viernes, 22 de noviembre de 2024
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¿Lutero? Un mero enrutador del Renacimiento

Orgullo y sensualidad, los valores metafísicos de la Revolución: el cómo funciona el negocio.

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Redacción (01/11/2023, Gaudium Press) Lutero: el nombre del heresiarca aún resuena en la generalidad de los oídos católicos como la fuente de la división y las guerras religiosas, aunque no falten por nuestros días intentos de ‘blanqueamiento’ incluso dentro de las filas católicas.

Entre tanto, la verdad es la verdad y la Historia es la Historia, y ahí están y estarán la pléyade de santos, misioneros y doctores, que entregaron su vida para que la enfermedad protestante no se extendiera por Europa entera, y para, como se dice hoy, limitar los daños.

Sin embargo, es claro para quien escribe estas líneas que la esencia del protestantismo solo fue perfectamente definida hasta nuestros días por Plinio Corrêa de Oliveira en su ensayo Revolución y Contra Revolución (R-CR), cuando dijo que este fue una mera etapa en las explosiones sucesivas de orgullo y sensualidad, orgullo que en ese momento “dio origen al espíritu de duda, al libre examen, a la interpretación naturalista de la Escritura”, que produjo “la insurrección contra la autoridad eclesiástica, expresada en todas las sectas por la negación del carácter monárquico de la Iglesia Universal, esto es, por la revuelta contra el Papado”, y que en algunas sectas protestantes produjo la negación de la ‘aristocracia religiosa’, los obispos. En el plano de la sensualidad el protestantismo “se afirmó por la supresión del celibato eclesiástico y por la introducción del divorcio”, abriendo las compuertas a lo que sería hoy el culto al amor libre. (Cfr. Plinio Corrêa de Oliveira. Revolução E Contra-Revolução. Ed. Retornarei. 2002. São Paulo).

Es decir el protestantismo es una manifestación episódica, solo una etapa de un proceso de desbocamiento del orgullo y la sensualidad.

No es que el mundo tuvo un día la ‘mala fortuna’ de ver nacer un Lutero, que —‘mala suerte’— un día comenzó a pensar, y entonces —‘mala cosa’— escandalizado con la corrupción del clero pues pensó mal, y ahí le dio por crear unas tesis y ocurrió que esas tesis convencieron a mucha gente, y bueno se desencadenaron guerras, y buena parte de Europa se separó de la Iglesia Romana. No.

Previo a Lutero hubo un madurar de inclinaciones en muchas personas, de ‘tendencias’ hacia el orgullo y hacia la sensualidad, que no soportaban ya ni la humildad ni la templanza ni la ascesis medieval, y que cuando surgió Lutero, este sencillamente ‘galvanizó’ esas tendencias, las ‘cristalizó’, las encausó, les dio expresión hablada, las enrutó, y con su explicitación en términos, las potenció.

Pero Lutero no creó esas tendencias revolucionarias, esas pasiones desordenadas que atendían al orgullo y al deseo cada vez más desenfrenado de placeres sensibles. Lutero al final fue solo un buen ‘político’ que supo interpretar bien las inclinaciones ya incubadas de muchos de sus contemporáneos.

Entonces, ¿cómo se crearon estas?

El Dr. Plinio explicaba que todo comenzó ofreciendo al hombre placeres y gustos sensibles de especial intensidad, que no iban al principio directamente contra las leyes morales, pero que por su intensidad y frecuencia hacían que el hombre los quisiese más y más, cada vez en mayor grado, placeres y gustos que desordenaban progresivamente el apetito sensible. Y un apetito sensible desordenado, pues no quiere saber no solo de ninguna ley moral que lo coarte, sino tampoco de ninguna autoridad que quiera frenarlo, desatando así el orgullo que odia finalmente toda autoridad.

El orgullo y la sensualidad, como explica el Dr. Plinio en R-CR, desatados por el gusto cada vez más dinamizado de placeres sensibles, se constituían en una especie de valores metafísicos de la Revolución: la vida del hombre solo tenía sentido si era para satisfacer el orgullo y la sensualidad; el hombre —consciente o subconscientemente— solo comenzaba a buscar el orgullo y la sensualidad, y toda su vida y los efectos de sus acciones en la cultura, en las artes, en la civilización, en los ambientes, en la conformación del Estado, debían configurar el reinado de estos valores metafísicos del orgullo y la sensualidad.

Dicen que quien prueba fentanilo o heroína ya es muy difícil que olvide el placer que le produjo y quiere volver una y otra vez hasta que cae en la total ruina: el orgullo y la sensualidad fueron la heroína inicial en la que se comenzaron a enviciar los caballeros austeros, humildes y sacrales de la sociedad medieval.

Por tanto, mucho más importante que Lutero para la Revolución, sería el hombre o movimiento que conociese cómo alimentar el fuego de las malas tendencias, de las pasiones desordenadas, del orgullo y la sensualidad no controlados sino desbocados.

El Humanismo y el Renacimiento en buena medida fue este movimiento.

Primero el Humanismo y el Renacimiento fueron cortando los canales de la gracia divina, que es la que fundamenta la templanza y la ascesis, y da el dominio sobre los placeres sensibles: “El Humanismo y el Renacimiento tendieron a relegar a la Iglesia, a lo sobrenatural, a los valores morales de la Religión a un segundo plano”, dice el Dr. Plinio en R-CR. Los hombres dejaron de rezar, de acudir constantemente a Dios, de acudir a la ayuda divina para su vida diaria, y confiaron solo en sus fuerzas naturales y con eso la gracia por decirlo así se fue tornando más escasa, y con esa ausencia, los frenos al orgullo y la sensualidad fueron disminuyendo.

Y asimismo, con la re-introducción de la cultura pagana, los castos placeres que la vida cristiana proporciona se vieron reemplazados por placeres sensibles cada vez más materiales e intensos, rumbo a esa ‘drogadicto de todo tipo de placeres’ que es el hombre de hoy.

Por eso Lutero, y no solo él sino también Danton, Robespierre y Lenín, no pasaron de buenos políticos, de buenos olfateadores de las malas tendencias de sus contemporáneos. La maldad más profunda está en la propulsión a nivel interno del alma del orgullo y la sensualidad.

Y por eso el bien más profundo es el que fomenta la sacralidad, la humildad, la ascesis, la sana alegría espiritual, la acción de la gracia, con todos sus efectos.

Por Saúl Castiblanco

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