Montserrat Medina, creadora de empresa en Silicon Valley, socia de Deloitte, deja todo y ahora quiere ser monja contemplativa.
Redacción (18/01/2021 08:39, Gaudium Press) La bella historia de Montserrat Medina va circulando por muchos ambientes, y advierte a quienes buscan la felicidad en el éxito en el mundo, que el mundo no satisface de hecho esas ansias incluso a quienes han logrado el ‘éxito’.
Montserrat Medina tiene 34 años y muchos logros.
Con dos maestrías, becada para un doctorado de ingeniería en Stanford, era fundadora de una startup de marketing digital en Silicon Valley y era socia y directora del Área de Analítica Avanzada e Inteligencia Artificial en Deloitte.
El mundo no solo le había abierto las puertas, sino que la había elogiado, había ganado diversos premios, aparecido en las páginas de importantes revistas. Pero el mundo no la colmaba.
Un monasterio en Castellón
Ella participaba de voluntariados católicos y de las actividades laicas de algunas comunidades católicas, pero esto, que en alguna manera la aliviaba, no saciaba su sed de absoluto por entero.
Entonces, quiso buscar una comunidad religiosa afín con sus aspiraciones, y la encontró en el Monasterio de Santa Ana, de la Orden de las Agustinas Contemplativas, de San Mateu – Castellón, en España.
En este monasterio, que “sigue a Jesús según el carisma de San Agustín”, las monjas se dedican a la oración, a la meditación y sustentan su comunidad con “la elaboración de pastas, que nosotras mismas vendemos en una pequeña tienda en el mismo convento, también plancha y almidonado de ropas. Todo trabajo lo realizamos en silencio, para mantener el clima de oración que nos permita escuchar al Maestro interio, Cristo, en nuestro corazón. Oración, trabajo y estudio forman a grandes rasgos el entramado de nuestra vida”.
La empresaria y ejecutiva exitosa, de subordinados, computadores y juntas, la de incluso reflectores de publicidad, la de dinero para hacer lo que quiera, cambia esa vida ‘exitosa’ por hacer pastas de fabricación casera… ¿Locura?
Para el mundo sí… pero son muchos los que tendrán un cierto temor al tildar de loca a una mujer que con su tesón e inteligencia había alcanzado los más altos puestos en la vida. La presencia de Dios en el monasterio y la sed de Dios de Montserrat deben ser muy poderosas, dignas de literatura.
Las conoció en abril pasado
Al conocer a las monjas de Santa Ana por internet, Montserrat allá se dirigió en plena pandemia, en abril del año pasado.
Aunque tuvo algún obstáculo con la policía por las restricciones en vigor, terminó llegando al monasterio donde hizo un retiro espiritual. Se quedó en el convento una semana.
“Todos los días acudía a los rezos a través de la reja y luego participó en una experiencia con toda nuestra comunidad”, dice sor Asunción, una de las monjas. A partir de ese momento, ingresó al aspirantado, primer paso antes de entrar a una comunidad religiosa de estas.
Antes de Navidad, y para sorpresa de muchos, aunque no de todos, Montserrat renunció a Deloitte. En abril próximo culmina el aspirantado. “Nosotros a ella no la conocíamos, parece ser que Montse fue mirando conventos por internet, analizando las normas de convivencia y el carisma de la congregación y eligió el Monasterio de San Mateo: ha sido cosa de Dios”, dijo Sor Asunción.
Ahora Montserrat está unos días con su familia en Valencia, “pues quería pasar tiempo con ellos antes de venir al convento”, expresó. Por su trabajo, ha estado un poco alejada de su familia, lo que quiere remediar de alguna manera antes de entrar al convento.
Ha cambiado su descripción en la red social profesional de LinkedIn. Allí ha colocado ahora como su título el de “Sierva de Dios”, y ha dejado la siguiente carta donde explica su decisión:
Mi nueva esperanza: comunicación y confesión
Con todos los riesgos que supone abrir el corazón, quiero hacerlo como una expresión de libertad y una confesión de la fe. A quien lea este escrito le confío algo íntimo y personal, pero que no puedo retener sólo para mí.
Se ha abierto una nueva etapa en mi vida que comporta dejar mi carrera profesional. Creo que Dios me está llamando a dejarlo todo para seguir a su Hijo Jesús más de cerca. Su gracia me ha quitado el velo que cubría mis ojos y he comenzado a comprender cuánto le debo. Él ha puesto en mí un fuego que enciende una insaciable necesidad de amarle y servirle. Muchas veces me pregunto: ¿Cómo puedo yo, siendo pobre criatura, servir y amar al Creador? Pero la respuesta emerge desde dentro: Si Él me llama, en su Nombre me lanzo a esta aventura de dejarlo todo para buscar continuamente su Rostro.
Desconozco la razón por la cual el Señor se ha fijado en mí. Desconozco por qué desde mi infancia cada domingo internamente me conmovía escuchar en un canto de Iglesia “he dicho tu nombre”; no entendía entonces que esto era una gracia particular. Desconozco por qué su Amor me ha concedido gratuitamente los talentos inmerecidos con los que he podido trabajar y realizarme como persona todos estos años. Igualmente desconozco el plan que Él tiene de ahora en adelante para conmigo. Lo único que sé con certeza es que he encontrado “el tesoro” y, como dice el Evangelio, quiero vender todo lo que tengo en este mundo para comprarlo (cf. Mt 13, 44-46). Siento que, secundando esta llamada mi vida adquiere un sentido lleno de luz, que me hace sentirme dichosa y feliz.
