Una multitud de más de 200.000 fieles llenó ayer la Plaza de San Pedro y la Avenida de la Conciliación en la misa que inauguró el pontificado del Papa León XIV.
Fotos: Vatican News / Vatican media
Redacción (19/05/2025, Gaudium Press) La mañana dominical del Papa, en la que se celebró la importante misa de inicio de pontificado, comenzó con un largo recorrido entre la multitud en el Papamóvil a las 9:00 horas, recorriendo las calles de la Plaza de San Pedro y adentrándose en territorio italiano hasta el final de la Avenida della Conciliazione, entre el Vaticano y el Castillo Sant’Angelo. Era la primera vez que León XIV estaba entre los peregrinos, sonriendo, saludando a los fieles y siendo aclamado por la multitud. El papamóvil luego desapareció bajo el “arco delle campane” (arco de las campanas), el pasaje abovedado a la izquierda de la Basílica que conduce a la sacristía.
Frente a la tumba del Príncipe de los Apóstoles
Afuera, la multitud siguió el inicio de la celebración en pantallas gigantes. El Papa se detuvo unos instantes ante la tumba de San Pedro, justo debajo del Altar de la Confesión en la Basílica Vaticana. Le acompañaron los patriarcas de las Iglesias orientales. El Santo Padre se dirigió luego en procesión al altar, en la plaza delante de la Basílica, recorriendo la nave central y pasando bajo el inmenso tapiz que representa el episodio de la pesca milagrosa, porque, siguiendo las huellas de Cristo, el Papa también es “pescador de hombres”.
Poco antes de la procesión, dos diáconos colocaron en el altar el anillo del pescador y el palio, que serían entregados al nuevo Pontífice tras la proclamación del Evangelio. Junto al altar se encuentra Nuestra Señora del Buen Consejo, procedente del Santuario Mariano de Genazzano, santuario agustino visitado por el Papa al día siguiente de su elección, en su primer viaje fuera del Vaticano.
La entrega de las insignias siguió un ritual preciso. Tres cardenales de las tres órdenes —diáconos, presbíteros y obispos— entregaron el palio y el anillo al Sucesor de Pedro, y dijeron una oración invocando la ayuda del Señor, por intercesión del Espíritu Santo, para que el Papa ejerza su ministerio según el carisma recibido.
Las ovejas ya no están sin pastor
León XIV comenzó su homilía saludando a todos “con el corazón lleno de agradecimiento” y citando una de las frases más famosas de San Agustín: “Nos has hecho para ti, [Señor], y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones, 1,1.1).
Luego rindió homenaje a su predecesor Francisco. Su muerte “llenó de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos sentimos como esas multitudes que el Evangelio dice que son ‘como ovejas sin pastor’”. Refiriéndose al cónclave, el Obispo de Roma informó que los cardenales, “de diferentes orígenes y condiciones sociales”, habían “puesto en manos de Dios su deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, mirar más allá para afrontar las preguntas, las preocupaciones y los desafíos de hoy”. El Espíritu Santo, continuó, “supo entonces afinar los instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una sola melodía”.
Amor y unidad
“Fui elegido sin mérito alguno y, con temor y temblor, vengo a vosotros como un hermano que quiere hacerse servidor de vuestra fe y de vuestra alegría, recorriendo con vosotros el camino del amor de Dios, que quiere que todos estemos unidos en una sola familia”. León XIV aclaró: “La Iglesia de Roma preside en la caridad, y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata de conquistar a otros con arrogancia, con propaganda religiosa ni con medios de poder, sino siempre y únicamente de amar como Jesús”. El papel del Sucesor de Pedro, para León XIV, es “apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe puesto por encima de los demás, haciéndose dominador sobre el pueblo a él confiado; al contrario, debe servir a la fe de sus hermanos, caminando con ellos”.
Una Iglesia abierta al mundo y misionera
Es por tanto, junto al colegio cardenalicio, “los más estrechos colaboradores del Papa”, y con el pueblo de los bautizados, que León XIV quiere realizar un “primer gran deseo”: “una Iglesia unida, signo de unidad y de comunión, que se convierta en fermento de un mundo reconciliado”, mientras nuestra época sufre con “tantas discordias, tantas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo al diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres”. El Sumo Pontífice insiste en que la Iglesia debe ser fermento de unidad, de comunión y de fraternidad:
“En el único Cristo somos uno”, dijo León XIV, repitiendo su lema ‘In illo uno unum’, inspirado en un sermón de san Agustín, porque es haciéndose fermento en la unidad de Cristo, que la Iglesia está llamada a ser misionera y a “ofrecer el amor de Dios a todos”, abriendo los brazos al mundo, sin cerrarse en su “pequeño grupo” ni sentirse “superior al mundo”. La unidad, concluye el nuevo obispo de Roma, “no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada persona y la cultura social y religiosa de cada pueblo”.
Deje su Comentario