virgen explicó que los rayos que partían de los anillos simbolizaban las gracias que Ella dispensaba a los hombres. “Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden”, dijo Nuestra Señora.
En cierto momento el globo de oro se desvanece en manos de Nuestra Señora, sus brazos se extienden, pero los rayos siguen saliendo de sus manos, esta vez en dirección al globo que está en sus pies.
La Medalla
Entonces, aparece una forma ovalada en torno a Nuestra Señora, con la inscripción: “María sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos”. Luego Catalina escucha una voz interior que le dice: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza.”
Luego la aparición da media vuelta y se ve el reverso de lo que debía ser la medalla por esa cara. Aparecía una ‘M’ sobre la cual había una cruz que atravesaba hasta un tercio de la letra y debajo los corazones de Jesús y de María, el primero coronado de espinas y el segundo traspasado por una espada. Alrededor habían doce estrellas.
Esta aparición se repitió a finales de diciembre y a principios de enero del año siguiente.
La misión de Santa Catalina, sería sobre todo, difundir esta Medalla, que el uso popular tituló de Milagrosa, por la cantidad de favores alcanzados con su piadoso uso.
Con información de Catholic.net
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