“La ociosidad camina con lentitud, por eso todos los vicios la alcanzan” (San Agustín).
Redacción (16/05/2022 15:30, Gaudium Press) Esta semana, viendo el live del P. Ricardo Basso, EP, sobre la Consagración a la Virgen –sacerdote siempre fuente de aprendizaje y entusiasmo, incluso para quienes no están haciendo el curso con él– me llamó la atención una frase que citó: “El desánimo es virtud del demonio”. Palabras de sabiduría de Monseñor João Clá, por quien, aunque no soy Heraldo, tengo un profundo respeto.
Desde el principio me gustó la atribución de una virtud al enfermo, porque siempre pensamos en el diablo como un ser desprovisto de cualquier atributo, olvidando su origen. Es un ángel y un ángel de alta constitución jerárquica, por lo tanto, estaba dotado de muchas virtudes. El problema es que no correspondió a ellas, dejándose llevar por el orgullo y la envidia. Si estas dos llagas pestilentes hicieron caer un ángel de luz, ¿qué no nos puede hacer a nosotros, pobres mortales?
Una vez caído, y llevándose consigo la comitiva de sus secuaces –porque todo lo que no es bueno siempre tiene una legión de seguidores– no se contentó, herido en su orgullo, cuando fue derrotado por San Miguel, a quien, por supuesto, tenía como inferior, más aún porque el valiente Arcángel era el potencial seguidor y protector de la que estaba por venir, María. Un motivo más para que el dragón se sintiera humillado y enfurecido, pues, siendo ángel, tenía el poder de prever que, en el futuro, tendría que inclinarse ante el poder de una sencilla mujer, que se constituiría en Reina de los hombres. y ángeles
Aborto: ¿derecho de la mujer?
Y cuando digo “mujer sencilla”, de ningún modo menosprecio el género femenino, sino que hablo de la sencillez propia de María Santísima, la más humilde de las criaturas, niña aun cuando fue visitada por el Arcángel San Gabriel, quien se mostró tan dócil a la sublime misión de traer al mismo Dios al mundo.
Me imagino que esto sucede en la actualidad, una niña huérfana, tal vez aún no casada, recién prometida en matrimonio, esperando un hijo que no es el de su futuro esposo. Tendría todo el apoyo legal para abortar. No es que quiera comparar a Nuestra Señora con una mujer que se siente con derecho a abortar porque “ella es dueña de su cuerpo”, pero lo que trato de imaginar es la calidad de los niños a los que se les impidió nacer. Muchos podrían ser gente común, como la mayoría de nosotros, pero ¡cuántos genios, cuántos santos, cuántos seres capaces de cambiar el destino del mundo a lo mejor no han terminado en un balde de recolección porque sus madres tienen derecho a decidir!
Bueno, pero eso fue solo una digresión, perdónenme, es que tal vez no he digerido del todo la frustración del presidente ‘católico’ de los Estados Unidos ante la derrota del proyecto de ley sobre el derecho a aborto en el Senado estadounidense. Como católico que dice ser, el Sr. Joe Biden debería estar celebrando y no estar tan frustrado con este resultado, acusando a los senadores republicanos de haber “elegido oponerse al derecho de las mujeres estadounidenses a tomar las decisiones más personales sobre sus cuerpos, sus familias y sus vidas”.
Y, ya que me metí en este tema –a veces las palabras cobran vida propia, por favor perdónenme– aprovecho para insertar también la información de la Secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen. Comentó que “eliminar el acceso de las mujeres al aborto tendría efectos muy perjudiciales en la economía de los EE. UU., impediría que algunas mujeres completen su educación, reduciría su potencial de ingresos de por vida y dejaría a algunas fuera de la fuerza laboral”. ¡Hay cosas que ni el diablo, que las provoca, las entiende!
El peor desánimo
Pero, volvamos a nuestro enfoque, el desánimo, la virtud del diablo, con la que logra llevarse a sus dominios un sinnúmero de almas. ¿Cuántas personas, incluidos los católicos, no viven por ahí diciendo que están desanimados? Los pobres sacerdotes deben estar cansados de escuchar esta queja. La gente está desanimada por el matrimonio, por los hijos; y los hijos, desanimados con sus estudios, con la vida, con la estructura familiar. Vivimos en un universo de personas desanimadas.
La gente se acuesta a dormir y no reza, no hace examen de conciencia sobre su día, porque está desanimada; luego, entregan sus retinas a la dañina luz azul de sus celulares hasta quedarse dormidos porque también se desaniman de ver las mismas cosas una y otra vez. De mañana, cuando el celular las despierta, desanimadas para salir de la cama, aprietan el botón del despertador y se quedan ahí, todo el tiempo que pueden, sin dormir, pero también sin poder superar el desánimo de levantarse para empezar a vivir la bendición de otro día.
