Si hay algo que pueda calificarse como sumo con toda propiedad, es la Eucaristía.
Redacción (15/11/2022 09:29, Gaudium Press) “Nemo repente fit summus” dice un proverbio latino, “nada de grandioso se hace repentinamente”. Habitualmente, las cosas grandes se gestan a lo largo de un tiempo prudencial hasta que acaban madurando y florecen. Ahora, si hay algo que pueda calificarse como sumo con toda propiedad, es la Eucaristía.
¿Puede haber algo de más grande que un Dios tan a nuestro alcance?
Es claro que ella supone la Encarnación y la Redención, es en ese contento que debe ser situada. Pero, a los años de vida de Nuestro Señor en la tierra, anteceden los milenios del Antiguo Testamento en los que la Providencia fue preparando al pueblo de la Alianza para llegar a la plenitud de los tiempos en que se daría la institución del sacramento eucarístico.
“Nada de sumo de hace de repente”. Si bien lo acaecido en la Última Cena habrá superado las expectativas de los Apóstoles, toda una instrucción previa los predisponía a reconocer el dedo de Dios en el operar del Maestro.
En Cafarnaúm Él se había presentado a sus discípulos como “Pan de Vida”, instruyéndolos sobre la necesidad de comer su carne y de beber su sangre para tener vida eterna. “Trabajad no por el alimento perecedero sino por el alimento que dura hasta la vida eterna que os dará el Hijo del hombre” (Jn 6, 27).
Asimismo, el Señor diera muestras de su poder omnipotente sobre la naturaleza cambiando el agua en vino en Caná, multiplicando los panes en la montaña o caminando sobre las aguas en el mar de Tiberíades. Y también evidenció el imperio sobre su propia Persona al transfigurarse en el Tabor.
Estos y otros acontecimientos preparaban a los discípulos para lo que sucedería en el Cenáculo, la noche en que sería entregado.
La preparación del sacramento
Retrogradando en el tiempo, reparemos como la Eucaristía fue prefigurada en el Antiguo Testamento. Para eso, citamos al teólogo contemporáneo Martínez Puche, OP. Su explicación es luminosa, digna de un hijo de Santo Domingo: “En este sacramento se pueden considerar tres cosas: lo que es solo sacramento: el pan y el vino; lo que es sacramento y efecto: el verdadero Cuerpo de Cristo; lo que tan solo es efecto: la gracia.
En cuanto al sacramento solo, su figura principal fue la oblación de Melquisedec, que ofreció pan y vino; en cuanto a Cristo paciente, que es lo que se contiene en él, fueron figuras todos los sacrificios del Antiguo Testamento, principalmente el sacrificio de la expiación, que era solemnísimo; en cuanto al efecto, fue figura el maná, que “contenía en sí, la suavidad de todo sabor” (Sab. 16, 20), como la gracia de este sacramento, que nutre al alma para todo.
Pero el Cordero Pascual lo figuraba en las tres cosas. En la primera, porque se comía con pan ácimo: “Comerán carne con pan ácimo” (Ex 12, 8). En la segunda, porque lo inmolaba la muchedumbre de los hijos de Israel en la decimocuarta luna; con lo que se figuraba la pasión de Cristo, quien por su inocencia se llama cordero. Y, por último, en la tercera, porque la sangre del cordero pascual protegió a los hijos de Israel del Ángel devastador y los liberó de la servidumbre de Egipto.
Por todo ello, el Cordero Pascual es la principal figura de este sacramento, pues lo representa bajo los tres aspectos”. (Martínez Puche, OP. “Diccionario teológico de Santo Tomás”, Edibesa, Madrid, 2003, p. 328).
Si bien la Eucaristía fue prefigurada, después anunciada y, por fin, instituida; si es verdad que se celebra desde hace dos mil años, que a su respecto el Magisterio es pródigo en enseñanzas y la historia llena de beneficios operados por ella, para los católicos que la consideran con devoción es siempre un portento que causa asombro ¡Un Dios que se inmola y se da en alimento!
Debemos seguir asombrándonos
Pero hay algo que también asombra; es que después de los milenios de espera implícita en el Antiguo Testamento, después de todo el tiempo que llevamos en la era cristiana disfrutando de la Presencia Real, después de conocer las gracias con que la Eucaristía viene favoreciendo a tantas almas… la afección por ella sea tan pobre en la mayoría de los cristianos y su celebración se preste a descuidos y hasta a sorprendentes excentricidades en nuestros días, cuando la Iglesia la reglamenta con cánones y rúbricas bien precisas.
Consideremos que hasta no hace tanto tiempo – digamos, hasta mediados del siglo pasado – era común ver las iglesias siempre abiertas y visitadas, siendo la Misa dominical una cita obligada; eran frecuentes las bendiciones del Santísimo, la adoración nocturna o perpetua, las cuarenta horas, las primeras comuniones celebradas con mucho decoro, las procesiones del Corpus lucían festivas, no eran raros los Congresos Eucarísticos diocesanos o nacionales.
Hoy en día, pasa por encima del precepto dominical cualquier ocupación o esparcimiento, o, simplemente, el “dolce far niente”. Los sagrarios, en general, permanecen solitarios. En cuanto a la exposición, se lleva a cabo en ciertas parroquias, aunque con escasa asistencia. Y cuando hay compromisos en turnos de adoración, suelen ocurrir ausencias, negligencias. Para peor, el covid logró alejar a muchos fieles de la Iglesia, fieles que no se deciden a volver; es la “cosecha” previsible de templos cerrados y de falta de sacramentos.
El renacer del espíritu eucarístico
Por otro lado, hay que decirlo, existen fidelidades ejemplares y signos que apuntan a un renacer. Sin duda pronto veremos al culto eucarístico floreciente.
Dos razones respaldan esta certeza, una de orden sobrenatural y otra, natural. La primera es que a la vista de los agravios hechos al Santísimo – vasta gama que va desde la indiferencia hasta la profanación – y del daño operado en la espiritualidad de los fieles, se impone una intervención extraordinaria de la Providencia. Más, Dios tiene sus “tiempos” … esperemos. En segundo lugar, por el movimiento pendular que se verifica en los acontecimientos históricos.
En lo que nos preocupa, el péndulo está llegando – si es que ya no llegó – al límite de un ciclo; naturalmente, pronto iniciará el itinerario inverso que le cabe.
En todo caso, el Señor permanece y se abre camino en su adorable misterio.
Por el P. P. Rafael Ibarguren EP
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