El Pontífice habló del sentido del domingo Laetare en el Ángelus.
Ciudad del Vaticano (15/03/2021 09:47, Gaudium Press) Ayer en el Ángelus en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco invitó a escuchar en esta cuaresma la voz de Dios en el interior de alma: “En Cuaresma, acojamos la luz en nuestra conciencia”, dijo.
Francisco recordó que el llamado a “acoger la luz en nuestra conciencia”, se materializa de forma particular en el Sacramento de la Reconciliación, “para abrir nuestros corazones al amor infinito de Dios, a su misericordia llena de ternura y bondad”.
El cristiano sabe como afrontar las “crisis”, pues toda la confianza la pone en el Señor. Además, cuando el cristiano se “pone en crisis” por Jesús, “la suya es una crisis saludable”, que nos cura y hace que nuestra alegría sea plena.
Hablando sobre el sentido del domingo Laetare, el de ayer, el Papa comentó la liturgia eucarística que comienza con esta invitación: “Alégrate, Jerusalén…”. (cf. Is 66,10).
La alegría proviene del amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3,16).
Este mensaje gozoso es el corazón de la fe cristiana. El amor de Dios “ha encontrado la cima en el don del Hijo a una humanidad débil y pecadora”. Hablando de la conversación del Señor con Nicodemo, dijo el Papa que éste, “como todo miembro del pueblo de Israel, esperaba al Mesías, identificándolo como un hombre fuerte que juzgaría al mundo con poder. Jesús pone en crisis esta expectativa presentándose bajo tres aspectos: el del Hijo del hombre exaltado en la cruz; el del Hijo de Dios enviado al mundo para la salvación; y el de la luz que distingue a los que siguen la verdad de los que siguen la mentira”.
Quien era Jesús
El amor personificado en Jesús, se revela con tres aspectos fundamentales:
“El texto alude al relato de la serpiente de bronce (cf. Números 21:4-9), que, por voluntad de Dios, fue levantada por Moisés en el desierto cuando el pueblo fue atacado por serpientes venenosas; quien había sido mordido y miraba la serpiente de bronce se curaba. Del mismo modo, Jesús fue levantado en la cruz y los que creen en Él son curados del pecado y viven”.
El segundo aspecto es el del Hijo de Dios:
“Dios Padre ama a los hombres hasta el punto de «dar» a su Hijo: lo dio en la Encarnación y lo dio al entregarlo a la muerte. El propósito del don de Dios es la vida eterna de los hombres: en efecto, Dios envía a su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para que el mundo se salve por medio de Jesús. La misión de Jesús es misión de salvación, para todos”.
El tercer nombre que Jesús se atribuye es «luz»:
“El Evangelio dice: «Vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz (v. 19). La venida de Jesús al mundo provoca una elección: quien elige las tinieblas va al encuentro de un juicio de condenación, quien elige la luz tendrá un juicio de salvación. El juicio es la consecuencia de la libre elección de cada uno: quien practica el mal busca las tinieblas, quien hace la verdad, es decir, practica el bien, llega a la luz. Quien camina en la luz, quien se acerca a la luz, hace buenas obras”
Insistiendo en la necesidad de acceder al sacramento de la Confesión, Francisco continuó:
Debemos “acoger la luz en nuestra conciencia, en particular en el Sacramento de la Reconciliación, para abrir nuestros corazones al amor infinito de Dios, a su misericordia llena de ternura y bondad”.
“Así encontraremos el gozo verdadero y podremos alegrarnos del perdón de Dios que regenera y da vida”.
Con información de Vatican News
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