Muchos están desanimados por los precios, ¿y quién no? – pero desanimado hasta el punto de no tener la iniciativa para reaccionar. Un kilo de zanahorias cuesta tanto, un kilo de tomates tanto y un kilo de carne tanto. La gente va al mercado, compra todo eso y se va desanimada, incapaz de usar su creatividad y reemplazar lo que está costando absurdamente caro con productos más baratos, tan nutritivos o sabrosos cuanto los caros. ¡Se desanimado hasta de pensar!
Los que trabajan están desanimados con sus trabajos. Se desanima a los desempleados a buscar trabajo. Los que no tienen dinero se desaniman por no tenerlo, y los que lo tienen se desaniman por las pérdidas en sus inversiones.
Todo el mundo parece tener una razón para desanimarse, y los que no la tienen se desaniman porque no tienen nada de qué desanimarse. Y, mientras tanto, el enemigo infernal va haciendo su curso, arreando sin esfuerzo a aquellos que no están dispuestos a oponer resistencia. Y así, el desánimo cunde más que el coronavirus, y para eso, ¡no hay confinamiento, mascarillas ni vacuna que sirva! ¡Ni la cloroquina resuelve!
Sin embargo, de todos los desalientos, hay uno que es imbatible: el de la práctica de la religión. El desánimo de ir a misa es peor que la peste. Es tan contagioso que a veces hasta el auto se descompone al salir de casa, o familiares y amigos se contagian a la distancia y deciden venir de visita justo cuando la familia estaba superando el desánimo de salir a la iglesia. Rezar el rosario… ahí sí, ¡misericordia! En el tercer Avemaría, la persona ya está bostezando y mirando con desesperación todas las cuentas que faltan por hacer… Desánimo para confesarse, desánimo para hablar. Desánimo de pensar en el desánimo para superarlo.
Acción contra el desánimo
Santa Teresita escribió en sus memorias: “Frente a tal situación, tengo la tentación de desanimarme, pero entiendo que el desánimo es también un efecto del orgullo. ¡Por eso, Dios mío, quiero basar mi esperanza solo en ti! Ya que todo lo puedes, dígnate hacer nacer en mi alma la virtud que deseo.”
Y San Agustín, con cuyas palabras abrimos este artículo, nos muestra que la ociosidad, hija amada del desánimo, camina despacio y, por tanto, se ve afectada por todos los vicios. Este mismo santo nos decía que “no basta con hacer cosas buenas, es necesario hacerlas bien”. Tal vez, ahí comienza el imperio del desánimo sobre nosotros. Dejamos de hacer las cosas bien y luego dejamos de hacerlas. Cuando nos damos cuenta, el desánimo ya se ha apoderado de nosotros, y todo se vuelve difícil, la vida comienza a parecernos aburrida y sin sentido. Al ceder al desánimo, las personas se matan entre sí, los matrimonios terminan, las carreras se destruyen, las amistades se desmoronan y las almas pierden el Cielo.
El desánimo exige acción, una respuesta adecuada: la esperanza, como dice Santa Teresita. Esperanza fundada en Jesús. Esperanza que se traduzca en confianza. Como decía San Pablo, que tenía todas las razones del mundo para ceder al desánimo, pero no lo hizo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. (Filipenses 4, 13).
Si vamos a parafrasear al Apóstol, podemos decir que nada podemos hacer en aquel que nos desanima. Y usa y seguirá usando esta virtud inversa sobre todos nosotros. Muchos caen en los más diversos pecados. Hay un enorme contingente de seres humanos que adulteran, traicionan, matan, roban, mienten, engañan, corrompen y se dejan corromper sin importarles, sin tener crisis de conciencia. Estos ya están ganados por el maligno y sólo Dios y la Virgen se preocupan por ellos, siempre abiertos a su arrepentimiento y conversión. El diablo ya los tiene, así que los ignora. Lo que le importa eres tú, soy yo, son nuestras familias, son los que oran, los que se arrepienten, los que se preocupan. Es pensando en ellos que él mejora sutilmente su marketing, haciendo que las personas buenas, con vidas rectas, que cultivan buenos valores y se inclinan por hacer el bien, simplemente se desanimen.
Es indiscutible que hay personas que están enfermas, cuyo desánimo es patológico. Sin embargo, me refiero aquí a miles de millones de personas desanimadas. No todas nuestras dolencias emocionales pueden clasificarse como depresión. Es, sobre todo, una influencia preternatural y, si no nos aferramos a la fe, si no reaccionamos, si no pedimos la ayuda de Nuestra Señora, de nuestros ángeles custodios y de los santos que nos asisten, por desgracia, seremos derrotados. Formaremos una multitud de vencidos, en una guerra silenciosa que, sin usar una sola bala y sin derramar una sola gota de sangre, cobrará más víctimas que las más poderosas bombas nucleares juntas.
Por Alfonso Pessoa
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