¿Cuál no fue su deleite cuando sintió místicamente en sí que el Alma de Jesús se unía con el Cuerpo de nuevo, y ahora Él se presentaba más glorioso que antes de la muerte? Sería muy razonable que en ese mismo momento Nuestro Señor se le apareciera físicamente para consolarla, pues Ella había sido la Corredentora y compartía todos los sufrimientos de la Pasión.
Redacción (05/04/2021 18:28, Gaudium Press) En sus relatos de la Resurrección, los evangelistas no dicen nada sobre María Santísima. Sin embargo, no es posible imaginar a la Madre del Redentor ausente de estos eventos.
Mientras el Cuerpo de Jesús reposaba en el sepulcro, los Apóstoles sintieron ciertamente, por un instinto misterioso, que la historia del Dios-Hombre no podía concluir con esa Muerte, pero no llegaron a imaginar la Resurrección anunciada. ¿Cómo suponer, en efecto, que Jesús aceptaría el desafío lanzado por el mal ladrón: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo” (Lc 23, 39)? Porque si el hecho de que un vivo resucitara a un muerto – como Él lo había hecho con Lázaro – ya era bastante insólito, cuánto más sería que alguien saliera del abismo de la muerte por sus propias fuerzas, diciendo a su cuerpo: «¡Levántate!»
La Santísima Virgen, sin embargo, no tuvo ninguna duda al respecto.
Fenómeno conmovedor y misterioso
Según la opinión de reconocidos mariólogos, Cristo Sacramentado nunca dejó de estar presente en María Santísima desde la Santa Cena hasta su Asunción al Cielo. Cada vez que Ella comulgaba, se renovaban en su corazón las Sagradas Especies, tornándola un tabernáculo permanente de la Eucaristía [1].
Ahora, estando Cristo realmente presente en la Sagrada Hostia, Nuestra Señora debió sentir de alguna manera, dentro de ella, que el Alma y el Cuerpo de Jesús se separaron en el momento de su Muerte, mientras que la divinidad continuaba unida a ambos. Porque, como explica el Doctor Angélico, “todo lo que pertenece a Cristo según su propio ser, se le puede atribuir en cuanto existe en su propia especie y en el Sacramento, es decir, vivir, morir, sufrir, ser animado e inanimado, etc.” [2]
Este fenómeno conmovedor y misterioso sobrepasa nuestra capacidad de comprensión. En el Cenáculo, María Santísima recibió “el mismo y verdadero Cuerpo de Cristo, que luego fue visto por los discípulos bajo su propia figura y era tomado en la especie del Sacramento” [3]. Él, dice Santo Tomás, “no era impasible en la forma en que se le veía bajo su figura, al contrario, estaba preparado para la Pasión. Por eso, el Cuerpo que se entregó bajo la especie de Sacramento no era tampoco impasible”. [4] Nuestra Señora había comulgado el Cuerpo padeciente de Cristo, y habiéndolo custodiado durante la Pasión, los sufrimientos de su Divino Hijo se reproducían simultáneamente de alguna manera en su interior. Y al mismo tiempo que resucitó en el Santo Sepulcro, también resucitó en la Sagrada Hostia presente en María.
¿Cuál no fue su deleite cuando sintió místicamente en sí que el Alma de Jesús se unía con el Cuerpo de nuevo, y ahora Él se presentaba más glorioso que antes de la muerte? Sería muy razonable que en ese mismo momento Nuestro Señor se le apareciera físicamente para consolarla, pues Ella había sido la Corredentora y compartía todos los sufrimientos de la Pasión.
Totalmente unidos a Jesús y María
Son breves, pero hermosas consideraciones para la Pascua de este 2021. Mientras la impiedad y la incertidumbre parecen apoderarse del mundo, nada mejor que volver nuestros ojos y corazones a la Santísima Madre de Dios, modelo de esperanza contra toda esperanza humana.
Su fe en la resurrección nunca vaciló; quiera Dios que también nuestra Fe en la promesa del Divino Maestro, de que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia (cf. Mt 16,18), no se abale ni por un momento.
Para que el Lumen Christi, tan bellamente simbolizado por el Cirio Pascal, pueda expulsar al fondo de los infiernos a los demonios que hoy tientan a la humanidad y pretenden destruir a la Santa Iglesia Católica, basta con que haya un grupo de fieles, plenamente unidos a Jesús y María, que pidan eso con verdadero ahínco.
Por Alfonso Costa
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Extraído, con modificaciones, de: CLÁ DIAS. João Scognamiglio. O Inédito sobre os Evangelhos. Città del Vaticano: L.E.V./São Paulo: Lumen Sapientiae, 2013, v. VII, p. 382-385
[1] El Padre Faber, por ejemplo, da por sentada la permanencia de las Especies Eucarísticas en María durante todo el período de la Pasión, y admite “sin ninguna dificultad” que este privilegio pudo haber continuado hasta el final de su vida terrena (FABER , Frederick William, O Santíssimo Sacramento ou as obras e vias de Deus. 2.ed. Petrópolis: Vozes, 1939, p.468-469). El padre Roschini, por su parte, recuerda que varios escritores ascéticos son de esta opinión, en la que no ve nada improbable (cf. ROSCHINI, OSM, Gabriel. Instruções Marianas. São Paulo: Paulinas, 1960, p.154). En nuestra opinión, no hay duda al respecto, dado el principio mariológico de eminencia, formulado por el padre Royo Marín: “Cualquier gracia o don sobrenatural concedido por Dios a algún santo criatura humana, lo concedió él también a la Virgen maría de la misma forma, en un grado más eminente o en forma equivalente” (ROYO MARÍN, OP, Antonio. La Virgen María. Madrid. : BAC, 1968, p. 48).
[2] SANTO TOMAS DE AQUINO. Suma teológica. III, q.81, a.4.
[3] Ídem, a.3
[4] Ídem, ibidem.
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