Regresaba de una expedición de trabajo al sur de mi ciudad, cuando pasando cerca al Centro Histórico decidí hacer una corta escala, en un museo…
Redacción (14/09/2024 19:07, Gaudium Press) Regresaba de una expedición de trabajo al sur de mi ciudad, cuando pasando cerca al Centro Histórico decidí hacer una corta escala en el Museo Santa Clara, que conserva algunas de las más importantes obras pictóricas que produjeron en siglos las colonias españolas de América, de hechura de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos y de Baltasar y Gaspar de Figueroa, entre muchos otros, incluso también anónimos.
El museo —que era la iglesia del antiguo convento de las clarisas, construido en el S. XVII, al lado de lo que hoy es el Palacio Presidencial y el Capitolio— fue expropiado por los liberales en el poder a finales del S.XIX, restituido después de esos huracanes anticlericales a las monjas de San Francisco, y luego comprado por el Estado para ser transformado en el actual museo, muy apetecido por turistas y apreciadores del arte. Este antiguo templo, sólida construcción románica en piedra, con capacidad para alrededor de unos doscientos o trescientos feligreses sentados, guarda bajo su artesonado cielo raso una maravilla de lienzos en cantidad tal que no existen casi ni lambris ni paredes desnudas sino cuadros y más cuadros, de origen colonial y algunos de los primeros tiempos de la república.
Ir allá es como un viaje en el tiempo y una inmersión en la colonia, claro cuando ese magnífico viaje no es interrumpido por alguna exposición temporaria de algún artista dicho contemporáneo, que normalmente rompe con la unidad del museo y dificulta apreciarlo, o cuando el bello museo no es violentado inmisericordemente, como ocurrió recientemente, por una exposición de religiosidad de raíz precolombina con olor a lo oculto…
Pero bueno, como la idea era compartir algo de este viaje con mis lectores, me dije, vamos a tomar solo cuatro fotos, de cuatro cuadros de los cientos que se encuentran en el museo, escogidos medio al azar, para dar un ejemplo de los espacios, costumbres y ambientes a los que es posible acceder en este tour por el tiempo, por los santos, por la Historia de la Iglesia y la catolicidad.
Comencemos por el Rey, un Sagrado Corazón azulado, en el que el rojo y llamas de su Divino Corazón resalta por el contraste. Es del S. XIX y su autor es anónimo.
Al mismo tiempo que es un corazón llameante, está traspasado por el fuego que lo circunda, algo que conlleva la sensación de dolor, pero su rostro sigue siendo de total serenidad, de decisión distendida, algo que coincide con la tradicional piedad católica, y que constrasta con ciertas representaciones modernas de Cristo, que en su afán de humanizarlo y modernizarlo quieren mostrarlo completamente trasformado y hasta desesperado por el dolor, como estaría cualquier hombre. No: Cristo era Hombre, pero también era Dios. Nada de su Pasión se estaba haciendo sin su consentimiento y por fuera de su poder.
La actitud de las manos de Cristo hace más que comprensible la metáfora del ave del marco, que llega a herir su pecho para que sus crías beban de su sangre en momento de necesidad. Más Ave bondadosa es Cristo, que no nos dio parte de su sangre, sino toda ella y hasta la linfa por nuestra salvación. El cuadro con su marco, una maravilla. Pensar en ciertas representaciones actuales de Cristo, que lo muestran en una actitud deportiva, o de dedo indicando Ok… se revelan por el contraste con esta como una blasfemia.
Sigamos ahora con esta imagen de la Patrona, Santa Clara de Asís. Rostro aunque distendido, serio, como recordando a sus monjas que su vocación además de maravillosa es grave, y que ella vela por su cumplimiento desde el cielo. Está vestida de gala, con sus bordados de oro y con su mirada dirigida al cielo, indicando el destino final de todos. Muy castellana y de rostro muy puro y sonrojado, la imagen es más que característica del tiempo de su factura.
Hay varios cuadros en este museo que tienen como protagonista a Santa Catalina de Alejandría, noble egipcia de finales del S. III e inicios del S. IV. Este de arriba ilustra los desposorios o esponsales místicos de la Santa con el Divino Niño, en un tiempo en que aún no habían casas comunitarias para mujeres. Serenidad en todos los rostros, seriedad, delicadeza, el punto focal del cuadro es el gesto del desposorio, en el cuál el Dios Infante coloca un anillo en la mano de su ahora esposa mística.
Santa Catalina que fue virgen, se reviste para la ocasión con un manto celeste claro bordado en oro y túnica rosa oscura. El rostro de la Virgen Madre al tiempo que conservando las mismas notas del de Santa Catalina, revela una especial alegría por el hecho que se está dando. El cuadro cumple enteramente su cometido de mostrarnos la grandeza y gravedad del hecho místico y milagroso, que precedería a su glorioso martirio.
Y terminemos con esta angélica Santa Rosa de Viterbo, quien en el S. XIII y teniendo tan solo 12 años ,y después de haber tenido una visión de la Virgen y otras manifestaciones místicas, recorría las calles de su región para predicar contra el emperador Federico II y sus ejércitos invasores que querían conquistar los Estados Pontificios. Exiliada de su tierra por esta prédica, fue esto peor para la causa del impío emperador y sus gibelinos, pues por donde iba seguía predicando pero ahora también la próxima muerte de Federico, lo que efectivamente ocurrió poco tiempo después.
Este cuadro al mismo tiempo que espeja su inocencia manifiesta la realidad de que su vida giraba en torno de la cruz y los padecimientos de Cristo, que ella quería aliviar un tanto con las rosas de sus oraciones y propios sufrimientos. Vestida ya con el zayal franciscano, lo que le fue indicado en una revelación a los ocho años, esta Santa Rosa se revela perfectamente como la obra del Espíritu Santo, que está discretamente representando al lado derecho de su rostro.
Una niña, que se convierte a los doce años en uno de los más temibles enemigos del principal monarca civil de la tierra… No, no es fantasía, y está ella magníficamente representada en el Museo de Santa Clara.
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Después de este corto y largo viaje en el tiempo y en las fisonomías, una palabra que hemos repetido en las descripciones es serenidad mezclada con seriedad: ellos no tienen cara de parque de diversiones, ni acaban de salir destortillados de la risa tras haber asistido a un stand comedy: esas son sugerencias que aquí ya rayan en la blasfemia. Todos ellos, mujeres y el Corazón de Jesús, son serenos, serios, fuertes, distendidos, contemplativos, de personalidades muy definidas y no padronizadas, y su presencia marca e ilumina un ambiente. No son agitados pero mucho han conseguido; no viven de carcajada, pero lejos de ellos la amargura.
Y en medio de la serenidad y la seriedad, un fondo de felicidad.
¿No será que, ya cansados de la felicidad hollywood de nuestros días, es hora de repensar si más bien nos encaminamos por esos senderos de felicidad, por la felicidad católica y nos vamos olvidando de los caminos de felicidad planteados por cierta propaganda de hoy?
Parece que ya va siendo hora…
Por Saúl Castiblanco
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