jueves, 21 de noviembre de 2024
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Nuestro Señor Jesucristo resolverá todo

Se les anunció la solución a todos los problemas y todos los riesgos. Mucho más que para un pequeño puñado de pastores, se les anunció la solución a los problemas y riesgos que afectan lo que los hombres tienen de lo más noble y preciado.

nuestro senor jesucristo

Redacción (28/01/2021 09:26, Gaudium Press) Por fin, la Navidad de un año convulso marcado por la duda y la incertidumbre, en vísperas de otro, lleno de incógnitas.

Nuestro mundo camina a merced de problemas insolubles, trata de contentarse con exiguas y pasajeras soluciones, pero nunca encuentra el verdadero rumbo.

La verdadera y única Solución nació para nosotros hace dos mil años, en una pobre gruta de Belén.

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2, 8-11).

La solución en una gruta de Belén

La noche estaba en su auge. La oscuridad había llegado a su apogeo. Todo alrededor de los rebaños era interrogación y peligro. Quizás algunos pastores, relajados o abrumados por el cansancio, estaban durmiendo. Sin embargo, había otros para quienes el celo y un sentido del deber no permitía dormir. Ellos vieron. Y presumiblemente también oraron, para que Dios apartase los peligros que acechaban.

De repente, apareció una luz para ellos y los envolvió: “la claridad de Dios los envolvió”. Toda la sensación de peligro se había ido. Y se les anunció la solución a todos los problemas y todos los riesgos. Mucho más que los problemas y riesgos de unos rebaños pobres o de un pequeño puñado de pastores. Mucho más que los problemas y riesgos que ponen en peligro todos los intereses terrenales. Sí, se anunció la solución a los problemas y riesgos que afectan a lo que los hombres tienen más noble y más preciado, es decir, el alma. Los problemas y riesgos que amenazan, no los bienes de esta vida, que tarde o temprano perecerá, sino la vida eterna, en la que tanto el éxito como la derrota son infinitos.

Sin la menor pretensión de hacer lo que podría llamarse una exégesis del Texto Sagrado, no puedo dejar de advertir que estos pastores y estos rebaños y esta oscuridad recuerdan la situación del mundo el día de la primera Navidad.

Numerosas fuentes históricas de aquella lejana época nos cuentan que muchos hombres tenían la sensación de que el mundo había llegado a un fracaso irreparable, que una inextricable maraña de problemas fatales les cerraba el camino, que estaban al final de una línea más allá de la cual solo se divisaba el caos y la aniquilación.

Mirando el camino recorrido desde los primeros días hasta entonces, los hombres podían sentir un orgullo comprensible. Estaban en el apogeo de la cultura, la riqueza y el poder. Cuán lejos estaban las grandes naciones del Año 1 de nuestra era – y más que todo el superestado romano – de las tribus primitivas que vagaban por la inmensidad, entregadas a la barbarie y azotadas por factores adversos de todo tipo. Gradualmente, las naciones habían aparecido. Estas habían tomado su propia fisonomía, engendrado culturas típicas, creado instituciones inteligentes y prácticas, caminos abiertos, iniciado la navegación y difundido por todas partes, tanto los productos de la tierra como los de la naciente industria. Abusos y desórdenes, seguro que los hubo. Pero los hombres no los notaron por completo. Porque cada generación sufre de una sorprendente insensibilidad a los males de su tiempo.

El aspecto más crucial de la situación en la que se encontraba el Mundo Antiguo, por lo tanto, no era que los hombres no tuvieran lo que querían. Consistía en que hablando grosso modo tenían lo que querían, pero después de adquirir laboriosamente estos instrumentos de felicidad, no sabían qué hacer con ellos. De hecho, todo lo que habían deseado durante tanto tiempo y tanto esfuerzo dejó un vacío terrible en su alma. Además, a menudo los atormentaba. Pues el poder y la riqueza que no sabemos cómo aprovechar se utilizan sólo para dar trabajo y producir angustia.

Así, en torno de los hombres todo eran tinieblas. Y en esta oscuridad, ¿qué hicieron? Lo que hace los hombres cuando cae la noche. Algunos se apresuran a las orgías, otros se hunden en el sueño. Otros, por fin – y cuán pocos – hacen como los pastores. Vigilan, en busca de esos enemigos que saltan en la oscuridad para atacar. Están listos para presentarles duras batallas. Rezan con la mirada puesta en el cielo oscuro, y las almas reconfortadas por la certeza de que el sol finalmente despuntará, vencerá a toda oscuridad, eliminará o devolverá a sus antros a todos los enemigos que la oscuridad cubre e invita al crimen.

Una civilización aplastada por el peso de su cultura inútil y su opulencia

En el Mundo Antiguo, entre los millones de hombres aplastados por el peso de la cultura inútil y la opulencia, había hombres elegidos que percibían toda la densidad de la oscuridad, toda la corrupción de las costumbres, toda la falta de autenticidad del orden, todos los riesgos que acechaban en torno al hombre, y sobre todo el “sinsentido” al que condujeron las civilizaciones basadas en la idolatría.

Estas almas privilegiadas no eran necesariamente personas de una educación o inteligencia refinada. Pues la lucidez para percibir grandes horizontes, grandes crisis y grandes soluciones proviene menos de la penetración de la inteligencia que de la rectitud del alma. Los hombres rectos, para quienes la verdad es la verdad, y el error es el error, se dieron cuenta de la situación. El bien es el bien, y el mal es el mal. Almas que no pactan con los errores de su tiempo, intimidadas por la risa o el aislamiento con el que el mundo envuelve a los inconformes. Eran almas de este quilate, raras y un poco escasas en todas partes, entre señores y sirvientes, ancianos y niños, sabios y analfabetos, que velaban en la noche, rezaron, lucharon y esperaron la Salvación.

Esto comenzó a llegar a los fieles pastores. Pero, después de todo lo que nos dice el Evangelio, salió de los estrechos confines de Israel y se presentó como una gran luz, para todos aquellos, en todo el mundo, que se negaron a huir a las orgías o a los sueños estúpidos y suaves como solución. Cuando comenzaron a convertirse vírgenes, niños y ancianos, centuriones, senadores y filósofos, esclavos, viudas y potentados, el ciclo de las persecuciones descendió sobre ellos. Ninguna violencia, sin embargo, los hizo doblegarse. Y cuando, en la arena, miraban serenos y altivos a los Césares, a las masas aullantes y las bestias, los Ángeles del Cielo cantaban: “Gloria a Dios en las alturas del cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lc 2 , 14).

Este cántico evangélico, ningún oído lo oía. Pero conmovió las almas. La sangre de estos héroes serenos e inquebrantables se transforma así en semilla de nuevos cristianos.

El viejo mundo, adorador de la carne, el oro y los ídolos, muría. Nacía un mundo nuevo, basado en la Fe, la pureza, la ascesis, la esperanza del Cielo.

Nuestro Señor Jesucristo, resolverá todo.

Extraído, con algunas alteraciones de: CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Luz, el gran regalo. Folha de São Paulo, 26 de diciembre 1971.

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