El Papa León XIV habló sobre las dos figuras contrastantes de la lectura del Evangelio del día: el fariseo, confiado en su propia virtud, y el cobrador de impuestos, consciente de su pecado.
Foto: Vatican News
Redacción (27/10/2025 10:09, Gaudium Press) Ayer 26 de octubre, después de la misa jubilar dedicada a los equipos sinodales y a las organizaciones de participación, y antes de la Oración mariana del Ángelus, el Papa León se dirigió a los millares de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. Desde los aposentos pontificios el Santo Padre compartió una meditación sobre la parábola del fariseo y el publicano.
El Papa León XIV habló sobre las dos figuras contrastantes de la lectura del Evangelio del día: el fariseo, confiado en su propia virtud, y el cobrador de impuestos, consciente de su pecado.
La oración del fariseo, centrada en la exhibición de mérito y orgullo espiritual. Esta actitud presuntuosa “ciertamente denota una observancia rigurosa de la Ley, pero pobre en amor y carente de misericordia, hecha de ‘dar’ y ‘haber’, de débitos y créditos”, observó el Papa.
En contrapartida, la oración del publicano revela un corazón abierto a la gracia: “Oh Dios, ten piedad de mí, que soy pecador”. El Papa León destacó el coraje del publicano, que osa presentarse ante Dios a pesar de su pasado y de su reputación: “Él no se cierra en su mundo, ni se conforma con el mal que hizo; deja los lugares donde se siente seguro y es temido, protegido por el poder que ejerce sobre los demás; va al Templo solo, sin escolta, aunque eso signifique enfrentarse a miradas severas y juicios mordaces, y se coloca delante del Señor, en el fondo, con la cabeza baja”. Reconoce los errores y pedir perdón”
El Santo Padre también explicó que “no es jactándonos de nuestros méritos como nos salvamos, ni ocultando nuestros errores, sino presentándonos tal como somos, con honestidad, ante Dios, ante nosotros mismos y ante los demás, pidiendo perdón y confiando en la gracia del Señor”.
Citando a San Agustín, comparó al fariseo con un enfermo que oculta sus heridas al médico por orgullo, y al publicano con alguien que humildemente expone sus heridas al médico, pidiendo ayuda para sanar: “No nos sorprende que este publicano, que no se avergonzó de mostrar su enfermedad, haya sido curado”.
León XIV también animó a los fieles, como el publicano, a no tener miedo de reconocer sus debilidades: “No tengamos miedo de reconocer nuestros errores, de exponerlos, haciéndonos responsables de ellos y confiándolos a la misericordia de Dios”. Este camino de humildad, afirmó, permite tanto nuestra sanación interior como el crecimiento del Reino de Dios, “que no pertenece a los orgullosos, sino a los humildes, y que se cultiva, en la oración y en la vida, a través de la honestidad, el perdón y la gratitud”.





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