Siete historias que revelan cómo la fe, la ternura y la valentía femeninas marcaron el rumbo de la salvación
Redacción (10/06/2025 11:08, Gaudium Press) Desde los albores de la historia de la salvación, las mujeres han ocupado un lugar esencial en los designios divinos. Con su fe, fortaleza única, su intuición y ternura, han destacado momentos decisivos de las Sagradas Escrituras. En ellas descubrimos una riqueza espiritual que continúa inspirando a generaciones.
A continuación, presentamos siete historias impactantes del Antiguo y Nuevo Testamento —sin incluir a la más excelsa entre todas, la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra— que revelan la belleza del alma femenina en su relación con Dios.
Rut: valentía que abraza lo desconocido
Rut, la moabita, quedó viuda y decidió seguir a su suegra Noemí a Belén, abandonando su tierra natal. Noemí animó a sus hijas a quedarse, buscar nuevos esposos y formar nuevas familias con su propia gente. La primera nuera se quedó en Moab, pero Rut se negó y en cambio se aferró a Noemí y dijo lo que resultó ser su declaración de fe: “…dondequiera que tú fueres, yo iré; y dondequiera que mores, yo moraré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios, mi Dios.” – Rut 1:16
Rut se negó a regresar con su pueblo y sus dioses. Entregó su vida al cuidado de Noemí y su lealtad al Dios de Israel. Trabajó humildemente en los campos de Booz, quien se enamoró de ella y la tomó como esposa. La bendición divina se manifestó en la vida de Booz y Rut con el nacimiento de su hijo, trayendo gran regocijo a todo el pueblo. Este evento no solo representó la redención para Rut y Noemí, sino que también aseguró el futuro de la familia de Elimelec a través de un heredero. En una cultura donde los hijos varones eran altamente valorados por su capacidad de asegurar la continuidad y el sustento familiar, Rut fue elogiada por la comunidad. La historia de Rut es un canto a la fidelidad, la compasión y el coraje a pesar de las dificultades.
“Me han contado lo bien que te has portado con tu suegra después de que murió tu marido, hasta el punto de dejar tu patria y tus padres para venirte a un país totalmente desconocido para ti. Que Yahvé te recompense tus buenas obras y que el Dios de Israel, bajo cuyas alas te has cobijado, te dé el premio que mereces” (Rut 2,11-12).
Rahab: esperanza que se aferra a la promesa
Rahab, una cananea y prostituta de Jericó, vivía sin esperanza ni valor a los ojos de su pueblo. Sin embargo, al oír las poderosas obras del Dios de Israel, como la división del Mar Rojo y la entrega de Canaán, su perspectiva cambió.
Cuando los espías israelitas llegaron a Jericó, Rahab los escondió del rey y los ayudó a escapar, sellando un pacto de salvación para ella y su familia a cambio de su ayuda. Josué, el líder de Israel, cumplió esta promesa, perdonando a Rahab y a los suyos durante la destrucción de la ciudad.
La historia de Rahab es insólita: una extranjera, estigmatizada, que demostró ser más astuta que el rey y actuó con la valentía de un líder militar. Contrario a la idea romántica, no fue el amor lo que la motivó, sino el temor reverente a Dios, que superó su miedo al rey de Jericó. Hebreos 11:31 “por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz”.
La fe de Rahab no solo salvó a los espías y a su familia, sino que también le otorgó un lugar especial en la historia de Dios. Fue incluida en la genealogía de Jesús, Mateo 1:5 “Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí”, un testimonio de su fe y deseo de una «patria celestial». Su historia es un recordatorio de que Dios ama y redime a los marginados.
Débora: sabiduría que guía con firmeza
Débora fue una profetisa y líder israelita inspirada por Jehová. Cuando el pueblo de Israel se desvió de los mandamientos del Señor y cayó bajo el dominio cananeo por veinte años, clamaron por ayuda. Jehová escuchó sus oraciones y comisionó a Débora para que reuniera un ejército y luchara contra los cananeos.
A pesar de la superioridad cananea en soldados y carros de combate, Débora no temió, pues sabía que Jehová los ayudaría. El líder israelita Barac dudó en combatir a menos que Débora fuera con ellos. Ella aceptó, profetizando que una mujer derrotaría a Sísara — comandante del ejército cananeo del rey Jabín de Jasor.
La batalla se libró con los israelitas en un monte y los cananeos en el valle. Por indicación de Débora, el ejército israelita descendió. Jehová intervino enviando una fuerte lluvia que inutilizó los carros cananeos, arrastrando a muchos soldados al río. Sísara, sin embargo, huyó.
Fue entonces cuando Jael, una mujer que vivía en una tienda cercana, encontró a Sísara. Conociendo su identidad, Jael lo mató, cumpliendo así la profecía de Débora.
Tras la victoria, Débora entonó un canto para recordar al pueblo la salvación de Jehová. Los israelitas volvieron a guardar los mandamientos y vivieron en paz durante cuarenta años.
«Los guerreros de Israel desaparecieron; desaparecieron hasta que yo me levanté. ¡Yo, Débora, me levanté como una madre en Israel!» (Jueces 5,7).
