“No, Señor Macron. Usted no es Francia. Y Francia no ha muerto ni morirá…”
Redacción (03/08/2024 15:00, Gaudium Press) Informan medios internacionales que tras regresar de una relax estancia en la Costa Azul, ahora el presidente francés Macron se ha cargado a sus espaldas la escandalosa ceremonia blasfema del inicio de los Olímpicos de París, y tomándose la vocería de todo el pueblo galo, ha dicho que “los franceses y el mundo entero estuvieron muy orgullosos de esta ceremonia de apertura”, de la que elogió su “audacia”.
“Su audacia hizo bien a mucha gente”, insistió Macron.
En el momento en que en numerosas diócesis de todo el Orbe se realizaron o realizarán ceremonias de reparación por esa Última Cena Blasfema ahora cobijada por Macron; cuando colectivos de abogados cristianos siguen recogiendo apoyos y han demandado al COI ante la Comisión Europea, además de elevar denuncias al Relator para la libertad religiosa de la ONU; cuando ya varios gobiernos de países cristianos y hasta el Ayatollah de Irán han enarbolado su queja, y aunque el escándalo en las redes sociales no para, a Macron solo se le ha ocurrido hacer el elogio de la audacia de la blasfemia.
De hecho, alguien podría afirmar que la blasfemia de la inauguración de los Juegos Olímpicos sí fue audaz, fue osada, habida cuenta de la fortísima reacción que aún sigue suscitando. Pero no, es claro que sus mentores no esperaban tal reacción, lo que se torna patente cuando se piensa que su primera respuesta fue camuflarse, intentar maquillar la blasfemia. Algo audaz sí son estas últimas declaraciones de Macron, que quiere afirmarse en la ignominia, a pesar de un escándalo que hace rato ya es mundial.
Sin embargo, le decimos a Macron:
Señor Macron, no es realmente muy audaz su intento de legitimación de la blasfemia, cobijado como está en su inmunidad de presidente de lo que otrora fue un Reino Cristianísimo. No es muy audaz insistir en el insulto, cuando se sabe rodeado y protegido de la mayoría de las fuerzas mediáticas del mundo, además de otras.
Audaz fue sí Santa Juana de Arco, la virgen de Domrémy, esa que desde niña asistía a la misa cuya denigración ahora usted apoya, la que siendo solo una adolescente tuvo la audacia para vencer su respeto humano y animar a un jefe de Estado francés mole y timorato que estaba dejando perecer a la dulce y bella Francia. Esa que siendo mujer llevó a los ejércitos franceses a una no fácil victoria. Una Juana que aún en medio de la hoguera a la que la condenaron los propios traidores de su nación, siguió gritando que las voces no mentían, que Francia sería salvada, que Francia no perecería. Señor Macron esa sí es verdadera audacia, no la suya.
Usted no nos engaña Señor Macron…
Usted quiere hacernos creer que toda Francia está con usted, que usted en su audacia blasfema encarna a toda una Francia que dejó de ser lo que era, para ser lo contrario de aquello que le dio nacimiento, cuerpo y gloria.
Pero sabemos que eso es mentira, pues incluso desde la Revolución Francesa su tierra es una nación dividida por un río de sangre, al que ustedes han querido cubrir con la arena del desprecio y la mentira de un supuesto unanimismo.
Pero la verdadera Francia sigue presente, no solamente en muchos franceses, sino en aquellos que se enorgullecen de la afinidad espiritual con sus connacionales que un día iluminaron al mundo con el ejemplo de su heroísmo cristiano, su caballerosidad eximia, de una piedad viril incontestada a la manera del caballero Godofredo de Bouillon.
No, Señor Macron. Usted no es Francia. Y Francia no ha muerto ni morirá, porque Francia terminó siendo sinónimo de cristianismo e Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia.
Por Carlos Castro
Deje su Comentario