“Los provechos que la Comunión trae para el alma son varios e inmensos. Tratemos de los principales”.
Redacción (28/02/2025 09:41, Gaudium Press) Los provechos que la Comunión trae para el alma son varios e inmensos. Tratemos de los principales. Sabemos que al recibirla se robustece la vida espiritual, porque Dios, al tomar pose de una persona que comulga la “deifica”. Además de alimento que nutre, la Comunión es medicina que cura, perdonando las faltas veniales y algunas veces inclusive hasta las mortales.
Pero… ¿cómo es eso de que “perdona algunas veces las mortales”? ¿Acaso no se debe comulgar en gracia de Dios, es decir, sin estar en pecado mortal?
Sobre este particular, Santo Tomás de Aquino, esplendor de la ciencia teológica, escribe: “(…) este sacramento no produce la remisión del pecado en quien le recibe con conciencia de pecado mortal”. La afirmación es precisa e inequívoca, es la enseñanza de la Iglesia de todos los tiempos. Pero inmediatamente agrega: “Puede, sin embargo, este sacramento producir la remisión del pecado de dos maneras. Una, no recibiéndolo en acto, sino con el deseo, (…). Otra, recibiéndolo en pecado mortal, pero sin conciencia ni afecto a este pecado. Puede darse, en efecto, que en principio uno no esté suficientemente contrito, pero que, acercándose devota y reverentemente a este sacramento, consiga de él la gracia de la caridad, que perfeccionará su contrición y le otorgará la remisión del pecado”. (Suma Teológica, Parte III, cuestión 79, artículo 3). “Puede darse”, dice, suponiendo tratarse de una raridad.
Por su parte, sobre esta delicada materia, el P. Tomás Bagues OP, explica: “Indudablemente el sacramento de la Eucaristía tiene eficacia para perdonar los pecados mortales porque contiene a Jesucristo en persona; pero atendido en que está en forma de alimento espiritual, y para poder alimentarse es preciso vivir, no puede experimentar sus efectos reparadores el que está muerto por el pecado. Sin embargo de ello, cuando alguno lo recibe creyéndose de buena fe en gracia de Dios, aunque así no sea, la buena fe lo salva, y el sacramento borrará las culpas no perdonadas (LXXIX, 3)” (“Catecismo de la Suma Teológica”, Ed. Difusión, Buenos Aires, año 1945). ¡Qué importante es considerar una verdad dentro de la riqueza de matices que suele comportar!
Sabemos igualmente que la Eucaristía nos preserva de cometer nuevos pecados, nos hace dichosos, nos infunde gracias y dones divinos, nos prepara para la muerte y es prenda de resurrección y de vida eterna.
Más hay otro beneficio del que poco se habla y que es de grandísima utilidad para la vida en sociedad: es que la Comunión nos une con el prójimo.
De este beneficio específico trató el célebre jesuita flamenco Cornelio a Lápide; reproducimos y comentamos sus aportes, aunque sin el cuidado de poner entre comillas lo que es redacción de su autoría. En todo caso, la transcripción que sigue respeta su enseñanza que es patrimonio común de nuestra Iglesia:
Eucaristía, lazo de comunión entre todos
La Eucaristía se llama comunión o unión común por cuatro razones: La primera es que la Eucaristía es un alimento común a todos los fieles. La segunda es que recibimos el mismo manjar: el cuerpo de Cristo, con lo que todos constituimos un solo cuerpo. San Pablo nos da la tercera razón: “El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (1Cor, 10, 16). La cuarta razón es que la Eucaristía, uniéndonos a Jesucristo, comunica a todos y a cada uno, los méritos del mismo Jesucristo.
Así oró Jesús en la última Cena al Padre: “Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros” (Jn. 17, 11). Este deseo de Jesucristo tiene su cumplimiento en la sagrada Mesa.
La unión de todos los fieles por la sagrada Comunión es tan verdadera y tan perfecta, que los santos Padres la llaman unión física. Se dice que la religión pide mucho de nosotros cuando nos manda que estemos todos estrechamente unidos de corazón y de afecto, de alma y de espíritu con el prójimo, como en los primeros siglos de la Iglesia. Pero la religión pide y dice más: dice que estamos todos unidos corporalmente por la Sagrada Eucaristía, y que el cimiento de esta unión es la misma Eucaristía, la carne de Cristo. Si mi cuerpo está unido al Cuerpo de Cristo con la Comunión, y el Cuerpo de Jesucristo está unido al cuerpo de mis hermanos, mi cuerpo y el de mis hermanos están realmente unidos en este sacramento de amor.
Unidos tan noble y santamente en cuanto al cuerpo ¿habríamos de estar separados y divididos en cuanto al corazón? Con el prójimo, con los que Dios pone en nuestro camino, toca tener una relación atenta y un trato amable, evitado disputas y cualquier enemistad, como sucede – o debería suceder, pues no siempre es el caso… — entre los hermanos de sangre.
La Comunión es, decíamos, lazo de caridad hacia el prójimo. No solo porque recibimos al mismo Dios que nos manda amarnos unos a otros y perdonarnos mutuamente, sino también porque recibimos al Dios que ha unido el ejemplo al precepto, que ha amado a todos, y ha perdonado y dado gracia a los más grandes pecadores. En la Cruz pidió a su Padre misericordia para los que de él blasfemaban, para los que le mataban.
Al comulgar durante la Misa se da un espectáculo singular: una igualdad perfecta; allí no hay distinción entre inocentes y culpados, ricos y pobres, grandes y pequeños, fuertes y débiles. Todos están al lado unos de otros recibiendo el mismo alimento, recibiendo al mismo Dios. Allí no hay más que una sola familia, la de la Iglesia ¡que vive de la Eucaristía! La institución familiar está en crisis en la sociedad de hoy. Y entre los católicos, la conciencia de sabernos hijos de Dios y hermanos de todos los bautizados, también.
Hemos tratado de los beneficios de la Eucaristía en cuanto alimento. Si fuésemos a considerar los beneficios en cuanto sacrificio, no acabaríamos, son incontables. ¡La humanidad y la misma creación, encuentran en el misterio eucarístico su sustentáculo!
Por el P. Rafael Ibarguren, EP
(Publicado originalmente en www.opera-eucharistica.org)
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