Los espíritus racionalistas, o simplemente contrarios a la fe de Cristo, siempre han tenido problemas con estos cuerpos, porque su existencia no deja de ser una afirmación, aunque sea indirecta, de la verdad de Cristo.
Redacción (14/10/2020 10:53, Gaudium Press) Con la reciente beatificación de Carlo Acutis, y la consecuente exposición de su cuerpo, muchas gentes en el mundo han descubierto una realidad harto conocida por quienes aman la historia de la Iglesia y de sus santos: de que a algunos, Dios ha concedido que su cuerpos no sean pasto de gusanos, sino que permanezcan en mayor o menor grado de conservación, para felicidad de los fieles y exaltación de su memoria.
Y aunque el cuerpo de Carlo, como declaró el obispo del Asís Mons. Sorrentino, en realidad fue tratado con técnicas de conservación para presentarlo a la veneración de los fieles, el revuelo habido al respecto permitió a muchos recordar otros cuerpos, de otras figuras de la Iglesia, que trascienden los límites de la naturaleza, de las leyes de las física, la química.
Aunque el racionalismo no guste…
Los espíritus racionalistas, o simplemente contrarios a la fe de Cristo, siempre han tenido problemas con estos cuerpos, porque su existencia no deja de ser una afirmación, aunque sea indirecta, de la fe cristiana, además de la santidad de las vidas que allí inhabitaron.
Y es claro que en estos terrenos hay que andar con cuidado, que incluso causas meramente naturales pueden contribuir a la no putrefacción de un cuerpo. Pero hay que casos donde la mera razón se estrella, y debemos asirnos a las alas de la fe.
Es lo que ocurre, por ejemplo, del cuerpo de Santa Bernadette de Soubirous, que se encuentra expuesto desde 1925 en la capilla del monasterio de Saint-Gillard, en Nevers, Francia. Después de tres exhumaciones, en 1909, 12919 y 1925, incluso los médicos se rindieron ante lo inexplicable. (1) El rostro y las manos se oscurecieron por la exposición al aire, y por ello se cubrieron de una fina capa de cera, pero sus facciones siguen reflejando la seriedad, la paz y la contemplación de las que ella goza en la eternidad.
No son “momias arrugadas”
Porque los incorruptos de la Iglesia no son “momias arrugadas, siempre rígidas y extremadamente secas. La mayor parte de los incorruptos, en cambio, no están ni secos ni rígidos sino que bastante húmedos y flexibles, incluso tras el paso de los siglos. Es más, sus preservaciones se han logrado bajo condiciones que naturalmente ayudarían a la putrefacción, y han sobrevivido a circunstancias que incuestionablemente han significado la destrucción de todos los otros cuerpos sometidos a las mismas condiciones”. (2)
Incluso ha habido cuerpos incorruptos de santos, a los que se sometió a un radical proceso que dejaría solo los huesos, de forma rápida, y es el de rociarlos con cal.
Es el caso de “San Francisco Javier, San Juan de la Cruz y San Pascual Baylón. Como es bien sabido, la cal deja los huesos absolutamente limpios en unos cuantos días. En los dos primeros casos se intentó provocar rápidamente la descomposición para que sus traslaciones pudieran llevarse a cabo más conveniente e higiénicamente, transfiriendo sus huesos en lugar de los cuerpos medio deteriorados. En el caso de San Pascual, el intento de provocar una desintegración acelerada obedecía a evitar que los olores ofensivos de la putrefacción molestaran a los visitantes al santuario, un hecho que podría afectar la devoción y el dulce recuerdo de su memoria. En los tres casos la preservación triunfó. De hecho, en el caso de San Francisco Javier, a pesar de su tratamiento inicial, de varias traslaciones, de amputación de miembros, y el rudo trato de su cuerpo cuando fue forzado a entrar en una tumba demasiado pequeña para su tamaño, era todavía hermoso ciento cuarenta y dos años después. El cuerpo de San Juan de la Cruz permanece todavía hasta el presente perfectamente flexible”. (3)
Hay cuerpos incorruptos que incluso resisten al principal elemento que pudre las carnes, que es la humedad. Como lo ocurrido con “Santa Catalina de Génova, quien permaneció en la tumba por dieciocho meses, pero fue encontrada perfectamente limpia, contradiciendo la humedad y la mortaja putrefacta. Santa María Magdalena de Pazzi fue desenterrada un año después de su muerte y sus ropas fueron encontradas mojadas, aunque su cuerpo permanecía completamente inafectado. Santa Magdalena Sofía Barat permaneció perfectamente preservada por veintiocho años aunque fue encontrada en vestidos húmedos y enmohecidos dentro de un ataúd que estaba en estado de desintegración avanzada. Nueve meses después de su muerte, se halló que Santa Teresa de Ávila se encontraba en un ataúd del que se había soltado la tapa, permitiendo que tierra húmeda cubriera su cuerpo. Aunque sus restos estaban vestidos en fragmentos sucios y podridos de tela, su cuerpo no sólo estaba fresco y perfectamente intacto después de la limpieza, sino que además estaba misteriosamente fragante”.
Y así podríamos hablar de muchos otros, como del Santo Cura de Ars, San Juan Bosco, Santa Catalina Labouré, San Charbel Maklouf, y muchos más.
Por Carlos Castro
___
Deje su Comentario