Marcelo Van fue un joven vietnamita lleno de fe y corazón sencillo, que ofreció su vida a Dios desde el silencio, el sufrimiento y la obediencia.
Redacción (14/07/2025 11:22, Gaudium Press) Descubrir la vida de Marcelo Van es encontrarse con un testimonio poderoso del amor de Dios. El padre Álvaro Cárdenas —que preside los hogares Lázaro en España— entrevistado por Mater Mundi, nos presenta a este joven vietnamita, casi desconocido para muchos, pero enormemente amado por Jesús y llamado a ser apóstol del Amor Divino para el Tercer Milenio. Su historia, guiada por la Virgen María, Santa Teresita y el mismo Cristo, ofrece una inspiración real y concreta para quienes desean vivir la santidad desde lo pequeño y escondido.
Su historia
Joachím Nguyen Tan Van nació el 15 de marzo de 1928, en la pequeña aldea de Ngam Giao, al norte de Vietnam. Fue el tercer hijo de una familia cristiana devota. Su infancia, como él mismo escribiría, transcurrió felizmente “como una rosa bajo los rayos calurosos del sol primaveral. Jamás podré describir todas las dulzuras de mi niñez y todo el amor de mis padres”.
Sin embargo, esta dicha no duraría mucho.
El nacimiento de su hermana menor Anna María Tè marcaría el primer gran golpe de su vida. Van, con apenas tres años, sentía un gran amor por la recién nacida, a quien solía dar dulces que perjudicaban su frágil salud. Para proteger a la niña, sus padres, sin decirle la verdad, lo enviaron lejos de casa, con la excusa de que solo estaría unos días con una tía. En realidad, esa separación duraría casi un año. A tan corta edad, Van vivió esta experiencia como una ruptura afectiva con sus padres y alejamiento de su hermanita. Un abandono doloroso que dejó una huella en su corazón.
Con los años, la situación familiar se deterioró. Su padre, antes piadoso, cayó en el alcoholismo y el juego. Van, con tan solo ocho años, hizo un voto personal de no beber nunca en su vida, y rezó incansablemente por su conversión, que finalmente llegó con el tiempo.
Una infancia herida, pero una fe que no se quebrantó
Desde muy pequeño, Van anhelaba ser sacerdote. Este deseo se intensificó tras su Primera Comunión. Fue admitido en la casa parroquial de Huu Bang pese a su corta edad, donde comenzó a prepararse para la vida sacerdotal. Pero allí lo esperaba un sufrimiento aún más profundo.
El ex seminarista Vinh, frustrado por no haber podido ser ordenado sacerdote, volcó toda su amargura y resentimiento sobre el pequeño Van. A partir de los siete años, comenzó a maltratarlo brutalmente: lo golpeaba con cañas de bambú, le impedía comulgar, lo dejaba sin comida, intentó estuprarlo en dos ocasiones y hasta trataba de impedirle que rezara el rosario. Van, aún siendo un niño, soportó todo con una fuerza interior que solo se puede explicar desde la gracia. Fue la señora encargada del lavado de ropa quien, al encontrar sus camisas manchadas de sangre, descubrió los abusos y dio la voz de alerta. Finalmente, Vinh y otros catequistas fueron expulsados de la parroquia.
Su espiritualidad no se quebrantó. Al contrario, se fortaleció. El padre Cárdenas afirma que “la impresionante espiritualidad del pequeño Van se forjó a partir de su fragilidad”. Y esa fragilidad se convirtió en espacio para que Dios hiciera maravillas. Van profundizó su relación con la Virgen María, a quien siempre consideró “más Madre que Reina”.
Un encuentro en Navidad y una guía del Cielo: Santa Teresita
Fue precisamente una noche de navidad, en 1940, cuando todo cambió para él. Recibió una gracia mística: comprendió, de forma luminosa y definitiva, que el sufrimiento es un don del amor de Dios. Desde entonces, su mayor anhelo sería alcanzar la santidad transformando su dolor en alegría.
Marcelo Van vivió en íntima conversación con Jesús y María. Le hablaban con ternura, y Él, con la sencillez de un niño, les respondía. Hizo un trato con la Virgen para que le ayudara a encontrar un modelo de santidad que lo guiara , le dice “ voy a poner todos los libros biografías de santos en la mesa , y voy a escoger el que tú me des”, cerró lo ojos, movió los libros y escogió uno. Ella le mostró un pequeño libro: Historia de un alma, de Santa Teresita del Niño Jesús.
Tuvo una decepción, de la que incluso culpó a su madre la Virgen, pero le dijo: “te dije que lo iba a leer, y lo leeré”. Cuando llevaba dos páginas comenzó a llorar intensamente hasta que se durmió. Al día siguiente reconoció que había encontrado su Alma Gemela.
Desde entonces, Teresita se convirtió en su “hermanita mayor”. Van la vería en visión y compartiría con ella múltiples conversaciones. Ella le enseñó la importancia de lo pequeño, de ofrecer a Dios el corazón, los pensamientos y las acciones cotidianas. “Nuestro Padre celestial nunca desprecia las pequeñas cosas”, le diría la Santa. Y con ternura le aconsejaría: “Hermanito, sigue mi consejo: sé siempre atento a ofrecer a Dios tu corazón, tus pensamientos y todas tus acciones”.
Teresita también le revelaría que no estaba llamado a ser sacerdote, sino apóstol del Divino Amor, una fuerza vital para sostener espiritualmente a los misioneros. Fue Santa María quien le mostró la comunidad religiosa a la que debía ingresar. Una noche, Van recibió una misteriosa visita. Tiempo después supo que se trataba de san Alfonso María de Ligorio, fundador de los Redentoristas. Así, en esta congregación, recibió el nombre de hermano Marcelo.
Su entrega final y el valor espiritual de sus escritos
Pero su vida no sería fácil. Cuando Vietnam fue invadido por China, Van decidió quedarse en el norte comunista para “amar a Jesús en medio de los comunistas”. Fue arrestado por 8 meses y más tarde internado en un campo de reeducación. Allí escribió: “En la cárcel como en el amor de Jesús nada me puede quitar el arma del amor”. En condiciones durísimas, enfermó gravemente y murió el 10 de julio de 1959, a los 31 años.
Marcelo Van no dejó grandes obras ni realizó milagros espectaculares. Su vida fue una ofrenda continua, silenciosa y escondida. Como afirma el padre Cárdenas, “a lo largo de su vida, bajo la guía de Santa Teresita, de María y del mismo Jesús, Van se convirtió en Apóstol escondido del Amor gracias a la oración y la ofrenda de sí mismo”.
Aunque sus estudios fueron interrumpidos y su salud frágil, Van escribió mucho, por obediencia y por amor. Quería ser, como él decía, “el pequeño secretario de Jesús”. Su director espiritual, el padre Antonio Boucher, dedicó sus últimos años a traducir sus escritos, que hoy forman parte de un legado espiritual valiosísimo.
Santa Teresita del Niño Jesús y Marcelo Van son, en palabras del padre Álvaro Cárdenas, “dos almas pequeñas y extraordinarias ofrecidas al Amor Misericordioso para traer esperanza al mundo”. El testimonio de estos pequeños gigantes de la fe nos enseña que la confianza, la entrega y el amor escondido son caminos reales para vivir la santidad.
Con información de Mater Mundi TV
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