En su primera visita como Papa a la imponente basílica de San Pablo Extramuros, León XIV habló en torno a tres ejes: gracia, fe y justicia.
Fotos: Screenshots Vatican Media
Redacción (20/05/2025 12:31, Gaudium Press) En su primera visita como Papa a la imponente basílica de San Pablo Extramuros, donde en todo rincón se aspira el aroma del Apóstol de los Gentiles, el Papa León XIV, pronunció una importante homilía en torno a tres temas eje, la gracia, la fe y la justicia, con base en la carta de San Pablo a los cristianos de Roma. El Pontífice confió su ministerio a la intercesión del Apóstol.
El Sumo Pontífice comenzó resaltando que San Pablo “recibió la gracia de la llamada” (Cf. Rom 1,5), una gracia que es el “amor con el que Dios lo ha precedido, llamándolo a una vida nueva mientras aún estaba lejos del Evangelio y perseguía a la Iglesia”. Es la misma experiencia que vivió San Agustín, “también él un convertido”, quien dijo en un sermón: “¿Qué vamos a elegir, a no ser que antes seamos elegidos nosotros?” La gracia es por tanto, esa elección amorosa que Cristo el Señor, realiza sobre nosotros, que está “en la raíz de toda vocación”, donde se manifiesta “su misericordia, su bondad, generosa como la de una madre”.
“Pero Pablo, en el mismo versículo, habla también de «la obediencia de la fe» (Rm 1,5), y además en él comparte lo que ha vivido. El Señor, en efecto, apareciéndosele en el camino de Damasco (cf. Hch 9,1-30), no le quito su libertad, sino que dio la posibilidad de decidir, de obedecer como fruto de un esfuerzo, de luchas interiores y exteriores, que él aceptó afrontar. La salvación no aparece por encanto, sino por un misterio de gracia y de fe, del amor de Dios que nos precede, y de la adhesión confiada y libre por parte del hombre (cf. 2 Tm 1,12)”, expresó León XIV.
Entonces, si recibimos la gracia de un llamado, y se nos presenta una fe, debemos agradecer al Señor esa llamada y esa fe, a la manera de San Pablo, de forma “que también nosotros sepamos responder del mismo modo a sus invitaciones, haciéndonos testigos del amor que «ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5)”.
Esa buena respuesta a la fe es sobre todo que “sepamos cultivar y difundir su caridad, haciéndonos prójimos los unos de los otros (cf. Francisco, Homilía de las II Vísperas de la Solemnidad de la Conversión de san Pablo, 25 enero 2024), en la misma carrera de afectos que, desde el encuentro con Cristo, impulsó al antiguo perseguidor a hacerse «todo para todos» (1 Co 9,22), hasta el martirio. De ese modo, para nosotros como para él, en la debilidad de la carne se revela la potencia de la fe en Dios que justifica (cf. Rm 5,1-5)”. Justificar, en el sentido bíblico es hacerse justo, hacerse santo, es la consecuencia de la gracia del llamado, de la fe que nos ha sido dada, y de nuestra respuesta amorosa a esa vocación y esa fe.
León XIV concluyó con unas palabras de su predecesor, el Papa Benedicto XVI, quien un día dijo “a los jóvenes: «Queridos amigos —decía—, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. […] En el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios», y la fe nos lleva a «abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios» (Homilía en la Vigilia de oración con los jóvenes, Madrid, 20 agosto 2011)”.
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