La llamada que muestra el pasaje evangélico del joven rico (cf. Mc 10, 17-39) es la llamada que hoy siento dirigida a mí… por más que la llevo dentro desde hace mucho tiempo, pero sin atreverme nunca a responder. Desde hace años quería decir que sí a Jesús, pero no lo hacía sino tímidamente y sólo por dentro. Y mientras demoraba la respuesta verdadera, esa que compromete la vida, usaba todos los talentos que la infinita bondad de nuestro Dios me había regalado, pero los empleaba para mi propia gloria y para acumular riquezas en este mundo. Me apropiaba de los dones recibidos buscando sólo mi propio interés. Y me engañaba a mí misma porque lejos de hacerme feliz esa actitud sólo me provocaba un vacío cada vez más creciente. Ciertamente, mi meta no era otra que lo que la sociedad me enseñó desde mi niñez: estudiar, posicionarme con un trabajo bien remunerado, casarme y tener hijos. La idea de servir al Señor estaba lejos de mis pensamientos: me había hecho un dios a mi medida que debía servirme a mí y ajustarse a mis objetivos y ambiciones.
Así, autoproclamada “buena católica” por mi asistencia física a la eucaristía dominical, pero enorgullecida por la gloria, poder y dinero que iba obteniendo, mi alma se iba construyendo un lugar privilegiado en el abismo del sinsentido de una vida encerrada en el egoísmo. No encuentro palabras para describir el estado tan deplorable en el cual se encontraba mi alma mientras me engañaba a mí misma, convencida de que complacía a Dios. Después de todo, pensaba que algo debía estar haciendo bien: yo me esforzaba y veía recompensa. Ahora me pregunto: ¿Cómo he podido estar tan confundida todos estos años? No era Dios quien me estaba dando la gloria de la tierra sino el príncipe de este mundo quien me estaba engañando sin yo saberlo. Mientras tanto, el Dios misericordioso lo permitió para mi propio bien. He necesitado experimentar estas tinieblas y el poder desgarrador del mundo para apreciar más la vida de la fe y el Evangelio de Cristo. El sufrimiento que comporta seguir a los ídolos del mundo me ha preparado para renunciar a ellos y volverme al Señor en una ofrenda completa de mi vida.
He vivido 12 años “triunfando” según los parámetros del mundo: tengo títulos de la prestigiosa Universidad de Stanford, he fundado una startup en Silicon Valley que ha adquirido una Fortune 100 y con tan sólo 34 años he llegado a ser socia en Deloitte. Yo le decía al Señor: Mira lo bien que he aprovechado tus talentos. Pero sintiendo un profundo conocimiento de la suciedad de mi alma, me percaté de mi mal entendimiento con respecto a la ansiada “perfección” que buscaba en las cosas del mundo, y cuánto más me acercaba a ella, más me alejaba de la verdadera: la perfección del alma que consiste en hacer la voluntad de Dios, verdadera plenitud para la que hemos sido creados.
Hundida en mi miseria, sin saber qué hacer con todos mis pecados he comprendido que el Señor lo perdona todo porque Él es todo bondad y misericordia. Ahora quiero dejarlo todo por seguir a este Dios que ha conquistado mi corazón. Es una deuda de amor lo que vivo… aunque sé que por mi parte esa deuda siempre estará por saldar. Quiero que el Señor sea mi único Dios, y no el dinero. No puedo servir a dos señores. El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; y me llama a amarle con todo mi ser.
La inquietud de mi alma me ha llevado a buscar la Voluntad de Dios en comunidades católicas, en voluntariados, hasta planeé fundar una ONG…, pero no encontraba la Paz en ninguno de estos proyectos. Ahora, secundando la llamada a ofrecerme al Señor en la vida consagrada contemplativa, he encontrado la Paz del corazón. Creo que desde esta vocación podré ayudar a tantos que buscan a Dios sin saber dónde y cómo encontrarlo. La Iglesia y la Comunidad de Monjas contemplativas que me acogen me regalan un hogar donde vivir con sencillez evangélica el seguimiento de Cristo en fraternidad. Soy consciente de que es un gran riesgo el que corro dejándolo todo para entrar en un Monasterio… pero la vida vale la pena cuando se arriesga en la búsqueda del Bien. Y “sé de quién me he fiado” (2Tim 1, 12).
Por ello he tomado la decisión más importante y al mismo tiempo más sencilla de mi vida. He decidido, sin ningún remordimiento, dejar de invertir en mi futuro terrenal y empezar a invertir en mi futuro para la vida eterna. Puesto que dejo el mundo para servir y hacer la Voluntad de Dios, tengo la certeza de que el Señor misericordioso suplirá con creces mi falta con aquellos a quienes estoy dejando por Él. No dejo el mundo, propiamente, sino lo mundano. Y quiero entregar mi vida en oración y ofrenda por todos aquellos a quienes Dios ama.
Quiero terminar pidiendo perdón a quienes haya podido hacer sufrir en estos años o por los que se puedan ver perjudicados de alguna manera por esta decisión vocacional. Os agradezco que recéis por mí; yo rezaré por todos.
¡Bendito y alabado sea por siempre el Señor!
Montse
Con información de Aciprensa
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