sábado, 23 de noviembre de 2024
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Lo del atentado a las Concepcionistas de Cuenca amerita más reflexión

Por vuelta de las 8:00 de la mañana un sujeto llenaba de gasolina las puertas de la iglesia de ese histórico edificio español del S. XVI.

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Redacción (07/05/2024, Gaudium Press) La cuestión fue con premeditación, pues el hombre que se acercó y prendió fuego a la puerta del monasterio de las concepcionistas de Cuenca, al centro-este de España, el pasado 3 de mayo, roció cinco litros de una gasolina que traía preparada.

Como decía el P. Juan Manuel Góngora en su cuenta X, las imágenes, aterradoras, “no son del ‘terror rojo’ de hace 100 años”, sino de nuestros días.

Por vuelta de las 8:00 de la mañana un sujeto llenaba de gasolina las puertas de la iglesia de ese histórico edificio del S. XVI, que es además Monumento Histórico Artístico Nacional.

Por fortuna la decena de monjas y el sacerdote que celebraba la eucaristía, avisados, pudieron salir por otra puerta, y la rápida acción de los bomberos conjuró rápidamente el peligro. Pero las huellas del atentado quedaron, no solo maderas tiznadas, y queda el pensamiento de que podría haber sido una tragedia de vidas humanas, de religiosas, que se dedican a la oración y a implorar clemencia por los muchos pecados de este peregrino mundo, nada más ni nada menos que eso.

Pero, ¿quién fue el atacante, al que vecinos lograron dar captura mientras llegaba la Policía?

Era ya conocido de autos, por hechos violentos, según algunos medios de comunicación, quien en el 2013 protagonizó hecho violento con hacha, repetido en el 2022. Alguien pues, que no debería estar transitando libremente por las calles.

Entre tanto la impresión que queda cuando se revisan los reportes del hecho, es de ‘prisa’, de un cierto afán de los medios en referirlo, imposible no hacerlo, de declarar que el ejecutor era un ‘loco’, que las monjas se encuentran bien, y listo, caso cerrado.

El alcalde de Cuenca Dolz rápido acudió al monasterio y dijo que el Consorcio de la Ciudad haría rápidas gestiones para la recuperación de los daños, “lo antes posible”.

Pero no, lo ocurrido, que gracias a Dios no cobró vidas religiosas, merece una mayor reflexión. Eso no debe pasar. Y cuando pasa, forzosamente revive fantasmas de otros tiempos que aún sobrevuelan asustadores en la mente colectiva.

Además, no es posible dejar de pensar en la caldeada situación socio-política en la que está sumergida la península, que explicaría ese “afán” latente en el noticiario. Pues bien, en situaciones calientes, más que la milicia, la Grande Muette como se dice en Francia, es la Iglesia la que aporta reflexión, sosiego y estabilidad.

Por eso hay que cuidarla especialmente.

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