Cornelio, que significa “fuerte como un cuerno”, fue martirizado siendo Papa en el año 253, bajo el gobierno del emperador Decio.
Redacción (16/09/2020 08:01, Gaudium Press) San Cornelio y San Cipriano, modelos de confesores de la fe, hasta el martirio, son nuestros santos de hoy.
Cornelio, que significa “fuerte como un cuerno”, fue martirizado siendo Papa en el año 253, bajo el gobierno del emperador Decio.
En sus veinte siglos de existencia, la Iglesia ha visto atacadas casi todas sus prerrogativas. A Cornelio le tocó enfrentar a Novaciano hereje, quien negaba el poder de la Iglesia para perdonar los pecados, y que decía que aquel que hubiese renegado de la fe no podía ser más readmitido en la Iglesia. También decía que pecados como impureza, fornicación y adulterio, no podían ser jamás perdonados.
Novaciano se presentaba como un purista de la fe, “más papista que el Papa” se diría hoy, escondiendo un velado orgullo con una doctrina que era muy perjudicial para los cristianos de entonces. ¿Por qué?
Porque por causa de las persecuciones, no eran pocos los que renegaban de la fe. Pero después, arrepentidos, querían regresar, y los postulados de Novaciano querían impedírselo.
El Papa Cornelio, afirmando la verdadera doctrina, recordaba que el sincero arrepentimiento sumado a la potestad del ministro de Dios obtenían el perdón de los pecados, incluso el del grave pecado de apostasía. En esto – como en muchos otros asuntos – fue apoyado por San Cipriano obispo.
Decio arreció la persecución, y el Papa Cornelio fue desterrado a Centumcellae. Hasta allá llegó una carta del obispo de Cartago, San Cipriano, quien se congratulaba con el Pontífice Romano porque le había sido concedida la gracia de sufrir por Cristo y por su Iglesia.
Y de hecho, el Papa sufrió penurias, fatigas y finalmente la decapitación.
San Cipriano
San Cipriano, obispo de Cartago, en el norte de África, fue fundamental para que esa zona de la tierra se afianzara en el cristianismo.
Pero la persecución también llegó hasta él, primero la del emperador Decio, y luego la de Valeriano.
Fue desterrado a Curubis hasta que el pro-cónsul Máximo lo hizo comparecer ante él, para que desistiese de la fe. Como San Cipriano se mantuvo firme y no rindió culto a los dioses paganos (que eran demonios), Máximo ordenó su decapitación.
Con información de Aciprensa
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