domingo, 21 de septiembre de 2025
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Opción preferencial por todos

¿Haría Jesús alguna distinción en su deseo de que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”?

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Redacción (21/09/2025 09:04, Gaudium Press) La parábola del administrador infiel puede causar cierta desconcierto debido al elogio del amo a la astucia de este malvado súbdito, así como a la recomendación de Jesús de que usemos el dinero injusto para hacer amigos que nos acojan en la morada eterna (cf. Lc 16,1-9). ¿Cómo debemos entender tales apologías?

San Agustín aclara que el mencionado amo no alaba el fraude en sí, sino la visualización de su subordinado respecto al futuro. Pues bien, “¿él se preocupa por la vida que acaba, y tú no te preocupas por la vida eterna?”. Por lo tanto, los hijos de la luz deben cultivar la “determinación” en su búsqueda de la patria celestial.

Desde la perspectiva agustiniana, el “dinero injusto” —en latín, mamona iniquitatis— denota riquezas falsas en contraposición a las auténticas, los tesoros del Cielo que ni la polilla ni el óxido pueden destruir (cf. Mateo 6, 19-20). Así, Nuestro Señor arremete contra la visión materialista, preocupada exclusivamente por las posesiones terrenales, permitiendo que se utilicen para un bien mayor, como la evangelización y la consiguiente salvación de las almas.

Ciertamente, la Divina Providencia “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2, 4). Jesús llamó tanto a Zaqueo, quien era rico y tuvo que abandonar la mitad de sus deudas para llegar al Cielo, como a Pedro, quien solo tenía una pequeña barca y una red. El Redentor no hace acepción de personas; “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19,10) y a erradicar el pecado del mundo (cf. Juan 1, 29). Esto no significa, sin embargo, que todos se salvarán, sino que expresa que la salvación solo llega por su poder. Es como un médico que quiere rescatar a todos sus pacientes, pero depende de cada uno tomar la medicina prescrita y así curarse.

Cabe destacar que, para cumplir la voluntad de Dios, la situación económica importa poco. Sean ricos o pobres, todos pueden acoger el Evangelio, convertirse y llevar una vida santa. Existen, por supuesto, contratestimonios, como el del joven rico que prefirió ser opulento en bienes terrenales, pero miserable por el pecado (cf. Lc 18, 18-25). La ingratitud ignora los bolsillos de las personas… O si no, ¿dónde están los nueve leprosos —presumiblemente pobres— sanados por Jesús? Nada se dice de su salvación, pero es cierto que solo uno de sus compañeros —también pobre, pero rico por gracia— pudo escuchar de labios divinos: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado” (Lc 17,19).

En conclusión, Jesús prefiere a todos, pero no todos prefieren a Jesús. En el apostolado, también debemos preferir a todos, pues todos han sido objeto de la Sangre Redentora. Es a través de ella que conquistamos el tesoro imperecedero, la mayor de todas las riquezas, el Cielo. Fuera de él solo se encuentra la mayor de todas las miserias, el camino de la iniquidad propuesto por el príncipe de este mundo, el diablo. Por lo tanto, como advierte el Salvador, no hay tercera vía…[1]

Por el Padre Felipe de Azevedo Ramos, EP

[1] Revista Heraldos del Evangelio, septiembre de 2025

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