Su vida muestra que la autoridad espiritual y civil también puede florecer con fuerza en una mujer que escucha la voz de Dios.
La madre de los Macabeos: fidelidad que no se doblega
Sin nombre registrado, esta madre es recordada por su valentía al ver morir a sus siete hijos antes que traicionar la fe.
En el siglo II a.C., bajo el brutal reinado de Antíoco IV Epífanes —rey de Siria de la dinastía seléucida—, que buscaba helenizar a los judíos a la fuerza, la observancia de la Ley de Moisés fue prohibida. Quienes se negaban a cumplir con sus edictos, que incluían la circuncisión y el consumo de carne de cerdo, enfrentaban tortura y muerte. La historia narra la detención de una madre y sus siete hijos. Antíoco los sometió a atroces torturas para obligarlos a comer carne de cerdo. Uno a uno, cada hermano fue torturado y asesinado, pero se negaron rotundamente a renunciar a su fe, aferrándose a la promesa de la resurrección.
La madre, testigo de los horribles tormentos de sus hijos, mostró una valentía sobrenatural. Lejos de lamentarse, los animó en su lengua materna a mantenerse firmes, recordándoles que Dios, el Creador, les devolvería la vida por su fidelidad a Sus leyes.
Cuando solo quedaba el hijo más joven, Antíoco intentó persuadir a la madre para que lo convenciera de apostatar, ofreciéndole riquezas. Sin embargo, ella, con burla y firmeza, animó a su último hijo a morir con valentía por la Ley de Dios, también con la esperanza de la resurrección. Siguiendo el ejemplo de sus hermanos, el joven se negó y murió con la misma convicción. Finalmente, la madre fue ejecutada, culminando un insuperable testimonio de fe y sacrificio.
«Sucedió también que siete hermanos con su madre fueron detenidos. El rey quería obligarlos, azotándolos con látigos y nervios de buey, a comer carne de cerdo, prohibida por la ley» (2 Macabeos 7,1).
Con palabras de ánimo los acompañó hasta el martirio, y con ellos entregó su vida a Dios. Su ejemplo es una cumbre del amor maternal y la fidelidad a la ley divina.
Marta y María: corazón dividido en dos amores
Marta y María, hermanas de Lázaro y amigas cercanas de Jesús, vivían en Betania. En una ocasión, mientras Jesús las visitaba, Marta se dedicó afanosamente a servirle y a sus discípulos, con gran hospitalidad. Sin embargo, su hermana María optó por sentarse a los pies de Jesús y escuchar atentamente sus palabras, dándole toda su atención.
Molesta por la falta de ayuda de María, Marta le reclamó a Jesús. Él, con amor, reprendió a Marta por su ansiedad y preocupación excesiva, señalando que una sola cosa es necesaria, escuchar la Palabra de Dios. Jesús afirmó que «María escogió la mejor parte» (Lucas 10,42), sin menospreciar el servicio de Marta.
Esta historia nos dice que, aunque el servicio es importante, la prioridad debe ser escuchar la Palabra de Dios y estar en Su presencia. Nos enseña a no distraernos con las preocupaciones cotidianas y a valorar la devoción espiritual por encima del activismo, enfocándonos en lo que realmente nutre el alma.
María Magdalena: amor que permanece hasta el amanecer
Primera testigo de la Resurrección, María Magdalena fue fiel hasta la cruz y valiente al acercarse al sepulcro. Su amor le dio alas para permanecer cuando otros huían.
«Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Rabuní!» (Juan 20,16).
Transformada por el perdón de Cristo, se convirtió en mensajera de la victoria pascual. Santo Tomás de Aquino la llamó “apóstol de los apóstoles”.
María Magdalena fue una mujer de quien Jesús expulsó siete demonios (Lucas 8:2). Se cree que su nombre indica que era de Magdala, una ciudad a orillas del Mar de Galilea. Tras ser liberada, se convirtió en una de las seguidoras de Jesús.
Es importante destacar que no hay base bíblica para asociar a María Magdalena con la «mujer pecadora» que lavó los pies de Jesús (Lucas 7:37) o con la mujer adúltera salvada de la lapidación (Juan 8:1-11), a pesar de las populares representaciones culturales y algunas ficciones modernas. La Biblia nunca la identifica como prostituta ni como pecadora en ese contexto.
María Magdalena fue una testigo crucial de los últimos momentos de Jesús en la Tierra. Estuvo presente durante su juicio, vio su crucifixión e incluso intentó consolarlo en la cruz. Además, tuvo el privilegio de ser la primera persona en presenciar la resurrección de Jesús y fue enviada por Él para anunciar la noticia a los demás discípulos (Juan 20:11-18). Aunque no se la menciona más tarde, es probable que haya estado entre las mujeres que esperaron al Espíritu Santo con los apóstoles (Hechos 1:14).
Estas siete mujeres admirables nos recuerdan que la santidad no tiene género y que el genio femenino ilumina el camino de la salvación. En ellas vemos lealtad, fe, liderazgo, ternura, fortaleza, servicio, contemplación y amor agradecido. Cada una invita a descubrir su propia vocación, sabiendo que todas están llamadas a ser protagonistas del Reino de Dios.
Con información de ChuchPop
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